Archivos anuales: 2022


XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

SANGRE Y FUEGO

María Nieves Linares Martin

Me desperté al alba, me vestí de blanco y me dispuse a partir hacía Pamplona en el autobús. Cuando llegue las calles vacías y en silencio me hicieron sentir un mal presagio. Levanté la cabeza y pude contemplar como el cielo se cerraba ante mis ojos. Una gran tormenta se avecinaba. Empezó a llover y tras de esta, una fuerte granizada cayó. En ese momento me arrepiento de haber venido a San Fermín, tomé refugió en un portalón y aguardé a que todo esto pasara. Durante 15 minutos pasé el momento más terrorífico de mi vida. Cada granizo era del tamaño de pelotas de golf. Golpeaban fuerte en la calle, llegué a pensar que sería el final de la fiesta. No me podría encomendar al patrón, ni siquiera vería los toros bravos pasar de cerca. Dentro de mí no paraba de rezar para que acabase este infierno. En unos segundos el cielo volvió a abrirse ante mis ojos. Un sol resplandeciente brillaba. Todo preparado para dar comienzo al primer encierro de mi vida. Empecé a correr ante los toros . No había avanzado ni 50 metros cuando sentí un fuerte golpe , desgarrador. Es todo lo que recuerdo de aquel fatídico día. Aunque volvería. 

DOS GRILLOS Y UN PAÑUELICO ROJO

María Sergia Martín González

Mamá era de esas personas que conseguían que lo mágico sucediera. Cuando le preguntaba por mi padre, solía decirme que era el mozo más guapo de toda Pamplona, que corría los sanfermines con su pañuelico rojo, que tenía duendes en los pies y que se conocieron en un sueño. Siempre que lo mentaba, le brillaban tanto los ojos que parecía que fuese a llorar aunque mamá aseguraba que no era llanto sino emoción porque yo era su viva estampa. El abuelo odiaba que hablara de chupinazos, cabestros y toros. «¡Maldita, muchacha!, deja de atolondrar al crío». Jamás se rebeló, pero solía decirme que algún día abandonaría el pueblo, que no debía llorar porque volvería para buscarme y que ese día yo lo sabría.
Una mañana mamá no estaba. La busqué en el olivar, en la iglesia, en el río, en cada casa… Pero no estaba… Aunque le prometí no llorar, la primera noche que dormí sin agarrar su mano lloré un río entero. Y las siguientes, también.
Esta tarde, mientras coloreaba un arcoíris, he escuchado –a lo lejos– ecos de cencerros, cohetes… y una pareja de grillos ha dejado a mis pies un pañuelico rojo. No puedo explicarlo, pero sé que mamá se acerca.
 

POBRE DE MÍ

María Soledad García Garrido

Morir en San Fermín es una faena, aunque como ya saben, nuestro destino no está escrito. Les relataré mi última hora, a pesar de ser presa ya de las hormigas.
Me hallaba en la Casa Consistorial, junto al concejal encargado de lanzar el chupinazo. Hubiera evitado mi triste final si me hubiese quedado en el paseo de Sarasate contemplando la fiesta en las pantallas gigantes, como hicieron otras compañeras mías. Solo un rato antes había revoloteado por allí, pero preferí subir al balcón del Ayuntamiento. No se hacen una idea de la marabunta que gritaba apasionada, enarbolando sus pañuelos rojos, ebrios de felicidad. ¡Cómo sudaban brincando con los brazos arriba! ¡Cómo explicarles tanta dicha!
Todo sucedió de la forma más tonta. Ya saben, morir en San Fermín. El concejal acercó la mecha al cohete y, excitado, gritó: ¡Viva San Fermín! ¡Gora San Fermín! A continuación, se unió a la algarabía de los de abajo. Ahí se produjo el trágico desenlace, cuando —malditos aplausos— quedé atrapada entre sus palmas y mis alas se plegaron para siempre. Recuerdo, como última visión, que reboté sobre la cabeza de un guiri que no acertaba a anudarse el pañuelo. Acto seguido, todo quedó fundido en negro.
 


XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

INOCENTE

María Luz Corona Rodrigo

Todos los testigos han dicho embustes , elaborados con palabras bonitas. De mí escucharéis certezas.
Noble tribunal, pido que se me juzgue con justicia.
Se me acusa de no haber acudido a ninguna corrida ni de haber escuchado a La Pamplonesa. De preferir caminar por el monte a acudir a la Procesión.
Dicen los verdugos que a la hora del Chupinazo se me ha visto leer una novela. Y que nunca he apreciado las Comparsas ni los fuegos artificiales.
Os suplico, gente de bien, que no hagáis caso a las calumnias. Y os pregunto , si los jueces pueden juzgar lo que no puede ser probado. ¿Acaso hay alguna prueba ? No me contestéis, distinguida audiencia.
¿Acaso los condenados lo son solo por las acusaciones de sus vecinos? La envidia y la maldad están detrás de sus denuncias.
¿Acaso pueden demostrar que no acudo a todos los actos con fe?. Son ambiciosos de gloria e impetuosos.
En mi defensa diré que la devoción es íntima. No se lleva a la vista de todos, como quien se viste de domingo.
Honorable jurado, escucharé vuestro discurso con respeto y acataré la sentencia final. 

