Archivo por meses: septiembre 2016


VIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

LA FIESTA DE CASI TODOS

Jon Aramendía Huarte

No; no forma parte de esta fiesta. No como los demás. Su atuendo inmaculado y el pañuelo rojo que rodea su cuello, solo le convierte en una curiosidad que inspira cierto folclore de ultramar. Camina con cuidado con sus baratijas de colores exagerados entre la gente que forma borbotones. Algunos le sonríen breves, sin apenas mirarle. Sin reconocerle pese a su continua y respetuosa insistencia.
A ratos, se rinde y extravía la derrota entre los vasos sucios del suelo. Su silencio se pierde en el bullicio, su pena se ahoga entre tanta alegría que no menosprecia ni puede atesorar. Vistoso e invisible a un tiempo, lucha por desprenderse de una flaqueza que crece con los días. Respira profundo y ofrece de nuevo a cada paso, una cortesía reverente que hiere su orgullo y el de sus antepasados. Solamente en la sonrisa de una niña pequeñita, que le mira con curiosidad ofreciéndole su helado, encuentra consuelo. Sus ojos oscuros e inocentes resucitan los motivos que le apuntalan. Corresponde a su generosidad temprana con un diminuto elefante de la suerte, que sus padres rechazan compasivos, y continúa con su deambular marchito.

 

REGALO ABRAZOS

Patxi Garro Ainzua

El follón en la calle era enorme. Los músicos de la Pamplonesa tocaban una y otra vez la misma canción y todo el mundo saltaba, cantaba y se sometía a un ejercicio de éxtasis colectivo en el que los sentimientos, muchos de ellos provocados por el alcohol, dejaban salir al juerguista enquistado en nuestro interior durante buena parte del año. La fiesta estaba ahí. De repente, me vi dentro de una película e, instintivamente, comencé a analizar a los figurantes en la escena. Los actores principales eran los músicos y los mozos que bailaban a su alrededor, una masa infinita, juerguista y embriagadoramente controlada. Los políticos que encabezaban la comitiva eran los actores secundarios, aunque a ellos se les había dicho que se llevarían los mejores planos mientras la acción se desarrollaba en otra parte. Las fuerzas de seguridad eran, como suele pasar en estos casos, innecesarias aunque su pretensión fuera la de adquirir protagonismo. Pero los que de verdad sobraban en la escena eran una pareja de jóvenes en medio de la multitud con unos carteles que decían: “Regalo abrazos”. ¿Abrazos en San Fermín? Tal vez sea eso lo que se necesita en esta ciudad el resto del año, pensé, y seguí bailando. 

A LA SOMBRA DE ERNEST.

Fernando Javier Luis Baglietto González

Quise quedar con mis hijos en la entrada de la plaza y allí se encontraba la escultura hecha para Ernest por el que puse el nombre a mi hijo. Leía sus obras ávidamente y mi mujer y yo decidimos dar nombre al peque, después de visitar y dormir en su habitación en la Perla y después de ver pasar los toros sorbiendo poco a poco su bebida preferida que te hería el hígado como una estocada, nos encontrábamos esperando en la fría piedra sentados Margha y yo, Ernest y Sarah querían correr los astados y nosotros temblábamos, mi culo intranquilo esperaba la explosión de la plaza y pegados a radio Navarra oíamos las calaveradas que los corredores hacían, aquellos momentos eternos hacían que el corazón fuese como una bala y esperábamos la orden de quietos¡. Cuando sonó la explosión de salida que oímos todos empecé a contar los segundos y aquello no acababa nunca, por mi pensamiento pasaban escenas que había visto el cuerno levantando un cuerpo y lanzándolo hacia la barrera. Los asistentes sanitarios galopando para llegar al hospital, y el toro sajando uno tras otro los cuerpos jóvenes. El presentador dio la enhorabuena por la velocidad de la carrera a la manada 


VIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

RUIDO DE FIESTA

Julen Urizar Compains

Miro mi armario… Otra vez a sacar «la equipación». ¡Hasta el moño estoy ya de hacer esto todos los años! ¡Encima siempre me toca a mí!

Bajo la caja, llena de pañuelicos, fajas, pantalones blancos… Y mientras tanto, ese olor. Ese olor a verano, San Fermín, olor a churros, gentío y a tela marinera… ¡O torera!

Abro la caja. El pantalón de Javi, destrozado: Un torillo le cogió del tiro y lo lanzó como una catapulta. ¡Qué susto nos llevamos!

