IX Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
FESTEJOS
Freddy Enrique Hoyos Dueñas
Valentine se paró en frente de la multitud y hablo: gracias por las fiestas de San Fermín, en donde se reúnen la casta noble y el pueblo bajo, en donde los reyes, súbditos, generales y artesanos son todos iguales en un mismo lugar, viva el creador por tan alto espectáculo y vivan los animales por alimentar nuestros estómagos, que de tantos misterios el de una competencia en estos terrenos queda claro, un duelo, un baile en un aposento son declarados, como patrimonio e historia de un pueblo de ayer que de hoy es una gran ciudad, vivan las fiestas por alegrar los corazones, vivan las mujeres por acompañar nuestra causa, Valentine suspiro y en medio del silencio un gran aplauso se escuchó en cada esquina del parque, supo que había dado el mejor discurso de su vida.
EL ENCIERRO CON MI PADRE
Isabel Delgado Martínez De Iturrate
Pensar en el encierro es, para mí, lo mismo que traer a mi padre a mi memoria. A pesar de lo pronto que murió, aún me dio tiempo a vivir esa experiencia con él. Me despertaba muy pronto y ya tenía la leche preparada. Yo saltaba de la cama encantada. Siempre iba demasiado abrigada porque mi madre era demasiado pesada. Ya instalados en la plaza, me agarraba a su brazo y cuando empezaban a entrar los corredores con aquellas caras de miedo, yo apretaba con fuerza aquel brazo protector esperando que los toros siguieran a los mansos sin que nada ni nadie desviara su atención. Cuando salían las vaquillas, compartíamos risas con las burlas y quiebros de los mozos. Pero un buen día, una de aquellas graciosas criaturas dio un enorme salto y fue a parar muy cerca de mis pies. El susto fue tan grande, que empecé a llorar a moco tendido sin que mi padre, pobre, pudiera consolarme y así continué hasta que entre pastores y público lograron devolverla al ruedo. Cuando salimos de la plaza, mi padre me llevó a comer lo que más me gustaba del mundo: ¡chocolate con churros!, así que pronto se me pasó el berrinche.
A SAN FERMÍN PEDIMOS
Esther Ariz Rodríguez
Y le rogué a San Fermín
que no me dejara solo
en el más intenso encierro
que me tocaba vivir.
Que me echara un capotico
para poder ser feliz.
La cornada más profunda
no deja una cicatriz,
ni rotos los pantalones,
pero no deja seguir,
porque el adoquín resbala
y te quiebra los talones.
Pero sé que él está ahí,
para cuidar a este mozo
que por más curvas cerradas,
empujones y caídas,
saldrá a hombros algún día
con dos orejas y un rabo
que a la vida habrá cortado.
Capote verde esperanza
y montera boca arriba,
disfrutaré de esa plaza
que contagia su alegría.
Igual salgo de amarillo
si me vengo muy arriba
y correré hasta que el llanto
ya no agote mi saliva.
Nunca he sido tan feliz,
nunca lo he visto tan claro.
Beberé de San Fermín,
de su gente, de su encanto,
porque en la calle Estafeta
nunca faltará un abrazo.
Siempre seré humano sí,
somos carne de fracasos,
pero también de sentir,
de saberse afortunados.
Por simplemente vivir,
por poder vestir de blanco,
por doblar de una estocada
a un enemigo tan bravo.