XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
UNA LIMOSNA PARA IMANOL
Paulino Fernandez Merayo
Es de suponer que la fiesta no empieza hasta el chupinazo, pero Mario se colgó aquel hábito de cura redentor y se paseó por todo el centro de la ciudad recaudando dinero para una buena causa: que Imanol, el mendigo que todos los días dormía en un banco de la plaza del Castillo, lo hiciera estos días bajo techo.
No son los días más propicios con toda esa muchedumbre desparramada por toda la ciudad, para que alguien sin techo se aproxime a la fiesta en son de paz. Y más cuando llegó caminando desde Roncesvalles en busca de Santiago y no tuvo más alpargata para seguir.
¡Una limosnita para las almas!, repetía Mario una y otra vez. Esas almas que vienen a nuestra fiesta con toda la ilusión y algarabía que pueden, y se van nueve días después cargadas de aquel material tan duradero e infinito llamada amistad. No todo el mundo lo reconoce, se está a muchas cosas, pero aún así, en los rostros, en las manos y en los pies quedan suficientes marcas para saber que una limosna no es en vano. Imanol se lo agradecerá y San Fermín también.
MI PRIMER ENCIERRO
Angelo Cacciola Donati
Estaba todavía cansado por el largo viaje que hizo para cruzar media península. La noche anterior había visto mucha gente, pero se había sentido incomodo ya que todos lo miraban con demasiada insistencia. La cena había sido abundante y el lecho muy acogedor. Se durmió pronto, a pesar del griterío que se acercaba y soñó con las amplias praderas dónde había vivido hasta entonces. Por la mañana se despertó entre gritos y música. Sin darles tiempo a comer algo y a mojarse la cara, se concentró junto a los colegas en el patio y, sin razón aparente, empezaron a correr subiendo una empinada cuesta. Todavía medio dormido no se enteraba de lo que pasaba a su alrededor. Algunos le daban palmaditas sobre la espalda y otros le miraban atemorizados. El corría adelante junto a sus amigos sin importarle el gentío. Justo en una curva resbaló y, sin querer, rozó alguien que empezó a gritar, lamentándose. ¿Qué habrá pasado? – se preguntó. Algunos minutos más tarde, siempre corriendo, entraron en un gran edificio con forma circular y repleto de gradas. Allí se sintió atrapado y encerrado, aun desconociendo su destino final.