Saco los pañuelos… Tan limpios, impolutos, con el sanferminico moreno de hilos dorados mirándome… Oigo cómo se desliza por mis manos, igual que cuando suena el chupinazo: Shhhh…

Me entra un escalofrío.

Despliego nerviosamente todas las fajas, polos, camisas, camisetas, pantalones, pantalonetas, zapatillas, alpargatas, y alguna que otra boina… Y con ellas, los ecos de la fiesta: Fuegos artificiales, gigantes, vergazos de cabezudos, gotas de vino, ligoteos en peñas, partido de pelota y quemazos de cigarro. «¿qué me falta?» Les pregunto. Las ropas me responden: «Un mes y seis días.»

Un mes y seis días para que los ecos de la fiesta dejen de ser ecos y sean ruido de fiesta. 

CIERRO LOS OJOS

Eugenio Hernández Sanchiz

Las explosiones de los cohetes, pasaban desapercibidos para Mikel. Su corazón latía tan rápido y fuerte, que no le permitían escuchar la música que hoy acompañaban los fuegos. Los colores más brillantes que nunca desaparecían más rápido a su entender.
El bocata apretado y sudoroso bajo la presión de sus manos, hacían que aún estuviera más nervioso.
Un cohete estalló cayendo en forma de corazón….¡era una señal!…estaba seguro.
Cogió la mano de Nerea acercándose un poco. Ella no retiró la mano y sonriendo, se acurruco en su regazo. Él se inclinó y beso sus labios.
Mikel con los ojos cerrados sonrió durante un instante… al abrirlos vio a Nerea con Iris entre sus brazos, miró al cielo estrellado y de nuevo un cohete iluminó la noche, un corazón cayendo del cielo. Se acercó a ellas y las besó…sus manos seguían sudando como hacía seis años. 

UNO MÁS EN SAN FERMÍN

ángel De La Rosa Velasco

Cierro los ojos y busco en mi memoria…veréis, os voy a contar algo. Desde pequeño tengo el recuerdo de las calurosas mañanas de julio, en un lugar de La Mancha, ya finalizado el colegio, en las que venciendo la pereza, de un salto me levantaba nada más oír el despertador. Aquella ceremonia que contemplaba por televisión, esa multitudinaria concentración de personas, camisetas blancas y pañuelos rojos atados al cuello, periódicos al aire surgiendo repentinamente tras los cánticos a San Fermín, todo suponía el preludio a unos minutos de emociones y sensaciones que no podría describir. Año tras año, a cientos de kilómetros de distancia, sin la oportunidad aún por cumplir mi deseo de visitar la ciudad durante las Fiestas, he ido aprendiendo el significado de las mismas, lo que para mi es San Fermín. Toros y cultura, la literatura que Hemingway me ha regalado acerca de Pamplona y su Fiesta, el encuentro con la ciudad y sus tradiciones, su gente, todo ello ahora empapa en mi al igual que sus calles mojadas llenas de historia. Yo me siento partícipe por completo, formo parte de todo. Creedme, soy uno más en San Fermín.
 


VIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

LA NEVADA DE CADA 6 DE JULIO

Juanma Velasco Centelles

Yo no soy de Pamplona. Ellos tampoco. Ni siquiera he estado en Navarra durante mis cuarenta años de travesía vital. Ellos tampoco. Hay pecados para los que no existe absolución. Pero sí penitencia. En ella estamos. Libremente autoimpuesta.
Somos cuatro. Nos une una de esas amistades irremediables. Los cuatro con idéntico pecado. Viajamos por primera hacia el sonido más enervante de toda la cristiandad: el Chupinazo.
Se nos aprecia a los cuatro un ondear de sangre adolescente por el tendido de nuestra expectación.
Estamos cerca. Almorzados, cósmicos, charlatanes, níveos de una indumentaria con incrustaciones rojas con la que buscamos mimetizarnos en ese océano de cuerpos que suponemos, que imaginamos.
Viajamos a la velocidad de un diesel pero parece como si lo hiciésemos a la de la luz. Hacía muchos cometas que no nos sentíamos tan próximos a nosotros mismos.
Pamplona al fin. Un circular de rondas a avenidas, de avenidas a calles. Un ir descubriendo que sí, que van a ser las doce y está nevando. Copiosamente. Los copos tienen una silueta humanizada.. Lejos de caer con mansedumbre, revolotean ruidosos hasta cuajar una plaza reducida pero inmensa en la que la sangre de San Fermín se licúa cada año hasta decorar todos los cuellos.
 

