XII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
EL NIRVANA MUSICAL DE PAMPLONA (PROSA VERSIFICADA)
Edgar Jesús Arizmendi Hernández
Después de una semana de júbilo y algarabía, la Fiesta de los Sanfermines tristemente concluía; sin imaginar que ese último encierro, cerca estuvo de convertirse ¡en mi entierro!
Al pasar la multitud que corría, siendo con bravura embestida; se apoderó de nosotros la euforia y frenesí, y -sin querer- ¡Del balcón arrojado fui! Cayendo entre cabestros y toros de lidia, mientras el pánico mi cuerpo recorría, sólo pensé: Hoy cantarán por mi, el «Pobre de mi»…
Milagrosamente, lo que me librara del fatal ataúd, fue empezar a tocar mi laúd -motivado probablemente por San Fermin- el afamado Vals de Astrain. Al ver que la musica tranquilizaba el ambiente, con acordeón y guitarras me acompañaba la gente… Parecían los toros estar en embeleso, pactando con la multitud ¡Un sigiloso consenso! Donde el respeto mutuo era palpable, haciendo del suceso ¡Algo memorable!
Surgió después la navarra picardía, argumentando se había hecho una parodia, del «Riau-Riau» que fuese otrora, pues el arribo a la plaza ¡Tomó media hora! Hecho que se celebró con una Jota del Ebro:
Tocando su viejo laúd
Inspirado por San Fermin
Tocando su viejo laúd
Apasiguó a las bestias
Librándose de su ataúd
Librándose de su ataúd
Inspirado por San Fermin
¡Olé!
POBRE DE MÍ
Roberto Guillén Alonso
Otra noche más llora. Desde su cama escucha, a lo lejos, la algarabía de las fiestas en la ciudad. Es un rumor que no le resultaba desagradable. Al contrario que el timbrazo que viene a quebrar la calma. Coge el teléfono y escucha: “Soy Jon. Necesito verte inmediatamente.” Cuelga el auricular. Sus ojos, aún adormecidos, tardan en acostumbrarse a la penumbra.
Se levanta, se pone la bata sobre los hombros y, atravesando un diminuto zaguán, sale a la terraza. Mira sin verlo el cercano telón de colinas zarcas, con negros barrancos, con oteros y recuestos poblados de arboledas.
En medio de la quietud augusta de la noche vuelven a su cabeza voces alteradas, intimidaciones, insultos y violencia. Son las inevitables sinuosidades del pensamiento.
Hacia el sur, en la ciudad, un gran castillo de fuegos artificiales anuncia el final de las fiestas. Las detonaciones llegan ahogadas por la distancia. El cielo se enciende en intensos colores, pálidamente reflejados por el río.
Les da la espalda y se acoda sobre la barandilla, con los ojos tendidos hacia la espesa negrura.
Contempla un momento la baranda de la terraza, tapizada de madreselvas y parrales, y vuelve a entrar en la casa.