Archivo por días: 8 de noviembre de 2017


IX Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

LA TRIBU

Andrés Mendiri Ruiz De Alda

¿Fueron al cole? ¿Les dará asco el puré de verduras como a mí? ¿Les castigarán sin tablet? ¿Berrugón tuvo novia alguna vez? ¿Dónde pasan el invierno?
“No quiero que se vayan”, soltó entre corajuda y compungida Alicia, mientras sujetaba con fuerza la mano de su padre.
Ella –siete años, estatura media, morena con el pelo recogido en una coleta, ojos negros despiertos e inquisitivos-.
Y Patxi -41, uno y setenta y tres, pelo corto canoso, de complexión fuerte y mirada serena pero firme-.
Habían ido los nueve días, sin faltar ninguno, a su cita con la ‘tribu’.
Patxi alzó a su pequeña entre la multitud. Alicia, su hija, la personita que había irrumpido como un tsunami gozoso y cambiado su manera de ver el mundo, se disponía a despedirse de la ‘tribu’.
Como la Tierra gira sobre sí misma, así se arremolinó el rey africano, que quedó frente a ellos.
Patxi acercó a su niña hasta el gigante. El rey negro entonces inclinó su corpachón de tres metros y acercó su cara a la de Alicia.
Ella, todo emoción, todo aspaviento, acercó su boca a la mejilla acartonada del coloso. “Quedaros un día más”, rogó Alicia mientras le daba un beso.
 

7 DE JULIO

Marta Finazzi Martínez

Glenn Talbot no creía en ninguna otra religión más allá de los Sanfermines. Eran su fe particular que llenaba el vacío de una vida de traje gris en la ciudad de las cúspides. Hasta el día del accidente, cuando aquel toro le perdonó la muerte en una colisión de coches abalanzándose sobre el tráfico cual ángel salvador. Los médicos le dijeron que las cicatrices tardarían en curar, pero que había tenido una suerte bárbara. Animal, también. Una estrella con cabeza y cuerpo de toro le hizo volver a nacer en lo que parecía ser una estampa mitológica, o quizás una broma urdida en tierras navarras, pero no lo era. De vuelta a su país, todo el mundo creería que estaba borracho cuando les contara que un toro de Pamplona le había salvado la vida. Su madre siempre le decía que parecía un hombre sin brújula, un descerebrado y un ateo por desafiar las leyes de julio de aquella manera. Sin embargo, aquel suceso lo cambió todo. Continuaba siendo el mismo inconsciente de siempre, pero al menos ya no era un hereje. Ahora cada vez que escudriñaba la noche, la constelación de Tauro siempre estaba allí, al acecho. Igual que San Fermín.  

ESCAPE

Jairo Manuel Sánchez Hoyos

ESCAPE
Con una sobria, pero digna ceremonia, nos entregaron el título de Médico Nuclear, Universidad de México. Ya han pasado cuatro meses, tengo compañeros de España, México, Perú, Bolivia y Colombia, hablo con ellos y solo yo estoy vacante, pues en Argentina no es fácil conseguir trabajo. Más un día veo el correo enviado por el Director del Hospital Regional. Tenía hasta el 15 de junio para firmar el acto administrativo. Me puse súper contento, pero tan solo el 17 me presenté. Con visible enojo el Director me dijo que le diera un motivo por este desparpajo. Con un nudo en la garganta le dije que había hecho un juramento a Santa María de la Pampa de irme a ver los tres últimos encierros de San Fermín con tal de que consiguiera mi trabajo. De hecho, Corrí a gusto con las demás personas, arriando los toros de Núñez del Cuvillo, José Escolar y Cebada Gago.
El director se puso de pie y me echó el brazo: “bien venido doctor, el puesto es suyo, porque yo también me escapé para verme tan magníficos San Fermines”
Jairo Sánchez Hoyos.
 


El feroz ataque del aperitivo caliente(II) 1

Iruña, 7 de julio
13:00 AM
C /San Nicolás.

Después de la procesión del morenico, todo el mundo salió raudo y veloz a la ingesta compulsiva de martinis y engrudo con forma de fritos. A esa hora del día, tan solo un sitio estaba más repleto que la calle San Nicolás. Un baño limpio en un rabal de Calcuta. Era la catarsis del aperitivo sanferminero.

En una misma calle convivían Gigantes , Kilkis, Zaldikos, carteristas, pamplonicas de punta en blanco, silletas, niños desbocados, gitanos con globos, manteros con collares, gaupaseros y un par de hermafroditas holandeses .Para reírse de Frank de la Jungla con la mamba negra. Esto era mucho peor.

No obstante, lo peor era alcanzar la barra de cualquier bar. Tras una trinchera de fritos de dudosa tonalidad se escondían los auténticos héroes del día: los camareros, que a diestro y siniestro, repartían con rapidez inusitada martinis, mostos, frito de gamba, jamón y queso y bola de pimiento.

Hasta que un misterioso personaje se acercó a la barra del bar de manera mágica. Un aura le hacía que los codazos, empujones y silletazos no le alcanzaran. De repente, con voz firme se dirigió al camarero:

-Un negroni, por favor. En vaso helado.

Un silenció se apoderó por un instante del local, aprovechando que la maldita “despacito” había acabado tras 9 minutos de tortura. El rostro del camarero, al alzar la vista, mutó al de un condenado a garrote vil. No podía ni tragar. Un sudor frío empezó a resbalar por su espalda. Lo había reconocido. Era Él. El Sensei Del Hielo.

Con un temblor de manos propio de la última etapa de Joe Cocker, empezó la operación. Por no tener, no tenía ni vaso de cristal, ni coctelera, ni los tres ingredientes debidamente enfriados, a saber: Martini rosso, Ginebra seca y Campari. En su justa medida. Tres tercios. Twist de naranja para decorar. La gente se percató del riesgo de la operación, a vida o muerte. La suerte estaba echada.

El camarero lo intentó pero su derrota estaba más anunciada que la ausencia de Enrique Ponce en la terna de la tarde. La gente empezó a salir despavorida del local. Tenían presente el ataque de las cervezas calientes del día anterior que causó innumerables víctimas.

Aun así, el camarero lo intento. Vaso de plástico con hielo aguado, Martini calentorro, ginebra floral y campari en exceso. Eso no se lo bebía ni una cabra en mitad del desierto del Gobi. Aun así, El Sensei del hielo, con la paciencia innata de su sabiduría, procedió a probarlo.

Ni se inmutó. Más tarde contaría el camarero que sus ojos se pusieron glaucos y que por un instante, parecía que flotaba sobre el serrín del suelo. Con el índice de su mano derecha, en silencio, desalojó a todos los que aún tenían los arrestos de estar en el local.

Cuando salió del bar el Sensei Del Hielo, la gente le hizo un pasillo humano en mitad de la calle, gigantes incluidos. Al minuto, el bar saltó por los aires.

Era el ataque del aperitivo caliente.

(Continuará)