SANFERMINES SIN TI

María Mar Anzano Santamaría

Este año van a ser nuestros primeros sanfermines sin ti. Serán unas fiestas diferentes. En mi vida he conocido a nadie que disfrutara más que tú. El día 6, desde primera hora de la mañana, ya estabas con los nervios a tope. Vestido de blanco y rojo sin parar de mirar el reloj. En cuanto se lanza el Txupinazo, besos, abrazos y «Felices
sanfermines, mi amor». No eras socio de ninguna peña, pero siempre cantabas la de la peña La Única. Nunca me dijiste por qué te gustaba tanto. Te encantaba ir a ver bailar a los gigantes cada mañana y disfrutar igual que un niño. Nuestros paseos por Carlos III y pararnos a tomar el vermut.
Después de comer, la siesta. Merendar y de vuelta a la calle. Las tardes eran para pasear por el recinto ferial y por los puestos de la Taconera, donde siempre comprabas algo.
Para cenar, un pollo asado con patatas en Antoniuti, y a cantar y bailar con las orquestas en la Plaza del Castillo.
Cómo disfrutabas!!!! Te sabías todas las canciones.
Camino a casa, parábamos a comprar churros para desayunar mientras veíamos el encierro.
Este año, los disfrutarás desde el cielo. Felices sanfermines, mi amor. 

IRRIKA

Maria Mar Ruiz Fernandez

Se marchó la ilusión de vestir de blanco con un pañuelo rojo anudado al cuello y cantar:
“A San Fermín pedimos,
por ser nuestro patrón,
nos guíe en el encierro
dándonos su bendición”.
(Cierro los ojos por un momento y como lo oigo en mi interior…)
«Entzun arren San Fermín
zu zaitugu patroi
zuzendu gure oinarrak
entzierru hontan otoi».
Se acabó gritar con todas mis fuerzas: ‒ ¡Gora San Fermín! ‒, ante el santo con su Capotico. Percibiendo en cada célula de mi ser, como vibra mi cuerpo haciéndose eco de estas palabras. Vivir la emoción del momento, ser uno más entre la tribua humana. Sintiendo ser un mar, en lugar de una gota de agua.
Ese Chupinazo que da lugar a la suelta de la manada de toros, que hace circular la adrenalina a toda velocidad por el circuito de mis venas. Una forma de sentirse vivo y más tarde ver la realidad de otra manera.
Como voy a añorar correr con los toros hasta la plaza…
Mi nombre es Jon, elegí formarme para ser astronauta, hoy salgo hacia la Estación Espacial Internacional por tiempo indefinido y me conformaré con ver e imaginar de lejos Los Sanfermines y la vida en La Tierra.
 


XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

¡VA POR ELLOS!

María José Alonso Latorre

– Marichu mañana a las siete hay quedada en el local. Tenemos mucho que hacer y poco tiempo. ¡Por fin hay fiestas!
Era Ainoa siempre, tan enérgica y avasalladora, incluso en los peores momentos. Su llamada me trae amargos recuerdos y una lágrima, llena de añoranza, recorre mi mejilla silenciosa como una gota de lluvia resbala por el cristal de una ventana. Con el dorso de la mano la retiro mientras pienso en nuestro amigo Juancho, en su sonrisa y sus chistes que, aun siendo endiabladamente malos, nos hacían reír hasta dolernos la mandíbula. Y en Vicente, con su porte serio y elegante, amenizando nuestras largas veladas con sus canciones. Comenzaba con jotas y terminaba, después de unos cuantos vinos, con rancheras. Los dos se han ido para no volver y me duele el alma al recordarlos. Y en Soledad que continúa en la UCI debatiéndose entre quedarse o no.
¿Fiestas, va a ver fiestas! Eso dicen. Este año no serán iguales, pero quizás haya que hacerlas por nosotros y por los que no están. Es lo que hubieran querido, vernos felices, alegres, engalanados de blanco y rojo esperando el txupinazo. Y así será. ¡Va por ellos!
 

