X Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
LA CALLE ES MÍA
Nerea Eneriz Sanchez
6 de julio, en un minuto, mediodía. Con el pañuelico en alto, a la espera del estallido siento la emoción y pienso en todas las decisiones que he tomado esta mañana: ¿Pantalón largo o corto? ¿Una copa más en el almuerzo? ¿Acercarme a la plaza del Ayuntamiento o ver el chupinazo desde casa?
Mi miedo, con su agria voz, alimentada por la tradición y lo aprendido respondía a esas preguntas: Pantalón largo, no vaya a ser que te llamen “puta”; no bebas tanto que dudarán de tu palabra; quédate en casa y así estarás segura.
No soy una persona valiente, pero estoy harta de escuchar al miedo, porque no sabe que a pesar de todo, lo que me hagan NUNCA será mi culpa.
Estas son mis fiestas y las de mis amigas. Las de mi madre, las de mis abuelas y mis hijas. Las de las mujeres que, además de ser discriminadas por razón de su género, también lo son por su raza, identidad sexual o por su diversidad funcional. Este momento es de todas nosotras. Estas son nuestras fiestas, donde “la ciudad de las luces” comprende que “No es no” y que todos somos iguales.
El miedo es mío, pero la calle también.
PROMESA
María Vallejo Munarriz
Sala de espera del hospital. A tope. Reina el blanco. El de las batas, impolutas, de los médicos y el de los uniformes, en una gama que va del inmaculado al marrano, de los pamplonicas que van y vienen. Blanco de las camillas, de las paredes. Todo es blanco, hasta mi mente está en blanco. De pronto, me viene a la cabeza su frase de hace unos días.
-No te preocupes. No me va a pasar nada. He subido el Aconcagua, he hecho rafting, he corrido maratones… Pero no me puedo morir sin volver a Pamplona y correr el encierro.
-No digas esa palabra.
-¿Morir? Ya sabes que me queda poco. Y quiero cumplir ese sueño. Se lo prometí a mi padre. Quiero vivir esa sensación única, por mis raíces, por él, por mí.
Y ahora el recuerdo de esa conversación me ahoga. No ha habido manera de evitar que corriera. Ahí está. En el quirófano. Ningún médico me cuenta nada. No hay nadie de la familia. Solo yo. No me sorprende. Yo nunca le he fallado. Tampoco le habría fallado su padre.
-¿Familia de Diana Iriarte?
Doy un respingo.
-Soy Elena, su mujer. ¿Cómo está?
La médico se acerca. Sonríe.
VOLVERTE A VER
Saioa Torres Saez
Un año más aquí.
Concentración, miedo,… miedo no, respeto; si respeto. Respeto hacia ese que en breve correrá detrás de mí; con ganas de alcanzarme; de hacer jirones mi ropa para lanzarme al aire y dejarme caer como un trapo.
Mi corazón late rápido, como lo harán mis piernas en cuestión de minutos.
Son minutos largos, quizás eternos. Los nervios se apoderan de mi, cierro los ojos para relajarme y pensar en la carrera.
Solo escucho mi respiración y el latir de mi corazón. Abro los ojos para entonar, junto al resto de mozos y mozas, la petición a San Fermin; periódico en mano, brazo alzado, y un único deseo… no volver a caer.
Suena el chupinazo, la basura de los toros resuena en la calle. Y mi única misión esta vez será llegar sin ser corneado, una carrera limpia.
Comienzo mi carrera, y ya los siento detrás de mi; su respiración en mi nuca me avisa de que está cerca, siento que me roza pero sin tocarme; pasa de largo y se une a la manada camino a los toriles.
Y pañuelo en mano, me voy de los Sanfermines con tristeza y felicidad. Bonita carrera, pero faltabas tu amigo, compañero.
Gora San Fermin.