Archivo por meses: octubre 2021


XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

7 DE JULIO

Jamel De Castro Magrabi

Era 7 julio. No se requieren más palabras para el significado de ese día en Pamplona.
Pero no todo el mundo esperaba ese día con entusiasmo. Había una familia, que odiaba las multitudes, y aun más, odiaba los toros.
Esos días del año, no salían de casa para nada. Vivían alejados del centro de la ciudad, por lo que gozaban de tranquilidad.

Ese día, había encierro y resulta que uno de los toros se despistó y se quedo rezagado, tanto que se asustó y decidió saltar una valla de protección espantando a todos los que se le cruzaban. Corrió tanto que nadie pudo alcanzarlo. Se metió entre calles hasta llegar a los bajos de la familia que más odiaba a los toros. Era una calle que acababa cerca de un barranco y el toro se vio atrapado.

El padre abre la puerta y se encuentra al toro, se miran mutuamente, y ambos miran a una multitud de gente que llega desde lejos. El padre abre los dos portones para que el toro entre y cierra las puertas.
La multitud llega al lugar, y viendo el barranco y sabiendo del vecino del al lado, acuerdan que el toro se habría despeñado.  

EN BLANCO.

Francisco Javier Igarreta Eguzquiza

«Ya es oficial, por segundo año consecutivo las fiestas de San Fermín brillarán por su ausencia».
Así empezó su homilía dominical Don Anacleto, a la sazón párroco de San Lorenzo, antes de quedarse en blanco y
con la vista clavada en el confesonario del lado del evangelio. Allí desnudaba su alma , Alejandra «La zamba», carbonera de Navarrería. Henchido el pecho y con un clavel rojo en su blusa nívea, había acudido a honrar al santo moreno, consciente de que la suspensión de las fiestas dejaría su remesa de leña al albur de los rigores del invierno.
Cuando Don Anacleto volvió en sí, el coro finalizaba la jota de Madurga, oportunamente intercalada para cubrir su ausencia. Esperando que retomara el hilo, la nutrida concurrencia continuaba expectante, mientras el buen párroco miraba de hito en hito. Cuando vio a Rosendo, un muchacho malencarado y levantisco que siempre le decía «padre» con retintín, no pudo evitar pensar en voz alta : «Qué cosa puede haber más cristiana, que hacer la vista gorda ante la flaqueza humana. Después de todo, a cuánto puede ascender lo sustraído del cepillo de San Fermín?» 


XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

AMAIA

Víctor Antonio Thea

Quizás fue la manera en que me miró aquella mañana de Julio de 1976. Pensar que éramos tan solo unos críos, y sin embargo, al día de hoy, recuerdo perfectamente que ella llevaba puesto el uniforme del X, donde solían ir los hijos de los ricos. Yo salía de la casa de Joaquín Vidal, entonces mi mejor amigo, quién fallecería algunos años más tarde en Andalucía, víctima del alcohol- el pobre nunca pudo superar la muerte de su esposa María-, cuando por una extraña coincidencia del azar hago unos diez pasos y Amaia me enviste con su bicicleta, solo que en aquel entonces yo no sabía que se llamaba así, claro. Se podía escuchar el repiqueteo de los cascos a lo lejos; ciertamente éramos los únicos en aquella intersección desierta. Fue tal mi sorpresa, que tardé unos segundos en levantarme. Cuando finalmente conseguí hacerlo pude ver que ella recogía unos libros del asfalto. Naturalmente intenté disculparme, más cuando se dio vuelta algo en mi me impidió articular sonido: un rostro como nunca antes había visto. Al ver mi semblante petrificado me observó con curiosidad. Creo que lo entendió de inmediato. Luego me dijo con una sonrisa apenas visible: no te preocupes, y se marchó.  

MIS SANFERMINES CON PEDRO

Carlos Amat Larraz

-Desde esta terraza del Iruña se siente la fiesta. ¿Verdad?

– Pues, si. Y le agradezco mucho el paseo Sanferminero, señora…

– Un placer, Pedro.

– …Gracias por soportar a este viejo trastornado. ….Pero, tiene usted acento extranjero ¿Era usted inglesa? -con gesto de recordar.