TRES GENERACIONES

Miguel Santos Caballero

Matilda se sentía cómoda en su condición de abuela y era un referente para su familia, que regentaba un horno desde hacía muchas generaciones en Pamplona. Aquella mañana, se levantó, junto a su marido, más temprano de lo habitual, porque no era un día cualquiera. El desayuno estaba casi listo, cuando emergieron en la puerta de la cocina, dos sombras: su hijo y su único nieto. Ambos se acomodaron alrededor de la mesa y los cuatro empezaron a saborear tan dulce festín. Al acabar, su marido, su hijo y su nieto, todos engalanados de blanco y rojo, se dirigieron a la calle. Matilda no pudo retener las lágrimas que brotaban de sus cansados ojos y abrazó con fuerza a su nieto. Posteriormente, los vio alejarse camino arriba, hacia la calle de la Estafeta. Los tres caminaban a buen ritmo. Tres generaciones unidas por un mismo sentimiento, por una misma tradición y sobre todo, por una misma ilusión en perpetuar las Fiestas. Un momento para recordar siempre. Era el cumpleaños de su nieto, donde alcanzaba la mayoría de edad, pero no era el DNI que lo ungía en esa condición, sino el enfrentarse por primera vez a la pasión que brotaba de los encierros. 

CORNADAS DE REALIDAD (VIRTUAL)

Sebastián Manuel Barranco Ledo

“Un encierro más y lo dejo”, se engaña a sí mismo el mozo.

Lo ha mamado desde pequeño. Cuántas veces castigado por perder el cuaderno del colegio al salir de San Francisco. “Valía” que era un periódico, mientras sus amigos le perseguían con los índices a cada lado de la frente.

Ya no es un niño y las obligaciones han crecido, pero las olvida al oír el segundo cohete. La onda expansiva recorre su cuerpo llenándolo de energía.

Ha elegido atravesar el umbral ante el que terminaban los juegos de infancia. Consciente de que es el tramo más concurrido, se sumerge en la marea de corredores esperando coger la ola buena que le lleve hasta la arena.

Se impulsa, esquiva, acelera. Gana la posición. En el callejón, no existen encima, izquierda ni derecha. Atrás no es una opción. Sólo hay adelante.

Alcanza el albero y se aparta a un lado, bañado de nuevo por el sol.

Entre aplausos, escucha la voz de su madre: “Hijo, deja de jugar con las gafas de realidad virtual. Así no vas a sacar nunca la carrera”

A desgana, el mozo vuelve al estudio. Desde que están prohibidos los encierros, no le encuentra aliciente al mes de julio.
 


VIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

EL BAILARIN DE LA GIGANTA

Manuel Eraso Martinez

Una excelente mañana para bailar a los gigantes pensó Martin. El era quien conducía a la reina europea.
Se casaba el ultimo día de san Fermin y era feliz.
La ventanita le permitió ver a Eva besando a un americano. La reina no bailo aquel día. 

PAMPLONA 2037

Ignacio Cortina Revilla

Los astados corrían entre la multitud vociferante, en línea recta, directos hacia la plaza. El gentío que se acumulaba a lo largo del recorrido jaleaba a los corredores, mientras contemplaba el paso del grupo de animales a toda velocidad.
Patrick, un típico chico inglés, pelirrojo y delgado como una varilla de un paraguas, corría justo por delante del toro que marchaba en último lugar. La res se había quedado un poco rezagada en la última curva y constituía un gran peligro para el resto de participantes. Patrick, mordido por la adrenalina, corría a escasos dos metros de las puntiagudas astas, brillantes y listas para embestir al primer irresponsable que se cruzara en el camino del bicho de quinientos kilos. Casi sin darse cuenta, miró de reojo y descubrió, en un ataque de pánico, que tenía al animal encima. El asta derecha, de un extraño color azul eléctrico, apareció de la nada y lo embistió con una fuerza terrible.
Automáticamente, fue expulsado de la aplicación de realidad virtual, siendo eliminado de la carrera, y se encontró de nuevo en la butaca del salón de su casa. Maldijo su suerte, pero seguro que el próximo año conseguía llegar hasta la plaza.
 

