Archivo por meses: octubre 2019


XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

ALMA GIGANTE

Idoia Gaston

Se abría la caja de metal, como cada año desde el 2050, cuando el ayuntamiento cambió la compañía que lo fabricaba. Una espera a la que ya se había acostumbrado. Su traje cobraba vida y su alma veía la luz después de una larga hibernación.
Estaba preparado para el gran momento de los días siguientes: la calle, el fervor de la gente, el ruido de los tambores, la alegría de la fiesta. Se sentía pletórico. Especialmente cuando bajaba la calle Estafeta, que había cambiado el empedrado por el asfalto, y comenzaba el recorrido.
Su altura le permitía ver de cerca los balcones abarrotados de gente que le «flasheaban» con los últimos modelos de cámaras pero su cuerpo no perdía el control del baile. Eran muchos años de experiencia almacenados en su cabeza y los trajes habían sido programados para bailar al son de la música. El blanco y rojo teñía la calle y se sentía orgulloso de los colores de su ciudad pero, sobre todo, de las caras de los niños que le miraban desde abajo con admiración.
La tecnología introducía cambios pero la tradición seguía intacta. Las almas de los gigantes movían los trajes y el baile agitaba, un año más, la ciudad. 

FIESTA

Ana Isabel Velasco Ortiz

Esta ciudad es mi hogar. A ella regreso en la fiesta de San Fermín. Día tras día, contemplo los encierros y, aún, me sigue conmoviendo el correr de jóvenes al compás de los astados.
Gritos de ánimo se enredan con expresiones de pánico cuando alguien está en peligro de ser arrollado. Ese bullicio único, irrepetible que anima calles y balcones es un hechizo que me tiene preso desde el instante que llegué a este lugar.
Con el atardecer, los turistas cesan en sus fotografías. Me siento libre. Aligero el paso. Me acomodo en cualquier terraza. Observo el ir y venir de gentes. Aspiro su risa, su entusiasmo…y esos fuegos artificiales que, iluminan la noche, me llenan de nostalgia.
El cielo comienza a clarear. Camino sin prisa. Dejo de ser espíritu andante. Me hago granito y ocupo el pedestal que lleva mi nombre. Ernest Hemingway.
 


XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

LA CARRERA DE MI VIDA

Luis Martínez-abarca Martínez

Siempre quise participar en este encierro, el más famoso del mundo, el más genuino y sugestivo. La emoción extrema, quizás el miedo, me hacía temblar justo antes de la carrera. Toda esa adrenalina se desbordó durante el corto trayecto hasta la plaza. Jadeando miraba a derecha e izquierda. En una ocasión me vi rodeado por esas bestias; eran más grandes de lo que pensaba. Pero el pánico no me atenazó y salí indemne. Poco más allá pude ver a alguno de mis amigos, frenéticos como yo. Estaban bien. En la curva de Estafeta resbalé, pero me repuse al instante. Todo menos caer. Me acercaba al final y crecían mis expectativas de terminar con bien y poder ejecutar el plan que tanto había reflexionado.
El sol me deslumbró al entrar en el ruedo. Mi cansancio no evitó que reuniera voluntad y fuerzas renovadas para cruzarlo aceleradamente. Unos últimos pasos bien medidos y un enorme salto me permitieron pasar por encima del burladero hasta las primeras filas del tendido. Allí provoque el pánico que estaba buscando, decenas de personas se apartaban aterrorizadas. Mi pitón izquierdo rozó la pierna de una de ellas. Para lo poco que me queda, deseaba un protagonismo rutilante. Efímero sí, pero rutilante. 

