Archivos anuales: 2019


XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

A SAN FERMÍN PEDIMOS

Agustín Frago Fernández

Anoche se me antojó pedir al santo y me las apañé para subir por Santo Domingo hasta la hornacina. Intenté volver después a dormir pero me topé con dos personas que no me dejaron retroceder. Cuando pasé por la plaza Consistorial vi tanta gente mirándome que me asusté y aceleré el paso, tanto que resbalé al llegar a la curva de Estafeta.
Entonces fue cuando unos señores me escoltaron hasta la plaza de Toros, donde he podido dormir a mis anchas. Ahora llegan mis cinco compañeros, y traen cara de cansados. San Fermín está siendo generoso conmigo. 

Y ASÍ COMENZÓ

ángel Castrejon López

Cuando una imagen vale más que mil palabras, ésa es la mejor representación de lo que define ése instante, ése momento. Pamploneses y los que no lo son, pero se sienten de ésta ciudad, acuden a vivir, a sentir, a conmoverse por todas y cada una de las sensaciones posibles, que llegan desde nuestros sentidos.
Minutos en los que uno no quiere, ni debe perderse cada movimiento, por menor o detalle en nuestro alrededor. Intentando mantenerse en el lugar, con las mismas fuerzas y ganas que a uno le llevan a estar ahí.
Una llamada al santo elevan las voces y la mirada, escalofríos hacen acto de presencia, que recorren el cuerpo, mientras todos los presentes, elevan al unísono sus pañuelos rojos sujetados por sus manos.
Tiñendo de rojo pasión, la estampa suplica el comienzo de la fiesta. 


XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

AMOR A DISTANCIA

Juana Del Carmen Rodríguez Lasso

Nueva Delhi. Seis de julio. Cinco y cuarto de la tarde. Tan solo faltaban quince minutos para el momento más esperado del año. Entre 16 millones de personas, y a más de siete mil kilómetros, ahí estaba yo. Mis únicos acompañantes mi móvil y mi pañuelico rojo en la muñeca.

Las calles desbordantes de gente, en su trajín diario y las prisas comunes de una gran urbe. Necesitaba urgente sentarme en algún lugar y con conexión “wifi”. Me senté y pedí un “masala chai”. Necesitaba calmar mis nervios con un buen té caliente. El corazón desbordante, la distancia no es impedimento para que la piel se me erice, como cuando nos juntábamos con la “cuadri” en la Plaza del Castillo. La conexión de internet era muy mala, pero ahí seguía yo. Cinco y media de la tarde. Se oye un estruendo entre la sinfonía local orquestada por la afluencia de motos y coches. Daban comienzo las mejores fiestas del mundo. Me embriagaba la nostalgia. Unas gotas rozaban mis mejillas. Me di cuenta que no eran producto del calor.
 

PRIMERA CARTA

Juany Villaplana Merino

Me despierta el alboroto de la gente bajando del autobús y en tan sólo unos segundos recuerdo dónde estoy y a qué he venido. Me desperezo mientras contemplo sus caras y sonrío porque me recuerdan a ti papá, a través de tus recuerdos he crecido soñando con venir y aquí estoy.
Bajo del autobús y recojo mi mochila y mi guitarra, sigo a la gente, me encamino a la calle y me deslumbra un pequeño rayo de sol que me hace cerrar los ojos. Al cerrarlos el resto de mis sentidos se agudizan, escucho música, escucho risas, escucho idiomas y un olor a vino y pólvora penetra en mi nariz. Sin duda estoy en Pamplona papá me lo supiste trasmitir.
No me creo que ya camino por sus calles papá, unos acordes salen de mi guitarra. Acabo de llegar y ya se dibuja una sonrisa en mi boca. Mañana papá correré mi primer encierro y de nuevo te escribiré, ahora voy a buscar un sobre y un sello para enviarte esta mi primera carta desde Pamplona. Al final serán nueve días que se convertirán en nueve cartas para ti.
POSDATA; por cierto, papá, su esencia no ha cambiado sigue siendo como tú lo recuerdas.
 


XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

LO QUE QUEDA AL FINAL

Raquel Ugartondo Armas

Madrugada, fin de fiesta. Paseando por la Iruña vieja. Hay algunos despistados, que no quieren despedirse.
Apoyo mis brazos en el entramado de maderas que cierran las calles todavía. Ayer eran cientos los brazos y las caras, la sorpresa en la mirada, la tensión del encierro de aquella tropa que se abandonaba al galope después de un sonoro cohete que explotaba en un cielo cargado de bochorno. Eran mozos y mozas que corrían. Los toros, un recorrido cargado de emociones, donde la caída generaba el sobresalto y el esquivo elegante del corredor, el merecido aplauso.
Pasa el camión de la basura, montañas de vasos que ayer llevaron el alcohol a las gargantas aligerando el alma de tristezas. Hoy los gaiteros no despertarán la mañana.
Camino de la Plaza del Castillo hasta la Taconera. El parque se abre a un verde que ya amarilleó para los primeros días de julio. Me acerco a la orilla del Arga que baja un poco flojo de corriente. Recuerdo mis días de infancia y una historia, Gorgorito salvando a la princesa de las garras de una bruja mala a garrotazos.
Sentados en un banco una pareja, vestidos todavía de rojo y blancos. Abrazados. Enamorando el aire con sus BESOS. 

IN LOCO PARENTIS

Juan Manuel Velasco Centelles

No lo vio en el de ayer. Tampoco en este segundo encierro divisaba, desde el pináculo de su balcón, sus habituales ejercicios de calentamiento en las inmediaciones del portal. Las 7:35. Extraño. El corredor de la camiseta rojiblanca presentaba ritualidad en sus costumbres y ganaba la posición del edificio, mediada Estafeta, sobre las 7:15. Aunque desconocía nombre y procedencia, le preocupó íntimamente su ausencia.
Tenía documentados fotográficamente los veintiún años últimos de sus evoluciones. Lo que comenzó como azar, derivó primero en fijación y después en obsesión. El chico ya no era tal; un hombre encanecido, cifótica la espalda, había sustituido al inicial y aunque se mantenía delgado, hacía dos sanfermines que le advirtió el tranco acartonado, bajas las rodillas, la carrera más corta.
Pero también sus treinta años inaugurales habían desembocado en los cincuenta; las carnes reblandecidas, retirado el colágeno de sus labios de voyeur.
–¿Adónde vas? Solo restan quince minutos…
Abajo, calló en su descenso apresurado. Acababa de avistar a otro chico con idéntica camiseta rojiblanca en los aledaños del portal.
Tras interesarse por el incompareciente, el debutante le confirmó que a su padre la vida le había corneado la aorta desde dentro.
–Los toros no pudieron. Correré en su memoria.
 


XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

EL EMPUJÓN

Naiara Sanchez Inda

¿Quién no ha sentido alguna vez ganas de matar a alguien? Puede ser un ataque de ira sobrevenida… Un odio visceral ascendiendo ardiente por el estómago… Una envidia corrosiva abrasando el interior de tu cuerpo… Es cierto, estoy exagerando. No hubo efectos especiales y mi hazaña no inspiró ni al mismísimo Tarantino. Todo esto es fruto de mi mente, que en lugar de simplificar los recuerdos, es capaz de tirar cohetes y hacer de una banalidad todo un mito.

— Lo único que sé con certeza es que ayer se presentaba un día ideal. El cielo despejado, quince grados… A pesar de ser las cuatro de la mañana y morirme de sueño me vestí y salí enérgica por la puerta. Llegué a la calle Santo Domingo y deposité mis pertenencias: una mochila y una manta. Sin darme cuenta llegaron las ocho menos diez y mi vejiga no resistió más. Cuando regresé del baño y vi a aquella mujer en mi sitio, solo pude empujarla y recuperar mi lugar. Cayó por la muralla a la vez que asomaba el primer astado por la cuesta y sufrió una grave cornada. —Silencio—. Yo solo quería disfrutar del encierro, como todos los días… ¿Es eso delito, señor agente?
 

