Archivo por días: 10 de septiembre de 2018


X Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

SOÑAR EL 5 DE JULIO

María Luisa Serrano

La ropa blanca, las fajas y los pañuelicos ya están fuera del escondite. El abuelo me cuenta en secreto que ya ha visto a Caravinagre. Papá no habla mucho cuando se acerca el chupinazo, solo cuando volvemos del Riau riau. Los toros ya están en los Corralillos del Gas. La despensa rebosa: acabamos de llegar de Santo Domingo. Pan, huevos, tomates, patatas, huevos, vino, zumos, chistorra, mortadela, magras. Cenaremos todos los días en la Ciudadela. Los primos de Madrid y Ciudad Real han vuelto. Las barracas están casi listas. Las tiendas ambulantes llenan las calles del atuendo sanferminero “para los despistados”, dice mamá. Y en la Mañueta casi se oye el aceite hirviendo.

Hemos cenado y hemos salido a tomar un helado a la Estafeta. Papá siempre sonríe más allí y nos dice a Félix y a mí que algún día nos explicará el porqué.

«Papá, ¿qué nos explicarás?».
«Eres pequeña».
«No. No lo soy. ¿Por qué? ¿Por qué?».
«Duerme. Si no, mañana no querrá jugar contigo Caravinagre.»
«Papi… ¿me cuentas un cuento?».
«Si después te duermes».
«¿Vale si lo intento?».

Sueño con la ilusión infantil de un 5 de julio. Sueño porque nunca existió. 

SAN FERMÍN ES ESTO!

José Luis Foncillas Elso

Almuerzos de huevos fritos con txistorra, jamón y patatas, anudarse el pañuelico con un nudo en la garganta, acordarte de los tuyos que se fueron para siempre, abrazos emocionados con los que sí están, más abrazos efusivos con conocidos que el día seis no sólo saludan sino que se te vienen arriba, esa multitud bailando al son de los gaiteros, los pelos como escarpias, vermuts que se alargan, comilonas, cenas, amaneceres, madrugones, dianas, encierros, chocolate con churros, salida de los gigantes, niños al hombro o en silleta con gafas de sol y resaca a cuestas, el balcón del amigo en la calle Mayor, el Santo en la calle, la jota, la aurora, el agur jaunak al txistu, la pamplonesa atronando por Espoz y Mina a eso de las seis de la tarde -¡como suena oigan!-, un gin tonic en la mano, las peñas desfilando, los toros en sol o en sombra, la merienda suculenta, el mojito o el sorbete después, el torico de fuego de la mano de tu txiki, el encierrillo en silencio a la luz de la luna, los fuegos al cielo, las noches interminables, las despedidas, el pobre de mi, el todos queremos más, el ya falta menos… 

ALENTANDO LO INDESTRUCTIBLE

Carlos Bonal Asensio

En cierta ocasión, todavía ataviado con la indumentaria sanferminera tras la finalización del último encierro, me encontraba indubitablemente exhausto tras el descomunal esfuerzo que supuso para mí emprender la veloz carrera que me condujo hasta la plaza. El ritmo impuesto por los nobles e imponentes bóvidos hizo flaquear mis fuerzas, pero bajo ningún concepto conllevó mi retirada de la hazaña por desistimiento físico. Todo lo contrario, aquella extenuación me henchía de satisfacción, contribuyendo a ensalzar los sentimientos albergados en mi memoria tras cinco décadas de ininterrumpida participación.
De repente, un joven de no más de veinticinco años se me acercó y, apoyando su robusta mano sobre mi espalda, me dijo:
-Buenos días, ¿carrera exigente la de hoy, verdad?
-En efecto- le respondí, con una voz quebradiza.
-Y dígame, ¿qué edad tiene usted?- quiso curiosear con avidez.
-Setenta y cinco veranos sobre mis espaldas, ¿no está mal, eh?- le contesté animosamente.
En aquel momento pude ver su rostro atónito, fruto de la estupefacción momentánea surgida a raíz de mi respuesta.
-Este año -proseguí- retorno para evocar el amor indeleble hacia mi difunta esposa. La conocí cincuenta años atrás cuando, sorpresivamente, la atisbé sentada en esta misma plaza, este lugar de bravura, nobleza y amor infinito.