VIBRATO

Marga Gutiérrez Diez

No era mi intención. No en ese día. Aguardaba agazapado para no ser visto. No estaba sólo. Rodeado y vigilado. Éramos más. No podría decir un número aproximado. No con certeza. Era una desorientación constante. Como que nadie mencionó que se hiciera de noche. Como cuando cruzas calles paralelas iguales transversales similares. Y escuchaba el rumor, susurros constantes, la marabunta encendida, la vida en segundos. Con banda sonora de estéreo de altavoz. Voces agudas que conversan. Charangas incongruentes. Porque hay un rumor, un ultrasonido, un vibrante sonido humano que entra y se queda por un tiempo en ti. Vibrato de fiesta. Vidas acústicas. Y así estuve con párpados pesados y luz interior. Pólvora encendida. Brota la chispa y surge el color. Liberado resurjo. Y desde ahí las veo, a todas y cada una. Personas. Ahora rojas. Ahora blancas.Sin filtros, sin óptica angular, en un tres sesenta que me descubre la ciudad. Nacer para morir. Morir para iluminar. Disparo de luz que simula el día. No volver a escucharlas será terrible. Una larga noche. Seguirán en su fiesta ensordecedora, en su propia explosión. Ahora casi imperceptibles triunfa el silencio. Como si no importara nada. Y no, no era mi intención. No morir ese día.  


XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

UNA LIMOSNA PARA IMANOL

Paulino Fernandez Merayo

Es de suponer que la fiesta no empieza hasta el chupinazo, pero Mario se colgó aquel hábito de cura redentor y se paseó por todo el centro de la ciudad recaudando dinero para una buena causa: que Imanol, el mendigo que todos los días dormía en un banco de la plaza del Castillo, lo hiciera estos días bajo techo.
No son los días más propicios con toda esa muchedumbre desparramada por toda la ciudad, para que alguien sin techo se aproxime a la fiesta en son de paz. Y más cuando llegó caminando desde Roncesvalles en busca de Santiago y no tuvo más alpargata para seguir.
¡Una limosnita para las almas!, repetía Mario una y otra vez. Esas almas que vienen a nuestra fiesta con toda la ilusión y algarabía que pueden, y se van nueve días después cargadas de aquel material tan duradero e infinito llamada amistad. No todo el mundo lo reconoce, se está a muchas cosas, pero aún así, en los rostros, en las manos y en los pies quedan suficientes marcas para saber que una limosna no es en vano. Imanol se lo agradecerá y San Fermín también.
 

MI PRIMER ENCIERRO

Angelo Cacciola Donati

Estaba todavía cansado por el largo viaje que hizo para cruzar media península. La noche anterior había visto mucha gente, pero se había sentido incomodo ya que todos lo miraban con demasiada insistencia. La cena había sido abundante y el lecho muy acogedor. Se durmió pronto, a pesar del griterío que se acercaba y soñó con las amplias praderas dónde había vivido hasta entonces. Por la mañana se despertó entre gritos y música. Sin darles tiempo a comer algo y a mojarse la cara, se concentró junto a los colegas en el patio y, sin razón aparente, empezaron a correr subiendo una empinada cuesta. Todavía medio dormido no se enteraba de lo que pasaba a su alrededor. Algunos le daban palmaditas sobre la espalda y otros le miraban atemorizados. El corría adelante junto a sus amigos sin importarle el gentío. Justo en una curva resbaló y, sin querer, rozó alguien que empezó a gritar, lamentándose. ¿Qué habrá pasado? – se preguntó. Algunos minutos más tarde, siempre corriendo, entraron en un gran edificio con forma circular y repleto de gradas. Allí se sintió atrapado y encerrado, aun desconociendo su destino final. 


XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

«CLICK»

Josetxo Campión Ilundain

Todas las tardes meriendo con mi abuelo, Tomás. Algo hizo “click” en su cabeza robándole sus recuerdos más queridos y profundos.
Entre galleta y galleta me mira, sonríe y estos, lo van llenando y empapando todo; la habitación, su alma, nuestras emociones…
Entonces me habla de la Torre de San Cernin cuando advertía a golpe de badajo, que la amanecida y el miedo ese día eran cárdenos.
Del cohete rasgando los cielos de Iruña; del vallado y Sergio, el carpintero.
Del muro con el San Fermín de La Cuesta. Algunas veces balbucea con voz pastosa y lengua seca la coplilla que tantas mañanas de julio tembló en su garganta, minutos antes de volar por Santo Domingo con un haz de cuchillos a la espalda.
Me habla de su amigo Txomin, mozo chaparro y corajudo con el que cien, doscientas veces compartió adoquín jugando a no morir.
Hay momentos en los que creo percibir el aroma a orines y boñiga de toro.
Para mí, el último romántico del encierro.
Su cabeza vuelve a hacer “click”. Las brumas lo envuelven; desaparece de nuevo; mi abuelo Tomás se queda vacío.
Tomo su mano, mientras en silencio galleta a galleta seguimos merendando.
 

