XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
EL NIÑO Y SU FIESTA DE SAN FERMÍN
Gonzalo Roberto Erice
El niño estaba en su cuarto. La imagen de San Fermín, a quien todas las noches despedía con una sentida oración, parecía mirarlo de modo especial. Entonces le dijo: ¡sí, algo tenemos que hacer! Yo, Santo querido, te ofreceré mi homenaje sanferminero.
Preparó pantalón, alpargatas y camisa blancos, faja, boina y pañuelo rojos.
El medio día del seis, en su balcón, con su inmaculada indumentaria, alzó la mirada y con toda devoción explotó un globo. Tras el estruendo, se escuchó en el cielo su impetuoso “Viva San Fermín”, “Gora San Fermín”. Y anudó su pañuelico al cuello.
Transformó su habitación en esplendoroso escenario, jugando imaginariamente con Cabezudos, Gigantes, kilikis y zaldikos. Se vio en la Estafeta, corriendo y relatando cada encierro…De pronto, entusiasmado, se imaginó en ruidoso Struendo txiki, entre silbatos y tambores.
Así transcurrieron esos días del niño y su Fiesta de San Fermín. Y culminó su homenaje con el “pobre de mí…” mientras una lágrima caía por su mejilla. Esa noche el niño, pidió a San Fermín por salud, amor y paz para Navarra y el mundo. Al despedirse del Santo, notó en su rostro una tenue sonrisa. Él también sonrió y con un guiño, exhausto, se entregó al sueño.
UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD
Nieves Díez Fernández
Aquel había sido un mal día, uno de tantos desde el accidente. Mi abnegada madre, intentaba inútilmente, que recordara quien había sido yo. Pero mañana sería 7 de julio y por primera vez mi falta de recuerdos, no era el tema de conversación. Todo el mundo a mí alrededor, parecía estar exaltado por algún extraño motivo, que yo no alcanzaba a vislumbrar. Además, para más excitación añadida, mañana sería mi 38 cumpleaños, pues había nacido, cosas del destino, en el momento exacto del tan popular chupinazo, como consecuencia, los primeros sonidos que debí escuchar nada más nacer, fueron de intensa alegría, griterío y gran alboroto. En contraposición, mi vida se había convertido en un mar de tristes silencios. Yo, en mi interior, luchaba por unirme, sin éxito, a mis excitados acompañantes. Al fin llegó tan esperado momento, desde mi ventana, esperaba ansioso contagiado por el entorno. En la plaza no cabía ni un alfiler, y en casa de mis padres, menos, allí estábamos, apelotonados, expectantes, en unión simbiótica en aquel pequeño espacio flotante. De repente, algo resonó en mi despistado cerebro, como las ondas en el agua, se extendió por todo mi cuerpo y mis recuerdos volvieron a mí, las lágrimas corrieron libres.