– Realmente, nací en América.

– ¿…Y como es que esta, conmigo, en la residencia de Pamplona?
– Pues, por unos Sanfermines, hace mucho tiempo. Yo entonces era muy joven y vine ha reconocer a Hemingway – ¿Y encontró al tal Hemingway? – Pues, realmente no. Pero conocí a un pamplonica “de blanco y rojo” …y ya nunca me marché.
– Me da la sensación de que ya le conocía, de antes. Yo tambien estuve casado ¿Sabe? – Bueno -cambiando el tema-, seguro que, en estos años, hemos coincidido. ¿Que tal si de vuelta vemos a los gigantes?. Creo que ahora andarán por autobuses.
– Me parece una buena idea. …Como le decía , mi mujer se llamaba Yenifer …creo. – Mire Pedro, se acerca gente de nuestra resi.
– ¡Hola! ¿…Todo bien, pareja? – Si, si. Ya sabéis, …aquí con el señor Pedro -sonriendo . – Pues ¡Hasta luego Yenifer! …Nos vemos en la Resi.

 


XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

MAREADOS

Juan Pablo Goñi Capurro

Hemos bebido. Los tres. Sentimos que nos marea la masa de gente con ropas blancas y boinas rojas. «¡Que salga el toro!», grita Andrés. «¡Eso es de las corridas!», corrige José. «¡Las imágenes son grabadas!», exclamo al descubrirlo, estupefacto. Mis amigos comprueban: 2018, dice el zócalo.

El silencio convierte la sala en un refrigerador. Alguno apaga la tele. Cada tanto, oímos un ligero roce que identificamos sin mirarnos. Los producen los pañuelos de papel.  

CUERNOS

Iker Pedrosa Ucero

Percha agitaba la cabeza de un lado a otro, nervioso. Bebió un sorbo de vino (ocho copas, a cada cual más placentera). Nada. No había manera. Y se suponía que el desengaño amoroso amansaba a las musas, comprensivas ante la traición. Se alzó, miró su mesa, tan metódica que a pesar de la botella de vino y la copa sitiando las hojas en blanco resultaba armoniosa, con su deje de bohemia ilustrada. Bah: poser, se maldijo. Acabó la novena y salió a la calle, como habría hecho otrora Ludwig van.
Paseó un rato hasta entrar en un bar, “hola, un vino, por favor” y se fue al baño mientras se lo servían. A la vuelta eligió un periódico cuyo jeroglífico en la antepenúltima página no pudo descifrar. Con los ojos al rojo vivo, escuchó una serie de chupinazos y salió en tromba del local, embistiendo todo lo que se encontraba a su paso.
 


XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

SAN FERMÍN AÑO 2065

ángel Carretero Rodríguez

SAN FERMÍN AÑO 2065

Pamplona diez años antes.
El gobierno de la nación presionado por los grupos antitaurinos prohíbe todos los festejos en que conlleve la muerte y sufrimiento del toro.
Pero el pueblo de Pamplona conscientes de lo que se jugaban tuvieron que reinventar su encierro sustituyendo los antiguos astados por los modernos morlacos robotizados.
Todo está a punto, para que diera comienzo con el chupinazo las fiestas de San Fermín 2065, los corredores entonan el cántico a su patrón en la cuesta de Santo Domingo “A San Fermín pedimos, por ser nuestro patrón, nos guie en el encierro dándonos su bendición”, con el ¡Viva San Fermín! Se abren las puertas de los corrales, salen los cabestros robots y detrás los morlacos robots con los corredores para hacer los 875 m que les separan hasta la Plaza de Toros, pasando por Ayuntamiento, Mercaderes, Estafeta, Telefónica, Callejón y Plaza de Toros.
A los toros robots les siguen unos drones que les van indicando el recorrido con una señal GPS y provistos de cámaras que van transmitiendo en directo a los medios de comunicación los acontecimientos vía satélite. La aceptación del público en general, en cuanto al cambio, ha sido un éxito, estamos con la misma participación que antes. 

