Hotel, dulce hogar.
Pamplona, 10 de julio
11:00 horas, 15º grados. Nublado
Recepción del Hotel La Perla
Plaza del Castillo.
Pablos, el recepcionista, medita delante del teléfono. Si llamar a las fuerzas del orden o engrasar el bolsillo de su impoluta camisa blanca. La elección resulta bastante fácil. Marca un número marcado a fuego en su cabeza. Tras muchos tonos, una voz canallesca blasfema:
-Me caguen los obispos de Cataluña, Pablo, por tu madre, espero que tengas algo bueno…
-Tengo una información que podría interesarte, Papytu…vale 1500 euros, a Bin Laden por protagonista.
-No vas a cambiar en la vida… ¿supongo que son los artistas de circo no?
-Caliente caliente.
-Lo veo.
-Te espero entonces aquí a las doce.
La tela de araña trazada por el infalible bigote de Papytu acababa de tensarse. Estrategia pura: esperar a que los halcones avisten el objetivo mientras él se dedica a dejarse el hígado en Sanfermines. No es mala, sino fuera por las resacas como la presente, infinita. Sabe que el mejor remedio es dos lamparillazos en forma de vermouth, sin aceitunas, fritos ni familias con niños ensordecedoras. Copa helada, un tercio de martín, otro de ginebra y el último de Campari. Es lo que le sirve Michelle, el camarero del Winsord. Los dos a la vez.
-Veo que sigues dándolo todo.
-Ya sabes que solo bebo en horas de trabajo.- le escupe, mientras saca la foto de Charlie Elastic Man- ¿Los vistes por aquí?
-Estuvo merodeando ayer entre las mesas con dos chimpancés. Pensé que era un hippie anfetamínico. Cuando les iba a echar, se habían esfumado.
-Son artistas Michelle, tu jamás lo comprenderías- apurando el segundo martín, le deslizó un billete- eso sí, los preparas como nadie. Quédate con el cambio.
El Hall de La perla está concurrido. Guiris con pasta, impolutos, gozan de un aperitivo digno de reyes: ostras, caviar y champagne a tutiplén, mientras un violinista toca una suave melodía. La leche, musitó Papytu. Es lo que tiene Sanfermines, no dejan de sorprenderte. Al fondo, detrás de la marabunta, una sonrisa pegada a un recepcionista le esperaba. Le recordó a esa sonrisa del gato del País de las Maravillas, si ese, el de…maldita resaca, aún no habían hecho efecto los martinis. Alcanzando una copa de champagne, se acerca al mostrador.
-Debes pensar que tengo cara de cajero automático, Pablos- deja escapar a través de su bigote- bonita fiesta, ¿puedo mangar alguna cartera?
-La que quiero ver es la tuya escupiendo tres morados.
-Eres un canalla, Pablos y lo sabes.-sacando un sobre lo pone de posavasos en la copa.-canta ya o tu próximo cliente será un odontólogo pirata.
-Están aquí hospedados.
-Si no tienen donde caerse muertos, no me jodas.
-Tiene quien los acoge- ojeando los billetes,-no como tú.
-Mira que me hago un collar con tus muelas Pablos, estás acabando con mi paciencia.
-Llevan desde ayer al mediodía encerrados en la habitación. No han salido de aquí. Ya sabes que no te puedo indicar nada más, secreto profesional.
Papytu, agarrándole de la corbata, le amenaza:
-Si quieres te indico donde está el hospital. Escribe en el sobre un número del uno al mil. Seguro que tengo la suerte de mi lado.
Carraspeando, Pablo escribe una cifra.
-Creo que me voy a dar una vuelta por el Hotel.
Ascendiendo las escaleras, Papytu saca del bolsillo el sobre.101.Capicúa. Mejor.
Al llegar al primer piso, el silencio se hace presente .Al fondo del pasillo, la habitación. Entre ella y Papytu, sobre el suelo enmoquetado, un pavo real despliega la cola, enseñando sus colores lisérgicos. Belleza pura.
Tras sus plumas, escoltando la puerta, dos guardaespaldas. Imitando al ave, muestran sus Walter PKK con culata blanca.
Será necesario surfear entre la belleza y la violencia. Nadie dijo que la tarea fuera fácil.
(Continuará)