REGRESO A LA NORMALIDAD

María José Lombraña De Los Ríos

Mi hijo siempre me preguntaba por la foto que veíamos todos los días al salir de casa, la instantánea del taquillón de la entrada donde se distinguían tres hombres. Los tres vestidos un blanco impoluto con un pañuelo rojo anudado al cuello y un fajín del mismo color. En la mano un vaso, en la boca una sonrisa. Al fondo se aprecia una muchedumbre roja, y la izquierda, el ayuntamiento de Pamplona donde desde el balcón alguien prende la mecha del cohete, el chupinazo que da inicio a las fiestas.La imagen preside el recibidor desde tiempo inmemorable de nuestra casa en Boise, Idaho, dando un toque pintoresco.
Como cada mañana me enfrento a las mismas preguntas, armándome de paciencia para responder a mi retoño.”Y el abuelo, ¿quién es? “, “El del medio, con la barba blanca.”, “¿Y por qué van vestidos así?”, “Por las fiestas, cariño , se corre delante de los toros.”, “Y…¿cuándo es la fiesta? Yo quiero ir.”, “En verano, cuando termine el colegio. Este año no podemos faltar, laztana, después de dos años sin ver a los primos y demás parientes debido a la pandemia. El siete de julio, querido Fermín, a Pamplona hemos de ir…con una bota y un calcetín.”
 

TRES ERRORES

María Luisa Santana García

A las seis de la mañana del trece de Julio, después de recorrer setecientos ochenta y cinco km desde Códoba, David y su amigo, se encontraban vestidos de blanco involucrados en la fiesta. Lo primero que hicieron fue comerse un papelón de churros. David decidió que correría delante de los toros. Sin conocer las normas y prohibiciones, se unió a los mozos. Después del chupinazo comenzó la carrera. David corrió entusiasmado y, cuando estuvo al lado de uno de los toros, le palmeteó el trasero. ERROR: NUNCA TOCAR A LOS TOROS. Sin esperarlo, recibió un barazo y corrió más rápido huyendo de no sabía qué. En la huída tropezó, cayó y arrojó todos los churros que llevaba dentro, después se levantó. SEGUNDO ERROR: SI CAES, NO TE LEVANTES. Uno de los toros lo empitonó y lo arrastró sin piedad. Volvió a levantarse y, sin hacer caso a la sangre que teñía su pantalón blanco, insistió en terminar el recorrido. TERCER ERROR: NO CORRER TODO EL TRAYECTO. En el hospital agravaron su salud comunicándole que, por no cumplir las normas, reciviría una sanción de mil quinientos euros.
Su amigo lo esperaba emocionado en la plaza. 


XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

«EL ASOMBRO DE DAMASCO»

María Isabel Fernández Casas

Hay muchos momentos especiales en los sanfermines y cada pamplonica tenemos el nuestro.
A mi me gusta la procesión del 7 de julio.
Después del maravilloso recorrido del santo morenico por las calles, y la Misa en su honor, nos disponemos desde la calle Mayor a realizar un nuevo ritual.
Vuelve la Corporación Municipal con sus trajes de gala, para acompañar al Cabildo a la Catedral, con nuestros Gigantes, eternamente bellos y bailarines.
La Pamplonesa, con gran brío entona las notas de «Alí-Mon» de la zarzuela «El asombro de Damasco»
Con nervios, nos juntamos con amigos, familiares o desconocidos asombrados, que se nos unen con naturalidad y formamos, cogidos del brazo unas filas al estilo de «moros y cristianos»
Realizamos el trayecto, detrás de la banda, moviéndonos con cadencia al ritmo de la melodía morisca, saludando a quienes nos animan. A veces cuesta avanzar y es difícil mantener las filas unidas, pero es un rito que llevamos con alegría.
El premio nos espera en el atrio de la Catedral. Se despide la Corporación y empieza un ruidoso «momentico»
Las campanas repican con estruendo y la música de los gaiteros, chistularis y los bailes de los Gigantes, alcanzan el clímax total.  

EL AÑO PASADO

Maria Isabel Lecuona González

-Ya voy Eneko, a ver, llevo móvil, llaves, cartera y el pañuelo, ¡qué no se me olvide el pañuelo!, ¡Qué ganas de lucirlo al cuello amigo!
– ¡Qué pesado eres!, a este paso no llegamos; están ya todos preparados en San Cernín, y vamos a llegar el 14 de julio, solo con suerte…

Emocionados, emprenden apresurados el camino en dirección a la peña después de dos temporadas en blanco, para disfrutar por fin, a cara descubierta y como desde niños, de los mejores días del año. Se pueden escuchar sus corazones bombeando acelerados. Se abre paso, orgullosa, la Pompaelo del siglo III y les empuja juguetona hacia la Plaza para el chupinazo.

Sin embargo, algo no está bien, apenas han recorrido cincuenta metros y no se han cruzado con un alma. Bares cerrados, balcones desnudos, flores marchitas. De las fuentes no brota agua, solo polvo. No hay viejos, ni mozas, ni mozos, ni vino, ni pantalones blancos. El pesado silencio lo inunda todo de nuevo… Angustiado, Carlos se vuelve hacia Eneko, y tampoco está…mira el reloj y enmudece:
-¿2021, otra vez? no puede ser…

-Caaaaaaarrrrlooossssssss, ¡Despierta coño!¡, ¡Qué nos lo perdemos!, ¿Qué te pasa?, no llores…, sí, 2022, soñabas, solo era una pesadilla, ¡venga!
 

