XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
DESDE LEJOS
Salvador Gorgues Muñoz
7 de la mañana del 7 de julio, hoy el despertador suena antes que de costumbre, por suerte el
horario de colegio no es problema. Sale disparado de la cama, sus ojos no están pegados como
siempre, hoy esta completamente despierto, sus pupilas miran la pantalla viendo a todo el mundo
reunido allí, con su indumentaria blanca y pañuelo rojo al cuello, y en ese instante, su
imaginación lo transporta allí. Se siente acompañado por los corredores y por la multitud que
vitorea a los atrevidos.
Suena el aviso, y corre por el asfalto mientras miles de ojos lo miran fascinados, nota el respirar
agitado, tras él, de esos hermosos animales, los toros, a los que admira con todo su amor, son solo 3
minutos en los que la respiración jadeante le hace hiperventilar de emoción, su corazón late
incesantemente bañando de adrenalina su pequeño cuerpo que a pesar de estar quieto en el sofá,
es su mente la que corre alegre y libre sintiéndose feliz.
Siente entrar a la plaza, la arena bajo sus pies y todo llega a su fin.
Ahora a esperar a mañana para otro encierro del niño que imagina y vive San Fermín en la
distancia.
RIAU RIAU
María Gabriela Gorches Guerrero
Dejó el cornetín sobre la mesa y se sirvió café. Debía sentirse satisfecho, la pieza que recién concluía no era mala. Sin embargo, dudaba: ¿cuántas veces había confiado en una obra suya que al poco de nacer moría enterrada en el olvido? Mirando por la ventana, imaginó una composición en la que lograra captar la alegría durante las fiestas de San Fermín. Bebió un sorbo y sonrió, a pesar de que el líquido había perdido calor y le supo amargo. Luego se acercó al escritorio y recogió un documento manoseado cuyo título leyó en voz alta: Director de la Banda Musical Casa de la Misericordia; con un gesto que se le había vuelto automático respiró tranquilo. También maquinal, su mente reaccionó enseguida repitiéndole nombres como si se los escupiera en el rostro: Sarasate, Maya, Mariano García… la comparación con quienes tenían verdadero reconocimiento lo atormentaba. Era cierto que podía jactarse de vivir de su trabajo, pero le parecía un logro muy pobre para quien desde niño se había enamorado del sonido del aire que vibra en los instrumentos de viento. Miguel Astráin, suspiró lastimero mientras pronunciaba su propio nombre: y pensar que alguna vez soñó con verlo inscrito en la Historia de Pamplona.