Archivo por días: 4 de marzo de 2021


XII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

ABRE LOS OJOS

Eva B. Elizalde

Abrí los ojos como de mentira porque, básicamente, no los había cerrado en toda la noche. Era algo que me solía ocurrir las vísperas del 7 de julio, pero este año, se había adelantado un día. Había tirado demasiados cohetes en mi vida, pero todos desde Santo Domingo… ninguno con ese nombre.

Mientras tomaba el café, recordaba las seis palabras que debía gritar en cuatro horas. Me aturdía el orgullo que iba a vivir… en el fondo, era un hombre de pocas palabras y emociones confinadas entre vallados.

A las 10 vino el hijo a buscarnos y nos encajonamos en el coche, dejando al pequeño Xabi en medio. Todos estábamos nerviosos, emocionados, pero él…él estaba orgulloso. Recordé su frase inocente justificando la decisión popular al escucharla en el taller…”Abuelo, es que, ser abridor de puertas de encierro, es muy importante”… ahora, subiendo la cuesta del Perdón, creí que quizás tenía razón.

En el zaguán, se desbordaba la ilusión… yo me evadía jugueteando con los clavos del bolsillo y repitiéndome esas seis palabras que la multitud ansiaba escuchar.

Con el murmullo de los timbales, llegó la hora.
Sonreí a Xabi, cerré los ojos, prendí la mecha, miré a la plaza…
… y no había nadie.
 

UN AUSTRALIANO EN ESTAFETA

Rafael Sánchez Pérez-vico

Aquella mañana de julio me levanté con ganas de correr, y qué mejor forma de hacerlo que delante de un Miura de 650 kilos y con un periódico enrollado en la mano. Más que pedirle a San Fermín que me guiara en el encierro, le exigí que tuviera una carrera limpia y sin tropiezos. Pero con tanta gente allí congregada quizás no me escuchó. Me aposenté en la calle Estafeta, entre un señor con una camiseta del Betis y otro envuelto en una bandera de Puerto Rico. Yo venía desde Australia pero, por alguna razón, aquellos símbolos a mi alrededor me aportaron la valentía necesaria. Valentía que se esfumó cuando vi a lo lejos, zaíno y corniveleto, el primero de los astados que venía hacia mí. Empecé a correr sin mirar atrás, pero pronto terminó mi andadura, porque cuando quise darme cuenta, estaba con otros cuatro compañeros comprobando la dureza del suelo del tramo de Telefónica. Por encima de mí pasaron cientos de corredores, seis toros, seis cabestros y hasta tres pastores. Menos mal que le recé a San Fermín esa mañana, si no, estoy seguro de que me hubiera vuelto para Australia con una cornada de souvenir.