XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
MI DEUDA CON LOS SANFERMINES
Jesús Maria Arregui Celaya
Esta historia comenzó en una cena de la escalera en la Peña cuando Kike nos presentó a su hermana Ainhoa. Se integró en la cuadrilla y participó en todas las actividades.
El 6 de Julio y como manda la tradición¡ la juerga fue a tope!. Nos reímos, bebimos, bailamos.
Este ritmo tumbó a toda la cuadrilla menos a Ainhoa y a mí.
Esa madrugada una txaranga interpretaba una canción de amor, nos miramos y la bailamos, sus dedos jugando con mis cabellos y su sonrisa me ayudaron a perder el miedo, salté al vacío y desapareció el tiempo.
Cerré los ojos y le besé, nos besamos, esa canción dibujó un imborrable paisaje sonoro en mi interior.
Varios Sanfermines después encima de mis hombros está una chiquilla de 4 años que adoptamos Ainhoa y yo, se llama Nagore en honor a la chica asesinada por la violencia machista hace varios años en estas fiestas.
Me pregunta oye Maider ¿esa giganta es la Braulia?.
Este instante, Ainhoa entrelazando su mano en la mía y Nagore en mis hombros es gracias a la magia de los Sanfermines. Os debo mi felicidad.
SANTOS, POTES, JOTAS Y DEGRACIAS
Javier Puchades Sanmartín
Aquel mes de julio, Iñaki acababa de romper con su novia. Por eso decidió quedarse en Pamplona para disfrutar de las fiestas de San Fermín. Ataviado de peñista, con su pañuelo rojo al cuello, estaba dispuesto a divertirse para olvidar. Quería vivir aquellas fiestas con sus amigos como si fuesen las últimas. Pensaban recorrer desde la Plaza del Castillo, pasando por San Nicolas, San Antón y llegar a la Estafeta potando de pincho en pincho.
Una madrugada, cuando por sus venas corría más pacharán que sangre, se pusieron a entonar jotas. Al tiempo, vociferaban que desde los balcones les lanzasen algo que llevarse a la boca y así dejar de cantar. Y se obró el milagro. No se sabe si debido al viento que se levantó en ese instante o porque algún vecino quería dormir. La cuestión es que un tiesto aterrizó en la cabeza de Iñaki, que no supo si le había pateado un astado del encierro o, por no encomendarse a San Fermín, se había producido el milagro de Lamberto y un centurión romano le había dado un tajo en la cabeza. Ahora ya solo faltaba que lo enterrasen con Santa Engracia.