Más relatos finalistas (clasificados del 4º al 6º)
4º clasificado: «Magia» de Marcos Sánchez Mongay
Se ha acordado del maletín de su padre, un artista ambulante venido a menos desde que, en vez de un conejo, sacó de la chistera un gato aterrado que arañó la cara del alcalde de un pueblo cuyo nombre han olvidado. El maletín acumula polvo en el desván. Sopla. Corre la cremallera. Dentro hay únicamente un cordón con nudos corredizos, una varita de esponja y aquello que busca. Lo coge, baja los peldaños de las escaleras de tres en tres y se encierra en su cuarto. Arranca unas cuantas hojas de un cuaderno de la escuela y va llenándolas con dibujos de manera compulsiva. El cohete a las doce. La plaza llena. El alarde explotando. San Fermín avanza entre aplausos. Braulia y sus vueltas y más vueltas. Los toros en la Estafeta. El vendedor de globos. Las mulillas con ella encima…
—¿Qué haces, hija? —escucha a su espalda sin darse cuenta de que alguien había abierto la puerta poco tiempo antes. Pero el suficiente.
Las peñas bailan. La Pamplonesa toca. Una pareja se besa bajo los fuegos artificiales.
Y en la última hoja, mamá.
—Nada —responde—. Sólo utilizo tu lápiz mágico de devolver la vida a lo que un día perdimos.
5º clasificado: «Treinta años y una pandemia»
Le conocí el día que empecé a trabajar en la farmacia familiar, un siete de julio. Él, tan rubio, tan sueco, y tan magullado, quería comprar tiritas. Su español dejaba tanto que desear como mi inglés, menos mal que las heridas de sus codos hablaban por sí solas. Me ofrecí a curar a aquel bravo corredor. Eran tiempos de mercurocromo y agua oxigenada. Una vez acabada mi labor de enfermería, no pude resistirme y con el antiséptico rojo estampé un hermoso toro en el níveo lienzo que me ofrecía su antebrazo. La verdad es que me quedó mejor el dibujo que la cura, pero él se fue encantado con ambos. Supuse que volvería a verle durante las fiestas, y así fue, aunque tuvieron que pasar treinta años y una pandemia, para que ese sueco, mucho más canoso y nada contusionado, entrara en mi botica para comprar protector solar para su hijo, un ejemplo claro del poder de la genética. También me reconoció, los años han sido indulgentes, y al ir a pagar, se remangó la camisa y allí, en el mismo sitio que elegí para pintar, había un tatuaje, un pequeño bote de Mercromina, idéntico al que guardo yo en mi caja de tesoros.
6º clasificado: «Gora, Fermín»
El abuelo lleva más de un año sin moverse. Desde que dijeron que no se celebraban los sanfermines el año pasado fue como que su cuerpo hubiera entrado en hibernación. Aquel día, cuando supo la noticia, se le cambió el semblante. Sin decir palabra se preparó unos huevos con txistorra, se lavó los dientes, se puso el pijama y se metió en la cama. Y desde entonces, está dormido. Se llama Fermín y nació en Pamplona el 6 de julio de 1920. Sí, muy típico. Así que para él, las fiestas siempre han sido una doble celebración. A principios del año pasado estaba exultante, no podía esperar a que llegara el día del txupinazo. Pero entonces llegó la pandemia. Hoy se ha despertado y recostándose un poco en la cama ha preguntado: “Mañana es día 6, ¿verdad?” “Sí, aunque este año tampoco se celebra, ¿eh?”, le he respondido. Ha arrugado la cara y ha dicho muy serio: “Que conste que estos dos años no me cuentan. ¡En el 2022 celebro los cien!”. Y tras hacer una visita al váter, se ha metido en la cama y se ha dado media vuelta.