Archivo por meses: mayo 2018


Segundo y tercer clasificado del IV certamen

Segundo clasificado

“Encierro del seis de julio”, de Paco Lecumberri Ardanaz

Algo grave pasa cuando es seis de julio y no quieres levantarte de la cama. Cuando entre las sábanas te sacudes ahogado en tu pobre de mí, lidiando en tu cabeza con los seis meses seis desde que te empitonó la crisis. Cansado de que cada santo domingo enfiles la cuesta de la semana sin que el ayuntamiento o los mercaderes dejen en la estafeta la carta de tu próximo empleo y sin que recibas la llamada telefónica que te diga que has sacado la plaza a la que tanto ansiabas llegar.
Pero en medio de esa amarga oscuridad, una luz y un bullicio de niños entran por el toril de tu chiquero; son tus dos alguacilillos que vienen a sacarte de tu encierro gigante. Tras ellos, una mujer, blanca como una novia, trae un beso de seis de julio que te recuerda que sigues siendo el rey (y ella tu chica yeyé). Y se desploma tu prima de riesgo y sales de tu corralito y te entra el gusanillo de la víspera porque es seis de julio, porque estás vivo y todo empieza de nuevo. Entonces piensas que San Fermín, que todo lo ve, te bendecirá.

Tercer clasificado

“Abracadabra”, de David Martínez Abárzuza

Ni el mítico Houdini, ni el clásico “magia borrás”, ni siquiera el gran Juan Tamariz me hicieron creer tanto en la magia como esas tres palabras de aquel siete de Julio del noventa y seis.
Mis caderas se movían torpemente al son de la música de no recuerdo qué abarrotada peña, cuando de repente, mis ojos inevitablemente desviaron la mirada hacia un mechón de pelo rubio que descendía en bucle sobre el canalillo, hasta perderse en el generoso escote de aquella diosa. A los dos segundos, advertí la presencia de un individuo de unos ciento noventa centímetros de músculo, con camisa blanca impoluta y pañuelico recién planchado, mirándome con cara de oso Camille en ayunas.
El sobresalto hizo que mi mano temblara, con tan mala suerte que mi refrescante vaso de kalimotxo se vació sobre el fornido pecho del maromo. La música se detuvo y el olor a ira descontrolada inundaba todo el local, ¿dónde me golpearía primero?.
Mi cuerpo tiritaba de terror, estaba perdido. Todavía no me explico cómo y porqué salieron de mi boca esas tres palabras mágicas que salvaron mi vida:
– Viva San Fermín –
El muchacho sonrió, tendió su mano y repitió… – Viva San Fermín –


Los dos segundos y el tercer clasificado en el III certamen…

La embestida, de Teresa Mireya Zulaica Garamonte

Nos pilló por sorpresa el rápido recorte que hicieron por la curva de Estafeta. Venían frescos todavía y sus gestos no presagiaban un encuentro amigable, así que zumbamos quemando suelas rumbo a Telefónica. Los teníamos cerca. Nadie miraba atrás. Sorteábamos entre empujones al gentío congregado, que parecía no percatarse del peligro que nos azuzaba. En éstas andábamos cuando me pareció oír a Íker rezando al Patrón por lo bajini. Iba desencajado, como quien va a palmar. A mí, por si aún era poco lo que llevaba encima, me invadieron de repente unas ganas locas de soltar esfínteres… Pero estaba el percal como para pedir permiso. Iontxu, que no solía mover más músculos que los de la mandíbula, empezó a perder fuelle y pude escudriñar por el rabillo del ojo cómo era zarandeado por uno de los empecinados perseguidores. ¡Sálvese quien pueda! gritábamos para nuestros adentros. Javier se escoró hacia un pequeño portal en el vano intento de pasar desapercibido, pero un ejemplar rezagado se cebó con sus carnes. Me flojeaban las piernas. Tras mi cogote podía ya sentir el resoplar de la bestia. Al momento, mis nalgas percibieron el contacto. Me había embestido con su maldito látigo el peor kiliki de todo Pamplona: “Caravinagre”.

