XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
SAN FERMÍN AÑO 2065
ángel Carretero Rodríguez
SAN FERMÍN AÑO 2065
Pamplona diez años antes.
El gobierno de la nación presionado por los grupos antitaurinos prohíbe todos los festejos en que conlleve la muerte y sufrimiento del toro.
Pero el pueblo de Pamplona conscientes de lo que se jugaban tuvieron que reinventar su encierro sustituyendo los antiguos astados por los modernos morlacos robotizados.
Todo está a punto, para que diera comienzo con el chupinazo las fiestas de San Fermín 2065, los corredores entonan el cántico a su patrón en la cuesta de Santo Domingo “A San Fermín pedimos, por ser nuestro patrón, nos guie en el encierro dándonos su bendición”, con el ¡Viva San Fermín! Se abren las puertas de los corrales, salen los cabestros robots y detrás los morlacos robots con los corredores para hacer los 875 m que les separan hasta la Plaza de Toros, pasando por Ayuntamiento, Mercaderes, Estafeta, Telefónica, Callejón y Plaza de Toros.
A los toros robots les siguen unos drones que les van indicando el recorrido con una señal GPS y provistos de cámaras que van transmitiendo en directo a los medios de comunicación los acontecimientos vía satélite. La aceptación del público en general, en cuanto al cambio, ha sido un éxito, estamos con la misma participación que antes.
POBRE DE MÍ
María Del Mar García Rubira
Los días se sucedían y los meses amenazaban con acabar un calendario que no cesaba en su constante caminar de hojas. Uno de enero, dos de febrero, tres de marzo… siete de julio.
Había llegado ese momento tan ansiado, el pistoletazo de salida llegaba tras varios meses de espera. A modo de chupinazo, el reloj marcaba la hora de su partida, tan deseada meses atrás y que ahora le producía cierto cosquilleo que no sabía muy bien cómo describir.
Ya quedaba menos para el final de aquel encierro que no había hecho más que comenzar. Con ello, dejaría atrás las protestas en tono de “Riau- Riau” y sus “Gigantes” dolores que no paraban de intentar azotarle y desestabilizarle en todo momento como buenos Kilikis y Zaldikos.
¡Ay, pobre de mí! – Se decía Fermín, sin saber cómo le tocaría torear en aquella plaza tan desconocida para él de camino al quirófano. Los festejos tocaba vivirlos una vez más de otra manera, pero no por ello olvidaría la tradición. Se ajustó su pañuelo rojo muy bien conjuntado con su blanco camisón del hospital y con una sonrisa le dijo a Saturnino, su cirujano, que estaba preparado para comenzar la fiesta.