Archivo por días: 11 de enero de 2021


XII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

SOMBRERICOS DE COLORES.

María José Alonso Latorre

¡Joder! – fue lo primero que exclame tras el anuncio del confinamiento.
Estamos en plena pandemia del maldito coronavirus y todo se ha ido al traste. Es cierto que nunca me han atraído las fiestas por sus aglomeraciones, pero había decidido que este año iba a ser diferente y busqué una actividad lo suficientemente atractiva para mis alumnos “especiales” que fomentara el compañerismo. Deseaba que sintieran que eran importantes, que formaban parte de algo, y creamos una peña. ¡Sombrericos de colores la llamamos!, algo fácil de recordar (obvio por la indumentaria) que nos permitiría reconocernos entre la multitud. Nos presentamos ante el Santo el uno de enero en la parroquia de San Lorenzo para seguir con la tradición del pañuelo de la escalera. Esperábamos seguir haciéndolo cada mes hasta culminar con el chupinazo del siete de julio y, ahora, ese sueño se ha truncado. Nuestros pañuelos y sombrericos no podrán salir a esas calles, ahora vacías, detrás de los cabezudos y kilikis bailando al compás de la música, ni podré admirar sus sonrisas, ni tampoco saborear esa experiencia que pensé para ellos y, por qué no decirlo, para mí también, que llenaría nuestros corazones de una ilusión que perduraría en el tiempo.
 

SAN FERMÍN AYÚDAME

Jonathan Stephen Jiménez P

—San Fermín ayúdame— pensaba bajo el estruendo del chupinazo, la multitud exultante abarrotaba las calles, en las ventanas, almas que evidentemente no eran de Pamplona disfrutaban del espectáculo. Con insistencia trataba de salir, mientras seguía al encierro, pero las divisiones de madera se lo impedían. —San Fermín Ayúdame— musitaba mientras continuaba su carrera. La vía era angosta y los hombres corrían con el pañuelo rojo atado al cuello. Al virar por una calle resbaló en el empedrado, como pudo se levantó y continuó la correría en medio de los aturdidores gritos. En la plaza el frenesí llegaba al punto máximo: eran gritos de tradición centenaria fundidos con paganismo ancestral en honor al Santo más venerado de Pamplona. La mirada delirante de los hombres contrastaba con el rostro sin expresión de los animales. Poco a poco la plaza fue desocupándose, sintió algo de tranquilidad, aunque su respiración aún era agitada. Caminaba por la arena que dibujaba cientos de huellas impredecibles, —San Fermín ayúdame— un dolor en el muslo le hizo perder la estabilidad, cortando al resbalar el rastro de la locura atávica marcada en el polvo. — San Fermín ayúdame— alcanzó a pensar al ver abrirse las puertas de la plaza nuevamente.