Archivo por días: 17 de febrero de 2021


XII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

¡NO SABE QUE ES EMOCION!

Elena Morales Garcia

¡Y aquí estoy yo un año más! 8 de julio, Parque de la Media Luna. A mí, personalmente, me gusta más La Taconera. Es más acogedor, con sus árboles frondosos, que quieras que no dan buena sombra para estar un rato sentados. Pero bueno, qué se le va a hacer, el Ayuntamiento lo ha decidido así.
Falda blanca plisada, camisa blanca, alpargatas anudadas a los tobillos y mi pañuelico al cuello. ¡No sé ni cuantas veces me he puesto bien la faja y el pañuelo! Es que estoy un poco nerviosa. Y no es para menos, no todo el mundo tiene la oportunidad de hacer una cosa así.
La gente empieza a llegar. Amigos, familiares, pero también personas que he visto en otras ocasiones. Algunas nos miran con admiración, aunque no sé muy bien porqué. Solo hacemos algo que nos sale del alma, con sentimiento y corazón, con el único objetivo de pasarlo bien.
¡Y por fin llegó el gran momento! ¡Ya son las 12:00! Subimos las escaleras del escenario. El público nos mira. La música suena y empezamos a cantar los primeros acordes. ¡¡Arriba esas palmas!! El concierto de jotas del grupo Brotes Navarros acaba de comenzar.
¡Viva San Fermín!
 

ASÍ, NO

Maite Pardos Jauregui

Cogió el barco y no miro atrás. Sin embargo, resonaba en su cabeza esa última vez que entonó de manera solemne y profunda el cántico del encierro, con esa parsimonia con la que los albañiles de antes construían sólidos muros. Ese cantar pausado hizo que se quedara grabado para siempre en su recuerdo.
En tierras muy lejanas levantó su casita blanca y formó su propio hogar. Visitó varias veces a su familia, pero por motivos laborables nunca coincidió en San Fermín.
Cuando se jubiló, el chun chun de las peñas volvió a sus oídos, y organizó el retorno a los olorosos adoquines. Llegó el día y con sus hijas mayores acudió, cuarenta años después, al lugar donde el miedo y el valor se convierten en canción.
Pero no encontró allí lo que su corazón guardaba. A un ritmo endiablado, aquellos versos que recordaba pasaban de largo rozando su alma, sin dejar pena ni poso. Las muchachas captaron en el rostro de aquel chantreano aventurero una mueca de desencanto, y los tres salieron del recorrido por la calle del mercado, a tomarse un caldico del Redin, mientras de fondo sonaba, cada vez más lejano, y más ansioso que ansiado, el segundo » A San Fermín pedimos…».