ENCUENTRO EN LA FIESTA DE SAN FERMÍN

Jose Luis Najenson Topolevsky

ENCUENTRO EN LA FIESTA DE SAN FERMÍN

Hemingway y Borges se encontraron casualmente en Pamplona, un seis de julio al mediodía, años ha. Luego del “chupinazo”, los toritos arrasaban por la calzada de Santo Domingo.

– ¿Cómo está, Don Ernesto? Soy yo, Borges.¿Le gusta la encerrona?
– Amo el peligro, aroma del riesgo.
– Yo vivo “encerrado” en las bibliotecas. Pero intuyo que sólo es valiente quien ha tenido miedo.
– No lo creo. Se es valeroso o cobarde, sin términos medios.
– Sólo dije que para ser valiente hay que haber sentido, antes, miedo. Ambas caras de la moneda, como decían los herméticos.
– Yo nunca tuve miedo, ni tendré.

Y diciendo esto, se lanzó a correr con los toros a sus talones.
Entonces, un novillo rezagado tumbó el cerco tras el cual estaba Borges. La gente huyó y Borges se quedó allí, tieso, solo y sobrecogido por el temor. Después, sin saber de dónde le venía el valor, marchó delante del torito, mientras éste lo seguía como un cordero. Hemingway, que regresaba y había visto toda la escena, le dijo:

– Parecía Usted un mago, un taumaturgo. ¿Tuvo miedo, Sr. Borges?
– Sí, gracias a Dios -repuso 


VIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

¨MAYORÍA DE EDAD¨

María José Lombraña De Los Ríos

Me llamo Arnulba, no hace falta que os diga en honor a quien, aunque para quien no lo sepa, especificaré que a mi padre le encanta ¨El viejo y el mar¨, un bodrio de Hemingway. Tengo diecisiete años. El seis de julio cumpliré los dieciocho y podré por fin participar en un encierro. Mis padres, bueno sobre todo la histérica de mi madre, me hicieron jurar que no lo intentaría antes de cumplir la mayoría de edad. Y es que, como buen navarro, ardo en deseos de correr delante de toros zaínos y cabestros. Aunque aún falta algo más de un mes ya tengo preparados mi camisa y pantalones: almidonados, planchados, de un blanco impoluto. No he olvidado tampoco mi fajín rojo y el pañuelo del mismo color. Por supuesto, hace tiempo que aprendí los cánticos que se entonan en la cuesta de Santo Domingo solicitando ayuda a San Fermín antes de iniciar la carrera. Sé que son pocos metros, menos de un kilómetro, 849 metros para ser exactos, pero no por eso dejo de entrenar. Tan sólo espero no recibir la cornada de algún morlaco. 

FIESTA

Jon Ander Crespo Ferrer

Alicia estaba triste y exhausta. Tras varios días siguiendo al conejo blanco empezaba a dudar de las promesas de este y ya tenía ganas de descansar. Sin embargo, al llegar a la cima de la colina cambió de opinión.
-Ya casi estamos, es allí –le dijo el conejo mientras señalaba una ciudad amurallada que se veía a lo lejos.
La información del conejo la confirmaba la señal de madera que indicaba que a dos kilómetros de allí se encontraba la localidad de “Fiesta”.
Alicia suspiró tranquila mientras se fijaba en cómo el conejo empezaba a sacar varias cosas de su maletín.
-Toma – le dijo – si quieres que te dejen entrar tendrás que vestirte con esto.
Alicia lo miró perpleja. El conejo le había dado ropa blanca, un pañuelo rojo y una especie de fajín, también colorado.
-¿De verdad me tengo que vestir así? – le preguntó.
-Es lo mejor, así no te reconocerá nadie.
Cuando entraron en la ciudad Alicia no daba crédito a lo que veían sus ojos. Había música por todas partes y de las fuentes manaba champagne. De repente y sin saber cómo, se encontró bailando con los demás.
-Bienvenida, te estábamos esperando – le dijo el hombre de la chistera. 

WE HAD

Luis López-cano Aguado

Llevo mucho tiempo esperando este día. He viajado desde muy lejos. Me acuerdo de la primera vez que vi el mar, y siento una sensación parecida cuando camino prudentemente sobre los adoquines que huelen al rocío mañanero. Estas calles se llenaran mañana de aliento y leyenda, y cada cual representará su papel en la ancestral tradición. Me aproximo a un lugareño, para preguntar por el lugar más seguro para contemplar la estampida. «Cualquiera», me dice. «¿Cualquiera? ¿Seguro?»- insisto. «Claro. Ya no hay toros».