VIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
EL MOMENTO DE GLORIA
Antonio Fuente Arroyo
El gran ojo le observa desde el cielo sin parpadear. Con paso cansino se acerca a la Plaza Consistorial y se aposenta junto a la valla. Su porte y sus facciones nos indican que no es de aquí. También su atuendo poco sanferminero. Ase decidido una bolsa e intenta pasar desapercibido.
Las horas transcurren lentas y el cohete está a punto de estallar. El interior de la plaza está inusualmente poco concurrido, no así el vallado. Salta los tablones, sortea a los municipales, se embute una camiseta reivindicativa y despliega una pancarta. Un aluvión de pitidos e imprecaciones le reciben, también algún tímido aplauso. Algunos corredores le increpan. Orgulloso no se inmuta.
Se escucha el estampido del cohete. La manada sube rauda. Él impávido no se retira. La torada lo lanza contra el suelo y pasa por encima.
El encierro ha concluído.
– Doctora ¿algún incidente digno de mención?¿Heridos, cogidas?
– No. Afortunadamente ha sido un encierro muy limpio, salvo una excepción. Un antitaurino ha provocado un atropello, pero nada grave.
Felicitado por sus congéneres se encuentra dolorido pero contento. Ese «momento de gloria» se convertirá en una miríada de momentos para la causa. Será emitido por todas las TV del mundo. Objetivo conseguido.
EL MÁS ANIMAL
Paloma Hidalgo Díez
De nada sirvió que llevara las uñas tan negras como el sobaco de un grillo, y tan largas como las de un buitre, ni que a través de mi camisa blanca entreabierta pudiera ver el implante (pegado) que me puse para parecer un oso. Las barbas de chivo, el bigote de morsa, el aliento de mandril, inútiles. Igual que el olor a tigre por lavarme como los gatos desde el día que me aposté con Carlitos, el animal, un cincuentón de la peña que siempre nos machaca corriendo en el encierro, que este año no me iba a ganar nadie. Lejos de surtir efecto, mis estrategias para ser más animal que él, incluidas mis formas porcinas de sorber cerveza, las carcajadas de hiena o eso de escupir como las llamas, solo fueron buenas para que, al llegar a la puerta de la plaza consistorial, un policía me negara el acceso tras llevarse, accidentalmente, lo juro, una de las coces de mula con las que iba calentando.
LLEGÓ EL DÍA
Mariano Del Cueto Mier
Cuatro mexicanos hicieron un viaje por España. De Tafalla pasaron a Pamplona. Santi, uno de ellos, llevaba tiempo soñando con conocer San Fermín, esa fiesta tan famosa en su patria, y después de mucho pensarlo se había convencido de que, pese a ser virgen en ello, debía correr frente a los toros. Estaba seguro de que ninguna experiencia podía ser mejor que esa; el viaje tan largo se fundamentaba, en buena medida, en el encierro.
Después de muchos intentos por tratar de convencer a sus amigos, sólo logró poner a uno de ellos de su parte. “Estás loco”, le decían. “Son cobardes”, replicaba, “de lo que se perderán”. Se separaron al llegar: los dos cobardes se dedicaron a beber y a ensuciarse la ropa; los otros dos se cuidaron. Tenían calculado abstenerse, madrugar y estar espabilados antes de la hazaña. Santi se fue a dormir; su amigo quedó en despertarlo. Horas antes, avisó a sus seres queridos: “Mañana es el gran día; después de años por fin me atreveré”. No cabía de la emoción.
Llegó el día. El sol salió, liberaron a los toros, la gente corrió.
Santi seguía dormido.
Ricardo, su compañero, la noche anterior fue contagiado por la música.
Seguía de fiesta.