XII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
CATORCE
Celia Carrasco Gil
Desde que era un bebé me han gustado los gigantes. Creía que algún día el mundo sería esa corte de países entrelazados y yo daría vueltas como Toko-Toko sin marearme. Es curioso, porque a muchos niños les entristece la despedida del 14, pero para mí es el mejor momento de las fiestas. Me lo ha contagiado mi madre. El 14 es un número que le gusta mucho, no sé por qué, y siempre cuenta que no ha conocido ningunos Sanfermines sin comparsa. Dice que incluso aquel año en el que no la sacaron ella vio a los gigantes. Estaban en todas partes, saltando y bailando pese al cansancio. Papá dice que a él uno le vendió un pan, y el tío cuenta que él vio a otro barriendo la calle. Y yo me río al escuchar estas cosas, porque no sé cómo metió papá una barra tan grande a casa ni tampoco de dónde pudo salir tanta basura para que tuviera que limpiarla un gigante. Pero aun así me gusta oírlo. Mamá dice que bailaron para despedir su decimocuarta fase. Que gracias a ellos respiró ese aire que suele dar vueltas alrededor de su capa y se sintió diminuta al lado de tantos gigantes.
¿A QUE SÍ?
ángela Irañeta Iglesias
«Esta silla de plástico es incomodísima, hace demasiada caló, el niño no sabe aguantar un concierto».
Los acordes de «Sabor a mí» sacan a Mario de su peregrinación de quejas y le arrancan una lágrima que recorre despacito la mejilla.
—¿Por qué lloras, abu? —suelta Iker, que sostiene un tigre de helio con la mano derecha.
«Mira con el renacuajo, que parece que no se entera… Y lo ve tó».
—Es que a tu abuela le encantaba esta canción, cariño. —El pequeño le tira de la faja rojísima hasta que consigue que Mario se ponga de pie.
—Mamá dice que si bailas te pones contento, yo quiero que estés contento.
La segunda lagrimilla pide permiso para iniciar el descenso. Mario coge en brazos a su nieto y da rienda suelta a un perfecto juego de pies. Al terminar la canción los aplausos se reparten entre la banda y los bailarines improvisados de la verbena. Iker escudriña el cielo.
—Hay muy pocas nubes —.Sonríe y suelta el globo, que se contonea en una vertical suave y sin prisa, jugando con las últimas luces— A la abuela seguro que le gusta, ¿a que sí?