Archivo por días: 21 de noviembre de 2017


IX Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

HALLAZGO

Jonathan Jesús García Palma

Miguel viajó muchos kilómetros para asistir a las fiestas de San Fermín. Familiares y amigos vieron aquello como un acto suicida. Él deseaba correr el encierro. “Tengo que hacerlo”, repetía él. Con treinta años, su deseo se cumplió.

Durante el Chupinazo, Miguel se topó con unos maravillosos ojos verdes que le robaron el aliento. Los cautivadores ojos también lo observaron, pero la multitud los separó sorpresivamente.

Miguel buscó a Natalia. Nada, ni una pista. Entonces, llegó el momento del encierro. Segundo día, era su turno. Antes de comenzar, reaparecieron los ojos verdes. Se llamaba Natalia. A continuación vinieron dos minutos de vertiginosa emoción.

Primero al frente, luego al costado. Ambos corrieron junto a las bestias y llegaron hasta la plaza. Ahí, él reconoció su hallazgo.
El matrimonio se celebró el ocho de julio del año siguiente.
 

OLOR A SANGRE

Maximiliano Sacristán

¿Han notado que a veces los animales parecieran tener comportamientos humanos? Me sucedió vacacionando en Pamplona. Yo era un hijo de ganaderos, y pasé mi juventud viajando, gastándome las riquezas de mi familia.
Era joven e irresponsable, y si estaba en San Fermín pues debía ser parte de la fiesta. Así que, a pesar de mi desconcierto de turista, quise participar del primer encierro. Recuerdo que corrí como un poseso frente a la manada, entre los mozos de la vanguardia, y hasta llegué a acariciarle el cuerno a una de las bestias. Cuando nos acercábamos a la plaza, exhausto, me deslicé por debajo de una empalizada. Y, ¿podrán creerlo?, pasaron los toros pero el último, uno negro, de repente se detuvo y me encaró. Comenzó a embestir la empalizada dirigiendo su cornamenta hacia mí, como si oliera la sangre vacuna que yo traía en los bolsillos. Tuve la loca sensación de que esa bestia me miraba. Hicieron falta varios mozos que lo azuzaran para meter a ese último toro en la arena y al fin terminar con el encierro.
Desde entonces, cada vez que veo pasar un camión de hacienda repleto de reses, yendo hacia los mataderos, instintivamente desvío la mirada.
 

ZORI ONAK FERMIN

Xavier Camprubí Belzunegui

Tal fue el estruendo en el cielo pamplonica que Fermín se despertó de golpe. “Algo habrán inventado para que resuene así el chupinazo” pensó Fermin, olvidando entonces la mañana de ayer.
Las doce en su reloj y un sol radiante tras la persiana. Siete de Julio San Fermin. Coincidía su Santo con su cumpleaños, diecisiete palos cumplía este joven pamplonica nacido en el nuevo milenio.
“Y diría que fue ayer” balbuceaba para sí el aún menor de edad.

Parte de la cuadrilla estaba en el jardín de su casa, donde tiraron el petardo, preparando un poco de chistor, cuando Fermín asomó.
“No te ha seguido el morlaco a casa”, “Toma un trago de vino de superior antes del chistor”, “Mejor este chupinazo, aunque no sabíamos si aparecerías”…. Y así iba situando su largo ayer.
Parecía que hoy era ayer, cuando empezaba, o mas bien seguía, una larga celebración de “cumpleaños”.

Luego Fermín, absorto en su aniversario y camino del Labrit, volvía de nuevo a preguntarse en alto “¡¿Por qué?!”.
“¡Por qué!”
“¡Porque llegaron las fiestas de esta gloriosa ciudad que son en el mundo entero unas fiestas sin igual!”.