Los pitones, de Cristina Sádaba Elizondo

“Seis de julio, cielo despejado, 33º a la sombra y yo en Salou. Siete años, siete, lleva Ana arrastrándonos al apartamento de sus padres en esta primera quincena. ¡Hay que joderse! Y Ainara, que ya ha cumplido trece, ni nos mira, no levanta el pulgar del móvil de lo enfurruñada que está. Más me duele lo del pobre Julen: la criatura aún no sabe lo que es correr delante de un zaldiko o llorar con un cabezudo. Y ¡agárrate a la vuelta! Encima hay que aguantar las anécdotas del suegro en la peña, que él nunca perdona ni su bota ni su ajoarriero…”

A las doce en punto, enfundada en un tembloroso biquini rojo, metro ochenta de mujer nórdica y turgente cruza delante de nuestro Javi y éste, no sabemos si agradecido al capotillo del santo o a la sonrisa inmaculada de la moza, le guiña un ojo mientras susurra: “¡Viva San Fermín!”

Y este es el tercer clasificado:

Los toros como de hierro, de Manu Ramos Boría

De golpe se da cuenta de que Javier no está, ve a su marido con la nena sobre los hombros al lado del gigante africano que gira asombrosamente ágil, ambos con la misma sonrisa intacta. Javier es tan despistado, piensa, que ni se va a dar cuenta de que se ha perdido. Mira desesperada a su alrededor, Carlos III es un amazonas blanco y rojo. Y entonces suena su móvil. ¡Le ha escrito su número en el brazo! Se lo queda mirando como a un boleto de la tómbola premiado. ¿Señora? Dice una hermosísima voz dulce, tenemos a su niñito con nosotros, está muy bien, no se me preocupe. Los latidos de su corazón podrían reflotar el Titanic con la cena aún caliente en los platos. Le dicen que están junto a los toros como de hierro. Llega hasta ellos sin tocar el suelo. Son un matrimonio mayor venidos de algún país precioso, y le han comprado tantos globos a Javier que están a punto de irse volando los dos cuando se abrazan. Poniéndose pamplonicamente pesada logra invitarlos a pinchos y vino. Vaya locura ¿no? Dice en medio del gentío. No, contesta el hombre sonriendo, los locos nunca se divierten tanto.


Segundo y tercer clasificado en la II edición

Segunda posición: ISILTASUNA – Aitor González Ostolaza

Etengabeko burrunbak bizi gaitu egunotan. Lau egunean amaigabeko festa-zirimola. Lau egun, lau gau, lau entzierro, lau korrikaldi…. Edariak, izotza, merienda… hartu eta bagoaz zezen-plazara bidean. Bakerias txarangari irria eta festa dario, baina gaurkoa ez da ohiko doinua. Ate bat igaro, bestea ere bai, eta barruan gaude jada. Tendido Sieten gure betiko lekua hartuta, lehertzear dago lapikoa. Eguzkiak gogor jotzen du… Jandilla etxeko zezenak ditugu uztailaren 10 honetan. Badakit ondo, bai; gaur goizean euren artean ibili naiz eskapoan. Gaur goizeko korrikaldiko imajinak hartu du nire gogoa.

Capuchino deabru gorria; zeure begirada izuarekin igaro nauzu ziztuan; odolak soilik ase ahal zuen zure grina… Eta patuak Daniel jarri du zure adarrartean…-

Plazan gauden arima oro tente jarri gara bat-batean. Los Incansables-ekoen  El Silencio melodiak festa-urruma zurgatu du instantean. Minutu bat iraun du isilaldiak, eternitatearen aldeko harrabotsa bailitzan. Hitzik ez, xuxurlarik ez…; gorputz-enborrak eta ileak zut, zurrun. Inor ez da ausartzen errespetuaren ereserkia hausten. Heriotzak dolua gorde nahi dio bizitzari. Melodia mutuak Danielen irudia marraztu du. Txalo-zaparrada batek mundutartu gaitu zapidunok, gomuta batek eta berak gure arimak ziztatu dituen heinean: isiltasunak soilik lortu du 20.000 nafarrok behingoz ados jartzea.