SUEÑOS DE SAN FERMÍN

Victoria Alvarez Musetti

Quería repetir. La noche anterior durmió como otra cualquiera, se le hizo un poco tarde y subió lo más rápido que pudo al casco antiguo para ensayar. Mientras se ultimaban los detalles del escenario tuvieron un rato libre en el que aprovechó para comer unos garrotitos de chocolate que alguien había comprado. Cuando iba a morder otra de las pastas, le avisaron que era la hora de salir y fue corriendo hacia las escaleras. Al pisar el primer escalón se le enfriaron las dedos y sintió en la garganta el último bocado. Alguien lo empujó para que siguiera. Ahora la plaza entera lo miraba a él, aunque había veinte personas más sobre el escenario, sentía que le miraban a él. Llegó el momento de empezar, sus labios rozaron la boquilla de la trompeta, temblorosos y rígidos como si fuera la primera vez que besaba a alguien. Las manos eran seres incontrolables y tuvo que fijarse si colocaba bien los dedos. Dio la primera nota y su mirada se trasladó al pañuelo rojo que se había atado a la muñeca. Ya no temblaba, pero se preguntaba cómo le diría a su madre que quería repetir las decisiones, solo quería quedarse en esa plaza para siempre. 


XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

LA AUSENCIA DE LOS GIGANTES REYES OCEÁNICOS

Joaquín Collado Sevilla

-He sentido el chupinazo, mi Reina. Deberíamos estar allí. Desfilar en comitiva con el resto de la realeza y con los cabezudos, kilikis y zaldikos. Hacernos acompañar y bailar con tambores, gaitas o txistus… ¿Acaso, no os conmueven sus fuegos artificiales o la traca desde la plaza de los Burgos?.

-Sí, mi Rey… Pero, me impone aquella marcha a vísperas y el encierro que vivió Su Majestad. Verdad es que ya no hay riau-riau y que se siguen guiando toros y cabestros por su casco viejo. Cierto que cada año se forman montones y se cornean blancos de pañuelo y faja roja. Pero aquella última vez fue un Rey de Oceanía, con sus cuatro metros de altura, el que impidió avanzar la marcha y el que corrió como un “patas” el encierro para acabar embestido en la calle Estafeta y volar al callejón.

-Sufrí vuestra angustia, mi Reina. Mas, fue la mayor grandeza de los Sanfermines la que me hizo sentirme mozo y no gigante. Y ahora es nuestra ausencia allí la que me impide sentirme Rey. Sueño con volver a Pamplona y desfilar como gigantes y Reyes oceánicos, porque, pobre de mí si no es así… Habrán “acabao” mis fiestas de San Fermín. 

LA PERSPECTIVA

Pelayo De Las Heras

En el aire flotan efluvios de vino. Me atuso la barba desde el balcón: se oye mucho ruido. La plaza a la que da nuestro hotel está llena de gente de todo tipo. Hay un hombre rubio que se tambalea, pero a la derecha del todo hay una familia sentada al borde de una pequeña fuente. Mar, le digo, ¿puedes atarme el pañuelo? Llegamos el día anterior de noche, con las farolas iluminando las estrechas calles de la antigua ciudad. El taxi no puede entrar hasta cierto punto, así que seguimos caminando, con las maletas rebotando contra el pavimento empedrado, hasta la puerta del hotel.

Nuestra habitación se encuentra en un tercer piso. Desde aquí Pamplona se recorta contra el cielo. Los edificios bajos y la catedral forman una línea irregular. Se asemeja al pulso del paciente en un hospital: por eso me gusta que nunca acabe al mirar el horizonte. Me doy la vuelta y la veo: su corto cabello rubio destaca contra el pañuelo rojizo. Es casi granate, la humedad del baño lo ha empapado. Le pregunto que si podemos bajar ya. Me sonríe. Cojo la tarjeta y cierro la puerta. Me siento a punto de saltar al campo de un estadio.