Archivo por días: 14 de septiembre de 2016


VIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

TRANSUSTANCIACIÓN

Manuel Ramón Bascuñana

Era la primera vez. Estaba tan nervioso y asustado que comenzó a correr antes de comenzar a correr. A su alrededor una marea blanca como una manifestación de parados reclamando sus derechos y dispersada por media docena de guardia civiles disfrazados de toros. Telefónica. Estafeta. No supo en qué momento sucedió. Solo sintió la cornada. Fue una sensación extraña, casi mística. Como si flotase en el aire sostenido por un sin fin de manos. Un oleaje. Como en aquel cuento de Cortazar: La noche boca arriba. Pero no era de noche sino una luminosa mañana de julio. Y de repente se sintió pesado, firme, corpulento y compacto y también sintió como si le faltase el resuello en la carrera. Le dolían los ojos, babeaba, estaba empapado de sudor, cabeceaba, levantado de vez en cuando la vista y los cuernos. Por delante, todavía, Mercaderes y Santo Domingo antes de alcanzar la plaza. 

EL PAÑUELICO

David Lao Gallardo

Ocho de la mañana, María estaba apostada en unos de los pocos balcones que dejaban ver perfectamente la curva de la Estafeta. La gente estaba expectante, en breve pasarían mozos y toros a la carrera en el tercer encierro. Una pequeña ráfaga de viento hizo volar el pañuelico de María, intentó alcanzarlo pero ya era tarde y caía suavemente hacía la calle. Abajo, el encierro seguía su curso. El pañuelico rojo de María no tenía prisa en llegar a su destino que finalmente no fue otro que uno de los cuernos de Bribón, que derrapaba en aquel momento. Bribón no se percató de la presencia del trapo en su asta derecha y siguió a lo suyo. Javier, mozo experto y veterano aminoró el paso para dejar pasar a uno de sus compañeros. Cálculo erróneo; Bribón aceleró el paso y en su esfuerzo giró bruscamente su cabeza empitonando a Javier en su costado izquierdo. El mozo notó la cornada y se dejó caer al suelo. Los sanitarios, al examinar la herida, quedaron extrañados al comprobar que estaba taponada profundamente con un pañuelo. Más tarde el cirujano que operó a Javier le comentó que estaba vivo gracias a que el pañuelico había evitado que se desangrara.  

FRÍO, ¿COMO UNA PIEDRA?

Rubén Jorajuría Lázaro

El sol comienza a iluminar mi zona de trabajo. Está amaneciendo, y no lo sé sólo gracias al sol sino también gracias a La Pamplonesa, con esas exquisitas notas musicales… Pero hay que concentrarse. Son las siete de la mañana, cada vez falta menos para que empiece lo más conocido de las fiestas. Ojalá se reconociera tanto mi trabajo, por el que ni si quera cobro, pero en fin… Se acerca el momento, una carrera a vida o muerte por las calles de Pamplona. Y ahí estamos mis compañeros y yo para que la fiesta se pueda celebrar. El nerviosismo comienza a recorrer todo mi ser. Cada vez respiro más fuerte. Tantas cosas dependen de mí… Comienzan los cánticos y me exalto, cada vez falta menos y no sé si daré la talla. Muchas vidas dependen de mí. Miro el vallado y pienso que qué suerte tienen esos que no están dentro del recorrido hasta que pasa todo… Yo no voy a hacer mas que sufrir. Y nadie lo entiende. Nadie. Se pisotean mis derechos y nadie dice nada, concretamente, más de 500 kilos de morlaco que me pisan sin compasión, me tiran botellas y, por si fuera poco, piensan que no siento.