SILENCIO

Estos días hemos vivido en un estruendo continuo. Cuatro días inmersos en un torbellino festivo. Cuatro días, cuatro noches, cuatro encierros, cuatro carreras…. Recogemos la bebida, los hielos, la merienda… y vamos camino de la Plaza. La charanga Baquerías irradia alegría y fiesta, pero el sonido de hoy no es el de siempre. Atravesamos una puerta, luego otra y ya estamos dentro. Nos colocamos en nuestro sitio de siempre en el Tendido Siete. El recinto está a reventar. El sol pega fuerte… este 10 de julio tenemos toros de Jandilla. Lo sé muy bien, si; esta mañana he corrido junto a ellos. Las imágenes de la carrera de hoy invaden irremediablemente mi memoria.

Maldito Capuchino, maldito diablo rojo; me rebasaste a toda velocidad con tu mirada huidiza; sólo la sangre podía satisfacer tu ansiedad… Y el destino puso a Daniel entre tus pitones…-

Toda alma que abarrota la Plaza nos hemos puesto en pie al unísono. La música de El Silencio de los Incansables ha engullido la algarabía festiva al instante. El silencio ha durado un minuto, como si fuese el chirrido de la eternidad. Ninguna palabra, ningún susurro…; los cuerpos erguidos y el vello de punta, inmóviles. Nadie se atreve a romper el himno del silencio. Como si la muerte deseara guardar duelo a la vida. La muda melodía dibuja la imagen de Daniel. Un aplauso atronador nos devuelve al mundo a los que allí estamos, a medida que un pensamiento unánime nos sacude el corazón: sólo el silencio ha conseguido por fin ponernos de acuerdo a 20.000 navarros.

Tercera posición: MÁS ALLÁ DE LA MEMORIA – Mireya Zulaica Garamonte

Ella le viste lentamente. Pone tanto cuidado. Él quiere ayudar en la faena, pero sólo acierta a mirar, a dejarse hacer, que no es poco. Empieza por la blusa, blanca impoluta, con el escudo de la Peña en el bolsillo, que ya no lleva el tabaco. Los pantalones después, primero una pierna, luego la otra. La faja roja anudada en el punto justo, con el sobrante colgando por la izquierda, como lo ha llevado siempre. Alpargatas nuevas. Es costumbre, aunque ya no se corra. Le entrelaza las cintas dulcemente. Y por último el pañuelo, bordado con la imagen del patrón. Él intenta decir algo, agita las manos… siente. Ahora lo coge por debajo de los hombros y lo encaja delicadamente en la silla de ruedas. Pasillo, rellano, ascensor, rampa. El rumor del bullicio se adivina en la calle. Paran junto a la puerta. Ella se agacha frente a él para ponerse a la altura de sus ojos. ¡Hay que animarse! le dice antes de darle un beso. Saca la bota,  echa un trago y, con un pequeño chorro, humedece los labios de su padre. Unas gotas de tinto caen sobre el pecho del anciano. La fiesta acaba de empezar.

 


Seguimos completando podio. Segundo y tercer clasificado en la I edición

2º clasificado: EL CHUPINAZO, de Ginés Mulero

¡Viva San Fermín! La mecha prende y el cohete sisea hasta ascender abriendo el trozo de cielo en júbilo. En la Plaza del Ayuntamiento llueve el cava y una explosión de cánticos incendia con benevolencia mi entrada en la mayoría de edad. Unánimes cantamos “Todos queremos más… libertad”. Como un solo cuerpo unido por una faja roja, vehementes, botamos. En un castellano roto, la muchacha escandinava que de frente me frota con sus senos exuberantes, duros como piedras, tararea en mi oído: “…porque bebiendo vi-no nos co-no-ce hasta el Pa-pa”. La sangre viaja en palpitaciones por la autopista de mis venas. Hemorragias varias de pudor aúnan esfuerzos concentrándose en un lugar común. Sus labios mojados de zurracapote sellan los míos y temo que el ajoarriero del desayuno la eche para atrás. Especulo que los de la Peña La Jarana que nos rodean se mofen… Mi ardor es abarcable y la rubia lo ataca, por encima del pantalón. Lejano oigo un “…que te ha pillao el carrico del helao”, y cierro los ojos imaginándome a Hemingway y San Fermin conversando sosegadamente sobre mí. Levanto las pestañas regresando al mundo. No está. Un río humano se la ha llevado. Pobre de mí…

