Archivo por días: 22 de agosto de 2018


X Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

UN SEPTUAGENARIO EN LAS PEÑAS

Francisco Fidel Eguaras Monreal

Mi ilusión por los Sanfermines es como encender, cada 6 de julio, una cerilla de una caja que contenga tantas unidades como años quiero vivir. Los fósforos sin arder esperan la suerte de correr al fuego en el siguiente chupinazo, al igual que mi incesante deseo de subsistir un año más.

Total, que, si pillo entrada entre las sobrantes de las peñas, ¡a los toros! Magras con tomate, pan de Arguiñáriz que empuja la flora intestinal, y bota negra con clarete de Cirauqui para quienes estén, a mi lado, en la andanada. Al final de la corrida, al ruedo por graderío y, con Oberena, en la puerta principal.

Si no consigo pase, ¡a mi bola por la Media Luna!, a ver gente del hampa, hasta unirme, después del último toro, en la arena, a los del Bronce, y brincar con guiris americanos que no saben mover las piernas, al son de la música callejera, ni beber de bota.

Así, hasta entrada la noche, en que me remojo al chorro de la fuente de Descalzos y…a dormir a casa hasta mañana, canturreando “lamá, lalilalá, lelimala, lalalemo”, en una especie de soliloquio inarticulado que sólo entiendo yo y Arrabal el de “Triciclo”.
 

TXISPUN

Maite Hernández Fernández

Bailo, me río, camino, los pies ya casi no me siguen, en mi cabeza retumban todas y cada una de las notas escuchadas , todo lo vivido
,!ya en mi cama!
Y mañana….lo seguiré viendo todo en blanco y rojo? … 

RESPETO

Eduardo José Viladés Fernández De Cuevas

Ya no es lo que era.
Cuando yo venía la gente se respetaba, se reía a la cara del sufrimiento y, a pesar de que la situación política era escalofriante y opresora, durante una semana la ciudad se convertía en su propio bufón.
Olvidaba la compostura y la reemplazaba por la algarabía y el regocijo.
Vine por primera vez en 1923.
Tenía solo 24 años y me acompañaba mi mujer, Hadley.
Miles de personas nos agolpábamos en la Plaza del Ayuntamiento.
Nos respetábamos.
Desde ahí, cantábamos y bailábamos el Riau Riau hasta la calle Mayor.
Nos respetábamos.
La última vez que acudí a Pamplona fue en 1959, cinco años después de ganar el Nobel.
A pesar de que la política no nos respetaba y mantenía a España sumida en la penumbra, el sanferminero sí que lo hacía. Era de ley.
Hoy veo lo que sucede desde mi tumba.
Mi tumba no está en el cielo, más bien en el infierno. Nunca fui un escritor al uso, nunca me dejé avasallar por la marabunta. Y, aún así, saco la cabeza de esa tumba infernal en la que vivo y quiero volver a meterla.
¡Iruña, despierta!
Exige ley, exige respeto, exige feminismo, exige igualdad.