Completando el cuadro (clasificados 7º al 10º) 5
7º clasificado: «Nos encontraremos» de Paula De Andrés Elizari
Te encontraré. Con el tiempo reposando en las pestañas y alguna arruga más, acusadora de los años pasados desde aquel siete de julio. Subirás por la calle Estafeta sintiéndote orgulloso de haber corrido otro encierro. En tu mano, una cerveza; no podía ser de otra manera.
Me encontrarás. Con la mirada ardiendo y mi expresión seria, la que decías que me volvía tan guapa. Bajaré por la calle Estafeta dejándome llevar por la corriente blanca y roja. Suavizaré los labios y, finalmente, te sonreiré. En mi mano, una cerveza; no podía ser de otra manera.
Tú alzarás tu vaso hacia mí, imperceptible, queriendo decir: hazme volver a sentir como cuando nos comimos Pamplona a bocados en ocho madrugadas. Yo responderé al brindis desde lejos, queriendo decir: hazme volver a sentir como cuando me esperabas en lo alto del vallado para besarme.
Nos temblarán un poco las manos. La espuma de mi cerveza se balanceará cuando mi hijo me estire de la faja porque viene Caravinagre. La espuma de tu cerveza se balanceará cuando tu mujer te saque a bailar tras la charanga. Y entenderemos, ya tarde, que no debimos bajarnos de aquella noria: la de los únicos Sanfermines que han importado nunca.
8º clasificado: «La crisis del sector» de Mikel Arilla Álvarez
—No te apures, Caravinagre. Los tiempos cambian. Lo que deberíamos hacer es pensar en cómo innovar, diversificar los ‘vergazos’… Es cuestión de organizar una tormenta de ideas.
Solamente Patata parecía convencido de poder dar la vuelta a la situación. Barbas y Napoleón, apostados en la acera, sucia y pegajosa, apoyaban la barbilla en las manos, cabizbajos, mientras cuatro mozos beodos les incitaban junto a la puerta de la Sociedad Gazteluleku. Coletas pegó una sonora palmada en la espalda de Berrugón y sobresaltó al resto.
—¡Ya lo tengo, compañeros! ¡Hagámonos youtubers! Contamos nuestras andanzas, ponemos vídeos de persecuciones graciosas… nos conectamos con el público objetivo que estamos perdiendo —exclamó.
Caravinagre hizo honor a su nombre y emitió un gruñido de desaprobación.
—Si precisamente es por los dichosos móviles por lo que se nos están escapando los niños. Da igual que corramos como guepardos detrás de ellos. No es que no tengan miedo… ¡es que les da pereza sentirlo! —dijo.
De repente, una niña de unos siete años, de cara pizpireta y sonrisa amplia, se plantó delante de ellos, sacó un martillo de juguete y lo estampó en la nariz de Caravinagre, dejándole petrificado.
—¿Un sorbete, chicos? —preguntó resignado Berrugón.
9º clasificado: «Érase una vez…» de Jesús Gella Yago
La plaza está cerrada y los carpinteros desmontan los vallados. Los balcones siguen llenos, sobre el del ganado se impone el olor a churros, llega música de gaita y tamboril. Las carreras se celebran con abrazos y los cuerpos demandan almuerzo.
Ha sido la primera vez de Ernesto. No ha podido coger toro y ha perdido una zapatilla. Se reúne con sus dos hermanastros en Telefónica. Ellos han bordado el último tramo y se burlan de su pie descalzo. Su padrastro también lo hará, siempre dice que no vale para correr. Si la vecina no le hubiera prestado la faja de su marido y aquellas zapatillas tan cómodas, no se habría animado. Por eso lamenta haber perdido una y quiere ir a buscarla.
Baja por Estafeta y entonces la ve, doblando la curva de Mercaderes. Tiene su edad y el pelo castaño recogido, aunque un mechón le parte la frente. Al localizar al chico que cojea explorando portales y bordillos, agita la zapatilla en alto.
—Pruébatela para asegurar que es tuya —dice ella medio en broma.
Ernesto se calza la zapatilla y cruzan una sonrisa.
Es temprano y falta mucho para las campanadas de medianoche. A San Fermín le queda magia de sobra.
10º clasificado: «Ensayo antropológico (Dr. Jenssen)» de Carlos Servent Mañes
Al acabar el acto disfrutamos de un pequeño ágape. En el paseo hasta el centro, la gente en la calle también cumplía el protocolo de la ropa blanca y pañuelico rojo. Llegamos a la plaza del Castillo, había un gran bullicio con los gigantes y cabezudos y el sonido de las gaitas. Unas cervezas antes de comer y después a los toros. De allí salimos junto a las txarangas y recorrimos las calles bailando “Paquito el chocolatero”.
Tomando vinos en la Estafeta, parecía que todo el mundo hablaba a la vez.
Me invitaron a cenar en una peña, había muchísima gente, ningún conocido pero ya todos me llamaban Patxi. Estofado de toro con vino rojo y luego algo de pacharán hasta el amanecer, para ver el encierro.
Dos días más tarde, mi mujer, al recogerme en el aeropuerto de Oslo para ir a casa me preguntó por la conferencia en la universidad de Navarra y mi estancia en Pamplona. Me vino a la mente la imagen de Arantxa preparando con las manos los bocadillos de ajoarriero, sacado directamente del enorme barreño de color verde en el alero de la plaza de toros y le dije: “Todo bien, sólo que el bacalao lo preparan diferente”.