3º clasificado: FIN DE FIESTA, de Alberto Montoya

Eran las doce pasadas. Sonaba la última traca del Pobre de Mí, y la gente, aunque ya en menor cantidad que otros días, alborotaba el ambiente, aún con ganas de fiesta. A su alrededor, las peñas animaban mientras la muchedumbre cantaba emocionada, los niños, jugando, evitaban a toda costa que se cayera la cera de las velas como si de un tesoro se tratara, para la gente joven aún daba tiempo para una última noche de excesos… No parecía un fin de fiesta, sino el comienzo de otra, como si los días no pasaran factura a los espíritus allí congregados. Recogió su manta, envolviendo con ella las gafas de plástico de dos euros, las pulseras de cuero ennegrecido y aquellos típicos sombreros de vaquero que tanto animaban la media altura de los bares. Nadie se había fijado en él, solo era otro vendedor de piel oscura y curtida, al que todos intentaban regatear hasta el empalago, otro “pobre hombre que tiene que ganarse el pan mientras otros derrochan sin parar”, como pensaban los que le observaban. Pero él estaba orgulloso, todo había vuelto a salir perfecto. Sigilosamente, se adentró en las oscuras calles, dejando atrás la fiesta. Su Fiesta.


El desfile vizarro.

12 de Julio.
Casco Viejo de Pamplona.
17:30 PM.
Hora taurina.

Fin de semana con todo lo que conlleva. Los «fuerapuertas» y guiris han tomado la ciudad. El Casco Viejo es un avispero. La reina de éste, un Cadillac blanco con un carburador que exige treinta 30 litros a los cien. Casi como la marabunta.

En su interior y resaltando sobre el cuero rojo, un hombre y una mujer en mitad de la ciudad ebria y jovial. Sin embargo, el gesto adusto de la pareja asusta. A pesar del jolgorio que se monta alrededor del coche. De manera siniestra.

Sin problema, enfilan por la calle San Gregorio. Dayana maneja el Cadillac y el Sensei, de nazareno y oro, saluda al gentío. Disfrazado de torero. Si se puede disfrazar un maestro de maestro. Desfilando.

Dicha seriedad le extraña a Papytu, que aprovecha el tener que echar el vidrio al contenedor situado enfrente de la Iglesia de San Nicolás. Fuma en un rincón un fino habano, descansando del jaleo.

El Cadillac ya está a la altura de la Iglesia y se adentra en el laberinto de bares que conforman la calle de San Nicolás.

El segundo detalle que espolea la imaginación de Papytu es el traje de luces del hombre. Un calambre le recorre su ya legendario bigote. Recuerda que el Sensei Del Hielo tuvo siempre predilección por los disfraces.

Todo el mundo yace bajo su propio disfraz.

El habano se le cayó de las manos

La muchedumbre clama ¡Torero torero! y se montan en el capó y el morro del coche. Grave error.

Ya entran en la calle San Nicolás. Papytu empieza a correr en pos del desfile bizarro. En la trasera del Cadillac, aparecieron sendos cañones de un calibre de la forma de un balón de balonmano.

Tan solo un instante y el horror. Pam. Pam. Boum. Boum. No es una canción de King África. Es algo peor.

Al principio la gente piensa en petardos. De esos hay muchos. Lo que es fiesta se convierte en humo y pánico. Todo confusión.

Cada vez que pasan por delante de un bar, abren fuego, haciéndolos saltar por los aires. Sin parar, como lo haría un galeón pirata. Andanada va, andanada viene. El carro de la muerte prosigue imparable.

La estampida y la confusión como aliados. Todo el mundo intenta huir del lugar. Menos una nariz a un bigote pegado, que con sorpresa, observa cómo el Cadillac para en la puerta del bar donde trabaja.

Al detenerse, se encrudecen los cañonazos, a un ritmo que hace retumbar el pecho de Papytu. Alzando la voz de manera casi mítica por encima del griterío:

-¡Sensei, estoy aquí!

Éste, se con lentitud, se vuelve. Tal vez sorprendido de verle. Una sonrisa de hielo le ilumina el rostro. Con estupor. Se rehace:

-Ya iba siendo hora de ajustar cuentas, Papytu.

Tras el estruendo de los cañonazos, un silencio se mezcló entre el polvo y la humareda. El escenario está preparado para la última batalla.