Archivo por días: 6 de octubre de 2021


XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

EL ÚLTIMO CAPOTILLO

Pedro José Belloso Ciáurriz

Seis de Junio en la UCI, sin esperanza, el oxígeno no es suficiente, la sedación máxima, el virus no da tregua, la soledad infinita. En el recuerdo tantas escaleras vividas: uno de enero, dos de febrero, tres de marzo, cuatro de abril, cinco de mayo…
Y ahora, en este último peldaño, el sacerdote irreconocible con su traje EPI, me despide con una solemne e íntima unción de enfermos. La agonía es suave, la morfina cumple inexorable su cometido y muero plácido, silencioso, como escondido.
Al despertar, borrosa y lentamente, desentraño enfrente mía una silueta muy querida, San Fermín me mira firme, bondadoso. Enigmático me susurra:
-¿Te gustó mi regalo?
-¿Qué regalo?, pregunté asombrado
-Mi último capotillo, respondió, este que te ha traído hasta mí en plena escalera para acabar de subirla juntos y vivir la explosión de la fiesta en el cielo, sin toques de queda, mascarillas ni confinamientos.
Me palpé, no estaba soñando, estaba muerto y bien muerto, en la distancia mis familiares apenados lloraban desconsolados, Ahora, San Fermín, que tantos capotillos me había lanzado en el encierro y en la vida, me abrazaba de nuevo a la fiesta y me susurraba al oído una promesa legendaria: El año que viene en Pamplona. 

LOS PRIMEROS Y LOS ÚLTIMOS

Marcela Inda Larco

Un viernes 3 de julio llegué por primera vez a Pamplona. Tenía, sin embargo, la sensación de que regresaba, de que había llegado a mi casa. Cantaba en mi infancia la voz de papá: “Ay, mi Pamplona, ¡nunca te podré olvidaaaaar!”…
El tío Jesús me dijo: “Vamos a hacer el recorrido de los toros, pero al revés”. Y remontamos la Estafeta. Conocía todos los bares y qué había que pedir en cada uno. En el Bodegón Sarria, jamón. Curva de Mercaderes, Ayuntamiento… Los vallados, ya colocados. La plaza del Castillo, el Café Iruña. ¡Los fritos de pimiento del Rosch! Yo feliz con Jesús, en mi nueva ciudad natal. Siguieron días así, de una generosidad rayana en el exceso.
Mis mates de la mañana lo indignaban: “¡Ese agua que tomas!”. Así que el 6 me preparó el desayuno: bocadillo de revuelto de setas. Vestidos de pamplonicas, partimos a la plaza. Empezaban, ahora sí, los San Fermines. Los primeros para mí. Y los últimos para él, que, como si lo hubiera sabido, no escatimó en brindis.
Volví a Pamplona unos años después y me costó recorrer sus calles sabiendo que él no estaba allí. Entré al Rosch y me tomé un txakolí en su honor.