XII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
POBRES DE NOSOTROS
Raúl Gómez Lozano
La mujer le ata el pañuelo con delicadeza y le sonríe. Luego le besa y se sitúa tras el vallado, al lado de un hombre de poblada barba blanca que no pierde detalle.
Traga saliva. Aunque no se ha perdido ningún encierro, esta es su primera carrera. Un bufido loco se escucha tras él, y el chico empieza a correr. No mira atrás. La adrenalina impulsa sus piernas. En un recodo, el tobillo le falla, pero se recupera rápido y ve la meta. Avanza. Llega a su objetivo. Y entonces, cuando se relaja, el animal le embiste desde la espalda.
—¡Papá! —grita el niño, enojado —¡Ya había llegado!
El padre se quita el disfraz de toro.
—Perdona, pequeño, es que con esto no veo bien.
—Mira que eres bestia—dice la madre, que abandona el porche, y abraza a su hijo.
—¡Eres un campeón! ¡Un corredor de primera como tu viejo—ríe el anciano, mientras recorre con la vista el circuito improvisado en el jardín.
El niño es feliz. Recuerda cuando el abuelo le prometió que “el maldito bicho” no le dejaría sin San Fermín, y ríe. El padre pone un inocente petardo en sus manos.
—¿Preparado para los fuegos artificiales?
JARA
Fernando Montero Sánchez
No imaginé que fuéramos a despedirnos rodeados de miles de personas. Los latidos de sus corazones podían percibirse a simple vista, proyectados sobre sus cajas torácicas. El rigor de sus semblantes y el incesante movimiento nervioso de sus cuerpos anunciaban el comienzo.
Me hubiera gustado tocarte y olerte antes de que te fueras, pero todos querían lo mismo, así que no pude hacerlo. Tuve que conformarme con capturar tu mirada durante un instante en el que pude verme en ti reflejada; de pie junto a las barreras, perfectamente inmóvil y sin miedo; admirándote.
El suelo temblaba a tu paso y en cada zancada se marcaban los músculos bajo tu piel, que sacudida como una alfombra desprendía un polvo formado por la tierra sobre la que tantas veces habíamos visto anochecer; su aroma a jara me transportó a aquellas dehesas que nos vieron nacer. Recordaba tu cuerpo sobre el suelo; empapado y ensangrentado pero perfectamente formado. En aquel momento nuestras miradas chocaron como dos imanes que vagan por el universo y que al entrar en contacto se unen para siempre.
Te ocultaste entre una nube de personas como el sol que se pone en el horizonte, para sembrar con tu muerte los campos de esperanza.