2 de julio de 1961 5
Mary está dormida a su lado. Abre el cajón y mira los abonos para la próxima feria. Esos días, Pamplona es una ciudad para vivir, no para morir.
Piensa en otra habitación, en el Hotel Yoldi, donde su amigo Antonio se vestía de luces con ojos sombríos, intentando espantar el miedo de que el traje fuera su mortaja. El silencio solemne contrastaba con el jolgorio que subía de la calle.
Se levanta con ademán de boxeador sonado. Las descargas endiabladas de su último ingreso en Rochester le han envenenado el alma. Hace tiempo que no escribe una sola línea. Baja tambaleante las escaleras. Escoge su favorita, como el torero toma el estoque.
Se imagina en la barrera de la Monumental, viendo a Antonio caminando hacia la puerta de toriles. Allí, de rodillas en la arena, intentando disimular el pánico, daba la señal con la cabeza para que se abriera el portón.
La negrura del fondo del cañón es idéntica a la oscuridad del túnel por donde aparece el animal. Presiente al toro galopando hacia él. Calcula la distancia para intentar esquivar la arremetida mortal.
Sin embargo, el estruendo despierta a Mary en la habitación de arriba. Recuerda lo que le dijo un día: Un escritor sin memoria es como un torero sin cojones.