X Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
VALS DE TODOS
Raquel Verdes Tainta
Hoy es viernes, 6 de julio, Xabier entra en casa de su madre sigiloso,Julia lleva año y medio padeciendo alzheimer y se desorienta al despertar. Cuando se levanta, le da los buenos días le prepara el desayuno y le pinta los labios de rojo como ella hacia hasta hace unos años. Xabier va hacia la habitación y la viste con la ropa blanca mas radiante que ve en el armario, le coloca el pañuelo en el cuello, le besa en la frente y le dice:
-«Felices San Fermines, Ama».
Julia esta con el morro torcido, últimamente no le gusta salir, pero la cara le cambia al ver a tanta gente cantando, riendo y bebiendo algún vinico que otro. Se sientan en el Café Iruña para comer un pintxo y en ese momento, por una de las bocacalles aparece una txaranga,detrás un grupo de personas va coreando la canción, cantan el Vals de Astrain, a Julia de repente se le dibuja una sonrisa en los labios. Su hijo le abraza y le oye a su madre cantar:
-«Que son en el mundo entero unas fiestas sin igual, riau riau»
Xabier no puede contener las lagrimas es la primera vez que ve a su madre recordar.
CARMEN
Blanca Goñi Allo
Cada 6 de julio, a las 8 de la mañana, mi abuela abre ceremoniosa su armario y saca una blusa y una falda blancas. Las plancha mientras tararea el Vals de Astrain y, poco antes de las 12, se sienta muy cerca de la televisión y contiene la respiración hasta que el cielo de Pamplona estalla. Después nos sumergimos en la multitud de la Plaza del Castillo y buscamos mesa en el Café Iruña, mientras me cuenta que ahí al lado, en La Perla, se aloja su amigo Ernest, ‘ese americano con barba blanca que se vuelve loco con los toros’. Comemos en el Txoko, tras asegurarle que en Las Pocholas no había mesa y me la llevo a la corrida porque quiere que vea torear a Antonio Ordóñez. Y cuando por fin la llevo a casa, la meto en la cama como si fuera ella la veinteañera que vuelve con las primeras luces del alba. Los 364 días restantes, mi abuela tiene 92 años, no recuerda su nombre y convive con otro extranjero, no Hemingway sino Alzheimer. Pero cada 6 de julio, mi abuela vuelve a ser la joven Carmen que conoció los sanfermines cuando se convirtieron en la Fiesta.
ESQUIVANDO
Calamanda Nevado Cerro
Siete de julio, aquí estoy encomendándome al Santo y repasando: “A San Fermín pedimos por ser nuestro patrón, nos guie en el encierro y nos de su bendición” creo que es de los Iruña´ko. Esto funciona.
Off. Las ocho en punto ¡Dinamitan el primer cohete! Qué cosa más bonita las puertas del corral abiertas.
¡Segundo disparo, los toros han salido! A correrrrrrr. Somos cientos. Voy a convertir el aire en queroseno por La Estafeta; me despegaré antes de entrar en la plaza. Aunque tenga piernas de soldado, sea una pluma, y esquive los bordillos; ahí se sienten los bufidos y las miradas negras clavarse en las pupilas.
¡El tercero! Apurando; arraio no está despejado. Venga ya, no hay hueco. Al final entro con la manada al callejón de la plaza, ciego, con cojera y lágrimas.
-¡Avisan con el cuarto! Ya están en toriles.
Agur chavales, mañana más, a por otra carrera como esta; tres minutos y ochocientos veinticinco metros recorridos. Así hasta el catorce de julio si San Fermín quiere. Qué palo si se cabrea; arraio no, que llevamos toda la vida juntos.
Zuretzat, hijo. Aunque me vuelva loco vuelvo a correr con tus cenizas y tus amigos. ¡Son difíciles estos encierros virtuales!