Archivo por días: 17 de abril de 2020


Certamen Escalera Edición 4º peldaño

CONVALECENCIA

Jesús Jiménez Reinaldo

Los primeros días comprobó que los pies le quedaban muy lejos, allá abajo, que ir hasta el cuarto de baño era una aventura de miles de esfuerzos, que costaba mucho más estar de pie que tumbado, que las ideas iban más deprisa que los días en el calendario. Una noche se asomó a la ventana y vio cómo diluviaba; no pudo evitar emocionarse, como si fuera la primera vez que oía el palpitar de la lluvia contra los cristales. Por coacción, se vio arrastrado a caminar hasta la parada del autobús y no pudo dejar de recontar cada uno de los bancos que había en el trayecto, a los que casi consideraba su casa, el refugio contra la flojera. Al principio, miraba más al suelo que al azul inmenso que reinaba en sus días de convalecencia, pero poco a poco aprendió a soñar y casi a volar: no dejaría pasar un día sin provecho ni, mucho menos, sin cumplir sus ilusiones de siempre: aprender a cocinar, pasear un atardecer a orillas del Arno en Florencia, compartir más tiempo con sus seres queridos y decirles cuánto los amaba…, y ya faltaba menos para lucir de nuevo su pañuelo rojo otro siete de julio más. 

PELIGRO

Carlos Remón Sanjuán

Cuando llego, ya hay gente esperando. Es fin de semana y se nota. Nos saludamos con un gesto, reconociéndonos. Encuentro libre el sitio de siempre y me apoyo contra la pared. A lo lejos resuena una campanada. Miro el reloj: es la hora. Mis piernas se sacuden la tensión, como cada mañana antes de que se abra la puerta, justo a las 8.00.
Mido las distancias. Puedo notar su mirada penetrante: de entre todos los demás, se ha fijado en mí. Un metro y medio más cerca y podría sentir su respiración. Aunque ahora esté prohibido, le tocaría, abrazando su cuello, bajando por la Estafeta muy juntos los dos.
Siento ese nerviosismo todos los días, en cuanto abre la panadería. Me llama por mi nombre y me pregunta qué tal. Me gusta cuando nuestras manos trafican por debajo de la mampara protectora: yo le dejo las monedas y ella me regala una caricia de látex con el pan. Al despedirme, le sonrío para que no note la tristeza de no verla otra vez hasta mañana, a las 8.00. Vuelvo otra vez al encierro.
Ya falta menos para volver a pedirle el café muy muy caliente, solo para poder mirarla más rato. Qué peligro.