Archivo por días: 18 de diciembre de 2020


XII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

ÚLTIMO BOCADILLO

Marta Olcoz Ojer

Poner el pie el 7 de julio en la plaza de toros de Pamplona es un ritual. También, un termómetro del tiempo. Mientras me comprueban la entrada, enumero a mis vecinos de tendido. ¿Cómo estarán los carniceros? Más mayores, supongo. ¿Habrá algún hueco? Llego al tendido 9. El sol aprieta, pero en el tercer toro ya estaré en sombra. Pitidos al palco, pancartas, aplausos contra pitidos, la Pamplonesa con su ‘Torre del oro’, las charangas con su ‘Chica yeyé’. Esa sigue igual. Los carniceros, parecidos al año pasado. Bueno, el que se parece a Luis Aragonés ha vuelto a ser abuelo. ¡Uy…! Susto con las banderillas. Sigue la música. “¡Déjate de tonterías y torea!”. A los carniceros siguen sin gustarles los guiños del torero a las peñas. El giri de mi lado me habla. Quiere que le escriba la canción que suena: ‘No hay tregua’, de Barricada. Me pierdo el estoconazo, pero saco el pañuelo. Fin del tercero. Mi padre nos ha preparado ajoarriero. “¿En chapata o pan de cristal?”, ha preguntado. Da igual, en ambos el bacalao es el protagonista.
Este año no habrá Sanfermines. Da igual. Volverán en el 2021. Pero ya no habrá más bocadillos de ajoarriero.
 

EN LA PRÓXIMA VIDA, SIEMPRE VOLVERÉ.

Jose Candelario Moreno Rodriguez

Una noche aciaga, caminé hasta la calle de la Cuesta de Santo Domingo, era un seis de julio, Barcelona parecía estar dormida bajo un deseo de fiesta, como una niña que duerme en nochebuena esperando en su cama el regalo prometido.
Amaneció. Escuché el chupinazo, alguien agarró mi mano. Y me empujó a correr como un río. Vi toros gigantes detrás de mí y una muchedumbre vestida de blanco, pisoteando mi miedo de lado a lado.
Es la primera vez que veo la fiesta. Lo sé, ahorita moriré.
Mi padre me lleva de la mano en mi último vuelo. Y en uno de los toros reposo hasta el final, son 875 metros de recuerdos bonitos y fugaces. Siento que brillé tanto la noche anterior, entonces la oscuridad con su manto cotidiano, me da un cálido abrazo. Ahora en su lomo el toro me lleva en la algarabía de la vida, al final de la calle. Por fin dejaré de brillar como luciérnaga, tal vez en la próxima vida seré otro ser, pero siempre volveré a Barcelona, cada siete de julio, en esta calle, en esta fiesta.
Ahora, en otro cuerpo y con los labios rojos de alegría, en un balcón grito: ¡viva San Fermín!