IX Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
UNA JORNADA DE TRABAJO ESPECIAL
Iñaki Ayerra Iturain
Sabes que eres el último en llegar a la empresa, que te vas a tener que comer los marrones que los demás no quieren, y que por eso tienes que estar hoy en una carretera desierta, en mitad de la nada, y con muchas horas por delante todavía hasta terminar la jornada. Y te crees que eres el único tonto que ese día trabaja, el único que está a muchos kilómetros de donde realmente le gustaría estar. El único en el mundo cabreado con su mala suerte.
A tu mente vienen imágenes de una multitud disfrutando de algo especial, de algo que solamente pasa una vez al año. Imágenes de alegría, de fiesta, de color. Imágenes con banda sonora particular.
Y tú estás ahí, solo, con el coche aparcado en el arcén, con la vista fija en el horizonte, y añorando lo que no va a poder ser. Pero no puedes faltar a la cita, no vas a fallar. Sacas tu pañuelo rojo, abres una pequeña botella de cava, y limpias con cuidado una copa de plástico. Son las 12 del mediodía del 6 de julio, y la fiesta va a explotar.
Una lágrima se te escapa.
DIFERENTE PERSPECTIVA
Blanca Oteiza Corujo
Desde el balcón Javier observa el bullicio de la plaza. Este año se ha dado el capricho tan ansiado de seguir los pasos y los sueños de quien visitó la ciudad hace ya mucho tiempo. En recepción le han asegurado que fue la habitación que ocupó Ernest. El derroche de bebida, comida y algarabía correrán por su cuerpo durante ocho días restantes. La adrenalina subirá hasta las nubes que aparecen decorando el cielo, instantes previos a las ocho de la mañana.
Al otro lado de la plaza, bajo los arcos que se abren a Sarasate, Fermín hace sonar la flauta esperando que caiga alguna moneda sobre su pañuelo rojo extendido en el pavimento. Hoy nadie le felicita, pasa desapercibido entre la multitud. Él también estuvo a ese otro lado de la calle: tuvo su hogar, su trabajo y sus fiestas. Este año son distintas, a ras de suelo se ve todo distinto.
TODOS QUEREMOS MORE
Jokin San Julián Aranguren
– Apunta un poco más abajo.
– ¡Pero entonces no le doy!
– ¡Que sí! Hazme caso, que ayer tiré yo con esa y tiene la mirilla trucada. Tienes que bajarla un poco.
– Buf, a ver… ¡Pam!
– ¡¡Toma!!
– ¿Ves? ¡Te lo dije!
– ¡Oye, perdona!, que le he dado…
– Aquí tienes. ¿Pero, es para vosotros?
– No, hoy es para mi tío que nos está esperando para ver los fuegos…
Era todo un ritual. Quince minutos, antes de que sonara el primer cohete, nos bastaban para sacar uno para cada uno. El crack era Salva. No fallaba un tiro. Si los demás no le dábamos, siempre estaba él para proporcionar el material.
Tres palillos rotos, tres More. Eso si todo iba bien, a la primera. Las trescientas pelas, a cien por barba, no te las quitaba nadie. Aquellos cigarrillos largos, marrones, interminables, eran lo más. More, la marca. La más cara del estanco. Y no en todos la vendían. Por eso eran tan cotizados.
– ¿Donde vemos hoy los fuegos?
– Cuanto más cerca mejor ¡A ver si nos cae un palo encima!
– Me vas a quemar…
– Perdooón.
Todos queremos More. Y más, y más, y mucho más…