SANFERMIN-MADRES

Pilar Aristu Aramburu

¡Se merecen lanzar el «Txupinazo»!
Por fin seis de Julio. La música sanferminera resuena en la casa. Todos se levantan como un resorte.
El resto de las mañanas de fiestas mejor que reine el silencio, no sea que se despierten del sueño, no siempre reparador, que sigue a la fiesta nocturna.

Atrás quedan días de preparativos; ropas, fajas y pañuelicos, calzado y hasta algún sombrero de los que se llevan a «los toros» que, extrañamente sobreviviera a la pasada feria. Sin faltar, por supuesto, las provisiones culinarias; ajoarriero, magras con tomate, puchero de «caldico» que entona más que el «Chunda Chunda» de Las Peñas.

Aún no habiendo realizado estudios para la especialidad, las madres de Pamplona podrían impartir clases magistrales sobre lavado y planchado de ropa blanca; sin caer en la tentación de echarla al cubo de la basura.

Sin olvidar a aquellas madres de antes que, transistor en mano, rogaban e imploraban al Santo por el buen transcurso del encierro y regreso de los hijos, aunque fuera con la ropa dispuesta a ser introducida en aquellos baldes gigantes habitados por todos los «mejunjes» habidos y por haber.

Al menos, con el mencionado galardón, les llegaría el reconocimiento justo de esta gloriosa ciudad. 


XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

ÚLTIMO BESO

Nerea Ugalde Ustárroz

Sé que ha llegado el momento. Llevo casi un año imaginándome cómo ocurriría. Incluso, lo he practicado en mi casa a escala doméstica, pero claro, con la distancia todo se ve más fácil.
-Una promesa es una promesa- escucho.
Noto que mi corazón se acelera conforme oigo las primeras notas de la Polonesa. “Tarará, tarará, tararáááááá”, canto en mi cabeza olvidándome por un instante de lo que irremediablemente voy a presenciar. Un niño nos empuja y me saca del ensimismamiento.
– Aimar, es la hora. Esther Arata está esperándote, –oigo decir a mi madre nerviosa mientras se hace un hueco entre la multitud e intenta no perder de vista a mi hermana que se ha puesto a perseguir a un zaldiko.
Mi corazón se acelera. Sé que lo prometí, pero ahora no quiero. La angustia me invade y tengo ganas de llorar. ¿Por qué tengo que decir adiós? ¡No quiero! “¡No, no y no!”, grito.
Pero contra la voluntad de las madres no hay nada que hacer y de un rápido tirón la mía acaba con mi rabieta. Entre lágrimas, veo cómo mi chupete se aleja al compás del baile de la reina y, desesperado, le lanzo un último beso. 

CAUTIVADA POR SAN FERMÍN

Aurora Rapún Mombiela

Mi tía me preparó un bocata de chocolate para el camino. Me ceñí la faja roja sobre el único conjunto blanco que tenía y me dirigí sola, por primera vez en mi vida, hacia la plaza de los Fueros donde había quedado con mi amiga Nuria. Antes de que anocheciera ya me había presentado a toda la cuadrilla y nos habíamos reído hasta reventar. Del primer chico al que besé recuerdo el espeso pelo negro y el beso de tornillo de media hora durante la cual ninguno de los dos supimos cómo ni quién debía parar.
Del encierro que vimos desde el balcón de la calle Estafeta, el potente olor a toros que inundó nuestras narices antes incluso de que los viéramos aparecer resbalando en la curva. De mi adolescencia y mi juventud, recuerdo mis viajes a Pamplona en autobús, las jotas bailadas en grupo en las verbenas de la tarde, los tederetes, las barracas, los calimochos mezclados en bolsas de plástico; pero sobre todo recuerdo a mis tías, a mis tíos y a mis primos, siempre dispuestos a darme un hogar navarro y a hacer que todo eso quedara grabado en rojo sobre blanco bajo mi piel.