XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
IDIOMAS Y COMPRENSIÓN
Marcos Pérez Barreiro
Menos uno, hablaba diversos idiomas con sobrada fluidez. La fluidez que, a las ocho, corría tras ella. Ya que, creía ciegamente en el buen uso de la reunión de las masas. Las que le indicaban que cada astado era un animal a comprender. Que la exigencia es máxima cuando estás rodeada de gente. De personas que desean lo mismo que tú: disfrutar de la fiesta. Tanto que, tal vez, por eso había aprendido a hablar de toros cuando las circunstancias eran necesarias. Cuando el valor era una vestimenta pintada de blanco. Una vestimenta con porvenir. El de un mes de julio en compañía de un buen amigo. El que hablaba un único idioma con sencillez. El del pincel. Ese que ahora le recuerda que el año pasado fue feliz. Tanto, que salió de, improvisto, en busca de su cámara. La que llevaba en el bolsillo de la comprensión. La que le susurró: lo has conseguido. Has llegado a la plaza por segunda vez. Y, eso, merece un premio. El premio del recuerdo retratado. Tal vez, el que calla. Es mudo como el gemido de esos toros que no escuchó durante la carrera. Sencillamente, se dejó llevar por el axioma de su excelente entendimiento animal.
15 DE JULIO, TAMBIÉN SAN FERMÍN
Aurelio Martín Pérez
El “Pobre de Mí” retenía a mi padre en Pamplona hasta el final.
Cada 15 de Julio a la una del mediodía, mi hermana y yo apartábamos los visillos, nos poníamos de rodillas en la poyata y nos pegábamos como ventosas a la ventana del comedor a esperar.
Pi-pi-pi-píiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, sonaba el claxon anunciando que mi padre volvía de San Fermín. Saltábamos y corríamos a abrir la puerta y nos lanzábamos a sus brazos para que nos contara todo.
Nos daba las pastillas de café y leche de “Dos Cafeteras”, ponía el casete con las canciones de moda de esas fiestas y con voz ronca por los cánticos del día anterior, narraba cómo había sido otro San Fermín que sumaría a muchos más. El ladrillo de caramelo delicioso se iba deshaciendo en nuestra boca mientras íbamos por calles de blanco y rojo salpicadas de encierros, charangas, kilikis, reencuentros, presentaciones y anécdotas.
Al año siguiente nos llevó a San Fermín. Mi padre nos dio la mano y nos condujo por todos los rincones para protagonizar y encajar lo que durante tanto tiempo nos habíamos imaginado siendo niños.
Impresionados, nos enganchó a la droga dura de San Fermín para siempre.