Archivo por días: 23 de enero de 2020


XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

ALICIA EN LA FIESTA DE LAS MARAVILLAS

Luis Javier Pérez Campión

Alicia empezaba a cansarse de estar allí sentada con su cuadrilla a orillas del río Arga sin tener nada que hacer. De pronto un conejo blanco con un pañuelo rojo en su pata delantera se cruzó ante ella.
—¡Ay copón, qué tarde se me está haciendo! —exclamó.
Alicia se levantó de un salto y, rebosante de curiosidad, lo siguió hasta su madriguera. Atravesó un largo pasadizo mientras lo escuchaba decir:
—¡Rediez! ¡Se me está haciendo tardísimo!
En su persecución, Alicia llegó a un salón con varias puertas, logró abrir la más pequeña y descubrió, en el fondo de un túnel, la plaza más bonita que pudiera jamás soñar. Estaba a rebosar de pequeños animales del bosque que vibraban con sus pañuelos rojos al aire. Divisó al conejo blanco observando como la Reina de Corazones prendía un cohete, que a los pocos segundos tronaba en el cielo. La Oruga, el Gato de Cheshire, la Liebre de Marzo, el Lirón y hasta un Sombrerero Loco estallaron de alegría y felicidad incontrolable.
Alicia se acercó al conejo y le dijo: —¡Aquí casi todos están locos!
A lo que el conejo respondió: —¿Conoces cuerdos felices, moceta?
—Tiene razón señor conejo, ¡aúpa pues, bailemos!. 

TOREADOR DE CIUDAD

Jose Miguel Rubio Polo

-Con la venia, Señoría, el demandado iba toreando coches con el capote en medio de la avenida, en plena noche de San Fermín.
-Con la venia, mi cliente no llevaba capote sino sólo muleta, pero igual que se apañaba, como buen torero se plantó en medio del paso de las cebras.
-Pero le salieron a embestir los automóviles.
-Con la venia, que mi cliente bien los iba toreando, engañándolos con el trapo.
-Pero Señoría, los autos le tanteaban, y le buscaban el cuerpo queriendo pillarlo, mugiéndole con cláxones.
-Mas mi cliente los esquivaba haciendo bonitas manoletinas y otras hermosas figuras.
-Pero le pasaban muy rozando,
-Pues claro, que mi cliente es todo valor y se arrimaba, Paraba, templaba y mandaba sobre los morlacos de acero.
Al final de este tercio sin muerte el público, a quien el toreador de ciudad ha brindado los coches, lo ovaciona mientras Su Señoría lo expulsa de la sala de vistas, y mi cliente sale dándose un paseíllo y recogiendo los triunfos.