Me hubiera gustado ser mosquetero 2
En la fiesta más anárquica del mundo, si es que hay alguna que no lo sea, los guardianes de las esencias tratan de mover una campaña que defienda que hay que correr el encierro con ropa blanca. A mí, me encanta esta repentina inclinación al orden y al concierto. Los argumentos son de lo más ensoñados y se vienen a sintetizar en dos: es tradicional y es bonito. Aún faltaría el tercero: es romántico. Y en este tercero están probablemente las claves de su anacronismo. En los últimos cien años los corredores del encierro han cubierto el recorrido con blusón de carnicero, americana de domingo y sombrero de ala corta. Y el romanticismo es un fenomenal movimiento social y literario del siglo XIX. La fiesta hoy es una combinación explosiva de toros y desparrame estimulada por una difusión masiva en los medios de comunicación. Pretender uniformar a quienes corren en el encierro es extemporáneo como lo es, en la carrera más mediática del mundo, empeñarse en trasladar que el auténtico corredor de encierros es un tipo anónimo. Otra idea vieja. En la época de la comunicación se multiplican los vídeos, las fotos, las grabaciones mientras la carrera se produce y hasta los “selfies” para sacar pecho, rostro e identidad ante el mundo. Las fiestas, como la vida, son el resultado del tiempo que vivimos por mucho que algunos quieran obstinarse en defender un pamplonesismo de otra época que vincula fiesta y esencias culturales y está a un tris de obligarnos a consumir infusión de árbol de la Media Luna cada vez que salimos por San Fermín. A mí también me hubiera gustado ser mosquetero pero cuando llegué, el oficio se había extinguido.