POBRE DE MÍ

María Del Mar García Rubira

Los días se sucedían y los meses amenazaban con acabar un calendario que no cesaba en su constante caminar de hojas. Uno de enero, dos de febrero, tres de marzo… siete de julio.

Había llegado ese momento tan ansiado, el pistoletazo de salida llegaba tras varios meses de espera. A modo de chupinazo, el reloj marcaba la hora de su partida, tan deseada meses atrás y que ahora le producía cierto cosquilleo que no sabía muy bien cómo describir.

Ya quedaba menos para el final de aquel encierro que no había hecho más que comenzar. Con ello, dejaría atrás las protestas en tono de “Riau- Riau” y sus “Gigantes” dolores que no paraban de intentar azotarle y desestabilizarle en todo momento como buenos Kilikis y Zaldikos.

¡Ay, pobre de mí! – Se decía Fermín, sin saber cómo le tocaría torear en aquella plaza tan desconocida para él de camino al quirófano. Los festejos tocaba vivirlos una vez más de otra manera, pero no por ello olvidaría la tradición. Se ajustó su pañuelo rojo muy bien conjuntado con su blanco camisón del hospital y con una sonrisa le dijo a Saturnino, su cirujano, que estaba preparado para comenzar la fiesta.  


XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

YA FALTA MENOS

Kike Balenzategui Arbizu

De todas las personas de la residencia que estaba junto a la Ciudadela solo ellos dos quedaban por vacunar.

A los más mayores les habían puesto la segunda dosis de la “Sanffer” y todos estaban bailando de contentos.

Como no podía ser de otro modo, el abuelo de la coleta y el otro hipster con barba recibieron la “Moderna”.

A otra parte de la cuadrilla les había tocado la “AstraZaldeneka” y ¡no veas como trotaban por el jardín!

La pareja de japoneses, que no conocían mucho Pamplona, fueron a vacunarse con la abuela que tenían como vecina de habitación.

Al francés le hizo un poco reacción y le estuvo doliendo el brazo una semana. Comentaban que este “gabacho” era un negacionista pero solo era un quejica. Sin embargo, a su compañero de andanzas, lo que le dio fue un antojo de comer patatas.

Por otra parte, ninguno de los que ostentaban cargos políticos utilizó sus contactos para vacunarse antes y aguardaron pacientemente su turno.

Y por fin les llamaron para recibir su dosis. Tenían que ir al vacunódromo de Maristas el 14 de julio. Chocaron el codo y sonrieron. Los dos sabían lo que aquello significaba: “Ya falta menos”, le dijo Berrugón a Caravinagre. 

EN LOS SANFERMINES

Amalia Santos Bouza

Cuando pequeño disfrutaba contemplando aquellos inofensivos encierros, hasta que ya de adulto quiso tomar parte.
Dedujo que las probabilidades de salir herido eran escasas. Veamos: ¿Cuántos participan? ¿Y cuántos terminan lesionados? Simple estadística.
Al llegar a Pamplona, calculó que junto a los vallados tendría inmunidad y que los toros, acosados por el gentío, estarían medrosos. Simple psicología.
El inexperto Joaquín, de blanco y rojo, asistió confiado a la primera jornada y tuvo que situarse en el mismo centro de Mercaderes entre un grupo compacto de participantes.
Los protagonistas salieron puntuales y una ola de temeridad se movilizó desde el fondo. Detrás, venían hombres con la cabeza volteada mirando a la zaga. Joaco demoró en reaccionar; quiso retirarse de en medio pero otros hicieron lo mismo, empujándolo. Algunos cayeron al tropezar con quienes se atravesaban y un toro, espantado, se acercó al galope. Joaquín fue despedido y cayó a horcajadas sobre el enorme animal. Sujetándose de los cuernos hacía esfuerzos para equilibrarse. Simple física.
Muchos espectadores aplaudieron su valor cuando otros voceaban: “¡Bájate! ¡Está prohibido montarse!”
Él, impotente, chillaba, pero ovacionado por la multitud llegó a la plaza -simple maestría- donde, endiosado e imbatible, con ayuda de varios mozos, alcanzó a bajar ileso. ¡Pura suerte!