XI Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
ISABEL
Rafael Santamaría Jiménez
En San Fermín la gente sólo ve toros, toros y fiesta; pero también se viven historias.
Mi historia la escribió un toro que se quedó rezagado y me embistió.
Yo era mozo, mozo de los que corren delante de un toro. Estaba intentando subir a la valla para escapar de su cornada, cuando vi a Isabel.
Su rostro me deslumbró, y entonces sufrí una cogida. Así lo recuerdo.
Fui ingresado de urgencia en estado crítico; según le oí decir a los sanitarios.
Sentía que era consciente de todo, pero que no tenía cuerpo.
Horas más tarde yacía en la cama de un hospital; lo podía ver sin hacer uso de la vista. También podía oír lo que hablaban los médicos de mí, y hasta me comunicaba con Isabel cuando venía a verme.
Era la única persona con la que podía hablar.
Fuimos inseparables durante un año, el año que estuve en coma.
Cuando desperté, me dijeron que nunca había ido a visitarme ninguna Isabel.
Pero mi madre se llamaba Maria Isabel.
Yo tenía doce años cuando ella murió.
Me dijo antes de morir que siempre cuidaría de mí.
Después de aquella experiencia la creo.
LA NORIA
Paula De Andrés Elizari
Cuando cumplas veinte años, trabajarás en la noria. Eso le decía su padre. Y después de ayudar en la churrería y en los autos de choque, ahí estaba Estrella, vendiendo los tickets de la noria a todas esas personas vestidas de blanco y rojo que disfrutaban de la fiesta. Miguel, como cada año, se montó para avistar el recorrido del encierro que correría al día siguiente. El abuelo Martín agarraba fuerte la mano de su nieta en el primer viaje de su vida. Natalia y Javier, que se conocieron entre cervezas la noche anterior, se sentaron juntos mirándose de reojo, con nervios e ilusión. Caravinagre intentó subir pero no cabía su gran cabeza y se marchó refunfuñando, aún más avinagrado. Y para terminar aquel viaje, completaron la noria los miembros de una charanga. Estrella había vendido todos los tickets en pocos minutos. Lo que nadie sabía, era que Estrella tenía veinte años y una vida que le ahogaba. Así que, cuando pulsó la palanca que arrancaba la noria, se subió en el último sitio libre buscando ser feliz ella también. Y cuentan que, si cada siete de julio miras hacia arriba, verás aquella gran rueda que gira en unos Sanfermines infinitos, sin detenerse jamás.