Unas fiestas sin igual.
Plaza del Castillo. Sanfermines. Un día soleado. A media tarde. Trasiego constante.
Fermín, oriundo pamplonés, sesentón, tez pálida, barba poblada altamente descuidada, con trazas deplorables y famélica constitución, se encontraba sentado en el suelo y apoyado en la base de uno de los pedregosos porches que circunvalan la Plaza. Mientras tanto, al igual que Fangoria, miraba la vida pasar. En realidad, muy a su pesar, estaba tratando de sustentarse la vida del único modo que venía haciéndolo los últimos años: pidiendo limosna. Y para extrañeza de más de uno de los presentes lo hacía completamente vestido de pamplonica. De arriba a abajo. Con boina, alpargatas, bota y todo el monario. Se la soplaba lo que pensase la gente al verlo de esa guisa. Al igual que Alaska y Dinarama, se decía, a quién le importa lo que yo haga. Se lo debía a sí mismo. Los Sanfermines iban unidos inexorablemente a su vida y a su forma de ser, y pese a no tener un duro, ir vestido como tal era su pequeño homenaje personal a las fiestas que había mamado desde pequeño y que tanto suponían para él. Le había tocado vivirlos de todos los colores, al igual que los miembros de Parchís. Los recordaba, eso sí, muy dispares. Los de su infancia, al igual que La Abeja Maya, viviendo en un país multicolor, con cero preocupaciones; los de sus años mozos, al igual que Ricky Martin, livin´ la vida loca, con la adrenalina totalmente descontrolada; los de sus primeros años de casado, al igual que Olé Olé, siendo un soldado del amor y creyendo cándidamente al igual que El Sueño de Morfeo, que su estado civil era para toda la vida: el del año de su divorcio, al igual que Alejandro Sanz, lo había vivido con el corazón partío; dolorosos también habían resultado los que habían coincidido con la crisis económica que lo había dejado de un día para otro El Último de la Fila y al igual que Amaral, toda la noche en la calle; y, por supuesto, tenía muy presentes los últimos, los peores, los únicos de los que renegaba, aquellos que al igual que cantaban Los Secretos, los recordaba bebiendo hasta perder el control y recurriendo desgraciadamente de forma constante al agárrate a mi maría. Con semejante trayectoria, no había día que no entonase al igual que Héroes del Silencio aquello de maldito duende. Pero hace escasos meses, se había armado de valor, había tarareado firmemente el sobreviviré, al igual que Mónica Naranjo, y había decicido volver a la ciudad que lo vió nacer para estar en sus fiestas y al igual que Pablo Alborán, volver a empezar. Quería, al igual que El Canto del Loco, volver a disfrutar.
Fermín levantó la vista. Miró en derredor. Sonrió para sus adentros. Cada día lo tenía más claro. Había sido un acierto volver. Se sentía vivo otra vez. Los Sanfermines eran unas fiestas sin igual. Incomparables. Lo podía decir con gran conocimiento de causa, pues se había recorrido la geografía española de feria en feria y de fiesta en fiesta recogiendo altruistas donativos y conociendo de paso sus gentes y costumbres.
En Valencia, donde de naranjas y limones acabó hasta los cojones, le trataron de convencer que no había fiesta como Las Fallas, con su mascletá, la nit del foc y la cremá de los ninots. Nada que envidiarles. Les había dicho que con la pólvora que empleamos en el Chupinazo, en los cohetes anunciadores del comienzo de los encierros y en los fuegos artificiales nos bastaba de sobra y que si de tener figuras quemadas se trataba, se pasasen a estar con los empleados de Focsa o de Policía Municipal el día 15 al concluir las Fiestas.
En Sevilla tiene un color especial, le comentaron que nada como la Feria de Abril con sus casetas y finos. Les había respondido que en Sanfermines para casetas ya tenemos las de la zona del Labrit, las de las barracas o las de las txoznas y que si se tomaban unos finos estupendos, pues le parecía cojonudo, pero que supiesen que en Pamplona durante las fiestas el personal se pone fino de todo.
En Donosti, ay Maitetxu Mía, los guiputxis contándole a todas horas que nada era comparable a la Tamborrada. ¿ Pero de verdad ninguno os habéis pasado por el Estruendo?……. les respondía con sorna.
En Gazteiz, tierra de Celedón, fardando todo blas de las inigualables fiestas de la Blanca y salta a la vista de todos que nuestra fiesta es Blanca y Roja, mucho más completa y colorida que la de ellos.
En Buñol, cansicos cancicos sus lugareños al igual que los de Gente de Zona y Marc Anthony, que no hay gozadera mejor que la Tomatina poniéndose perdidos de tomate unos a otros. Quisiera veros yo en los tendidos de sol durante las corridas de las tarde o en la Plaza Consistorial durante el Chupinazo a ver qué opináis entonces sobre lo que es gozar ensuciándose, les replicaba.
En el Botxo, desde Santurce a Bilbao….., en fin,……. bastaba con pedirles que saliesen por un momento de su mapamundi y preguntasen por ahí qué fiesta y semana es más conocida y popular en toda la Península Ibérica que su Aste Nagusía.
En Cádiz y Santa Cruz de Tenerife, cachondos de verdad donde los haya, no terminaban de creerse que los carnavales particulares que celebran las Peñas cada día antes, durante, y después de cada corrida de toros pudiesen superar a los suyos. Ingenuos, mas que ingenuos.
En Alicante, erre con erre conque no hay mejor desfile que el que protagonizan sus Moros y Cristianos. Se descojonaba cada vez que le sacaban el tema. De conjugar desfiles y creencias religiosas iban a hablarle. Bastaba únicamente con echar un vistazo a la Comparsa de Gigantes y Cabezudos en su recorrido diario. En los Gigantes tenemos de todo: moros, cristianos, afroamericanos y hasta algún que otro hindú. Y los Kilikis y Cabezudos, ya lo sabemos, se pasan todo el rato haciendo judiadas.
En El Rocío, que no encontrarán devoción mayor que la que se profesa a su Virgen en la Romería. Para qué iba a comentarles nada, nunca entenderían la que se manifiesta al Santo Patrón en la Procesión.
Y así podía seguir con el resto de ferias, fiestas, festejos, convites conocidos y por conocer…………………..
Nos sirva esta historieta de Fermín como ejemplo para darnos cuenta que los Sanfermines son unas fiestas sin igual. Eso ya lo sabemos todos los de por aquí, no solo Fermín, sino también los que hayan participado en ellas alguna vez. Pero al igual que canta Raphael, es un escándalo que muchos de fuera parezcan no saberlo todavía.