Archivo por días: 22 de noviembre de 2017


IX Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

ILUSIÓN TAURÓMACA

Enrique Espejo Torija

Mira que llevan años diciéndomelo. Que vaya a los Sanfermines, que es una experiencia única… Por eso, este año, no he opuesto ninguna resistencia y para allá que voy. Seguro que mi padre estaría orgulloso de que al fin, me decidiera a correrlos. Él lo hacía siempre con sus amigos. Lo primero que me llama la atención es que el casco viejo es aun más bonito de lo que me había imaginado. Incluso me he encontrado con vestigios de murallas medievales. Después de disfrutar durante un rato, decido echarme a dormir antes de empezar mi primera carrera.
Me ha venido estupendamente echarme unas horas. Aun es de noche, pero seguro que ya hay mucha gente en pie, preparándose para el primer encierro. Oigo ruidos en el baño… alguien se está afeitando con una maquinilla eléctrica… ¡Papá! ¿Qué haces aquí? ¿Eres tú?
Por más que grito e intento que me mire, no reacciona, sigue afeitándose como si nada. No me puede estar pasando esto. ¿Estaré soñando? Decido no dejar de mirarle por si el sueño se acaba y vuelve solo a vivir en mi memoria. En un rato, me despertaré e iré hacia la Cuesta de Santo Domingo. ¿O quizá a trabajar, como cada día? 

SECUÉSTRAME EL 13.

Sergio Gómez Salvador

San Fermín tiene muchos días especiales; el del chupinazo, el de la procesión, el del estruendo, el de las ciudades hermanadas, el del niño, el de los mayores… Es como la plenitud de la vida en solo nueve días. Esa sinfonía colorida que nace, crece, explota, se hace madura y termina quedando en el espíritu para siempre.
Y sin embargo, le sigue faltando el día del Amor.
Ahora que hace ya tiempo de aquel 6 y de aquel 7, y cuando, al paso de los años, vuelvo a sacar la ropa blanca y la vida está más cerca del 14, solo quiero que me secuestres el 13, porque el 14 será infinito y no quiero llegar sólo.
 

OCHO DE JULIO

José Antonio Lozano Rodríguez

OCHO DE JULIO

Ocho de julio, sietecincuentaynueve, no sabe cómo ha llegado, pero sus ojos recuerdan el sudor del vértigo; aún tienen el color de madrugada que suele dar la noche a los que se la beben de un sorbo. Pamplona es una ciudad suave a pesar del alboroto que se desparrama por todas sus costuras.
Ha venido solo y solo se encuentra a pesar de toda la gente que le rodea; está flotando entre las olas de camisas blancas y pañuelos de sangre que se arremolinan a su alrededor sin apenas hacer espuma.
Abre los ojos como quien descubre un acertijo largamente meditado y escucha por fin el chupinazo que se eleva por detrás de los tejados vestidos de una suave llovizna que apenas termina de acabar.
La resaca de cascabeles de los mansos se va desparramando por toda la cuesta de Santo Domingo y allí se queda inmóvil, impertérrito, como una estatua de sal en el éxodo de Sodoma, demostrando a todo el mundo su valor repleto de una locura que aún no conoce.
Cuando el policía ha podido llegar hasta él y tirar de su brazo repleto de sangre, ya viajaba a lomo de unos cuernos que siempre han sabido interpretar su papel.