VIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
JUEGO DE ESPEJOS
Mª José Toquero Del Olmo
Se levantó temprano. Planchó la indumentaria que su hijo utilizaría en el encierro y la depositó cuidadosamente sobre la cama. Como si de un ritual se tratara, le ayudó a enrollarse la faja alrededor de la cintura y le anudó el pañuelo al cuello. Contempló la figura del hijo en el espejo. “¡Qué buen mozo he criado!”, pensó. Los recuerdos la llevaron a una mañana de San Fermín de hacía treinta años. Eran otras las figuras que se reflejaban en el espejo: su hermano, vestido para correr, y detrás, la madre, tan emocionada como ella lo estaba ahora. No pudo reprimir que sus ojos se llenaran de lágrimas. Se secó los ojos con el dorso de la mano y, al hacerlo, creyó enjugar el rostro de su propia madre.
HOMBRES TORO
Diego Coppa Rutigliano
La emoción que sentía ocultaba el miedo al riesgo que estaba por correr. Era mi primer San Fermín.
En los muros y balcones la gente estaba enardecida y lo teñía todo de blanco y rojo. En la calle, tensionados y ansiosos, aguardábamos la liberadora detonación del primer cohete. El portón, a pocos metros, contenía la masa de toros que también esperaba. Coreamos el último -¡Gora San Fermín!- y sentí que se me ensanchaba el corazón. Por un instante Pamplona enmudeció; se abrieron las puertas y el murmullo se hizo caos.
Corrí, corrí como nunca en mi vida sin dejar de mirar para atrás. La cuesta de Santo Domingo temblaba; recibí golpes, vi caídas, escuché gritos y cencerros, y sentí el olor de los animales mezclarse con el de los hombres. Hombres toro, toros hombre. No controlaba mi cuerpo, mis patas corrían solas, los cuernos me pesaban y tenía miedo. Apenas podía moverme en el mar de gente. No pensaba, solamente avanzaba.
Al tomar una curva resbalé y choqué contra un hombre. Toros hombre, hombres toro. En la curva de Estafeta tropecé, y tras levantarme, un gran toro me embistió. Quedamos en cuatro patas enfrentados cara a cara. Nos miramos. Nos reconocimos. Nuestro miedo desapareció.
EL CIELO DE LA ESTAFETA
Carlos Ruiz-ocejo Calvo
En Pamplona, por San Fermín, el cielo parece distinto. Por el día, es un buen amigo que invita a olvidar la hora. Sin embargo, cada noche se convierte en una gigantesca carpa en la que los fuegos artificiales y los deseos se van dibujando con el lápiz de los sueños.
El sueño que rasga un toro negro cuando corre por la Estafeta en busca de su destino.
Anoche soñé que el toro me hablaba.
– “Acompáñame en esta carrera blanca y roja”, me pareció oírle decir.
Después, soñé que despertaba. Todo era blanco a mí alrededor, salvo el rojo de las rosas que había en la mesita.
Ella se acercó a mi oído y me susurró:
– Te pondrás bien.
Vuelvo a quedarme dormido con la tranquilidad del que ignora toda amenaza.
Pero pienso que el cielo me engañó. ¿Cómo es posible? Mi cielo azul… mi cielo negro…
– “Recuerda que a las ocho, en la Estafeta, la magia se produce entre dos luces. Es la hora de los duendes, del miedo”. – dice el toro que antes me habló – . “En la Estafeta no hay cielo”.
Y el sueño me besa para recordarme que el cielo es ella y la verdad vivir.