¡POBRE DE MÍ!

Maria Jesus Echaniz Iturriaga

Apoyó la taza de chocolate y contestó a mi pregunta. —Tradición es esto, hijo, me dijo emocionado. El desayuno en fiestas, con la familia y los churros calentitos, preparándonos para el encierro. Mantener las costumbres asistiendo al chupinazo en el Ayuntamiento, vestidos de blanco y rojo, luciendo el pañuelo con orgullo. Disfrutar, como hice contigo, de los gigantes y cabezudos corriendo por las calles y saber que surge cantera en los encierros txikis. Deleitar el paladar con sabrosos pinchos y comer, en la peña, unos huevos con txistorra. El bocadillo a media tarde en los toros y compartir con amigos un buen trago de vino. Escuchar música callejera en cualquier rincón de la ciudad e iluminar el alma con espectaculares fuegos lanzados desde la Ciudadela. Un Kalimotxo fresco a medianoche, cerrar los ojos y sentir la fiesta… y por la mañana, de nuevo, la ropa limpia, el desayuno, el periódico, unos estiramientos y a correr delante de los toros, como hizo el abuelo….por tradición. — Y el canto al patrón por encima de todo, dijo entre lágrimas, ajustándose el audífono. Lloré con él, por San Fermín, por mi novia que estaba con otro y porque no me había contestado qué opinaba sobre su traición. 


XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

UN VIEJO CONOCIDO

María Dolores Martínez Gea

Mis pies pisan la calle Estafeta a cada pisada dejando huellas en ella. El sol acaricia mi piel mientras me saludan los pamplonicas al verme pasar. Soy un viejo conocido que no puedo dejar de venir a las fiestas de San Fermín. Desde lo alto me acompañan muchas aves sintiendo en sus vuelos mi propia libertad.
Llegó a mis oídos una leyenda. Decía que las aves son ángeles de la guarda que nos protegen en esta vida.
Abro mis ojos, me he debido quedar dormido, me doy cuenta de que siempre llevaré en mi alma a mi adorada tierra. Viajo hacia mi nuevo destino, mis ojos se detienen, han visto algo sobre mi regazo. Se trata de una pluma blanca y algo me dice que no estoy solo, quizás alguien ha venido a hacerme compañía.

 

SAN FERMÍN EN NUEVA YORK

María Eugenia Martín Pérez

Sonó el despertador. Miró la escalera trepando en zigzag por la pared de enfrente. ¿Por qué seguía allí? Ella ya no estaba.
Juan conoció a Lisa el 7 de Julio del 73, saltando nerviosos después del primer cántico, apretando “El Diario de Navarra” con fuerza. Juan tenía 28 años, Lisa 26 y un pelo rubísimo que caía hasta su cintura.
Volvieron a coincidir. Se sonrieron y empezaron a quererse, todo a la vez.
Se fue con ella a Nueva York. Volvían a Pamplona cada San Fermín y corrían juntos, como sería siempre hasta que les dejaran sus cuerpos.
Un Miura vestido de cáncer pudo con Lisa.
Juan seguía levantándose el 7 de Julio a la 1’50h de la madrugada. Emocionado se anudaba el pañuelo rojo y ponía el televisor. Al ver a San Fermín en la hornacina, lloraba. Mucho. Sus lágrimas bajaban por sus mejillas haciendo charcos en la camisa blanca.
Escuchaba el cohete y los cencerros de los bueyes, veía cómo los toros encaraban la cuesta y apagaba la televisión. Miraba al cielo y lanzaba un beso: “Buena carrera, mi amor. ¡Viva San Fermín!”.
Cerraba los ojos y seguía corriendo, una vez más, con Lisa en Santo Domingo.
 

VOLVIENDO AL RUEDO

María Gisela Albornoz

De blanco y rojo, sentado en la Plaza de Toros, miro hacia atrás y siento el silencio. Comienzo a andar, al revés, un recorrido vacío, en busca de las calles de una ciudad de fiesta, sus olores, a calamares, gambas, aire fresco, que no están.
Sigo el recorrido, me encuentro ya en la Estafeta, caminé sin pensar, sin mirar, solamente sintiendo, buscando la fiesta perdida. Con los ojos cerrados aparece, allí está – me digo, adentro mío, en el recuerdo de cada corrida en este tramo, pañuelo al cuello, con la mezcla de adrenalina, temor y felicidad.
Me pregunto ¿Quién nos robó este tiempo nuestros sanfermines?, festividad de memorias de primaveras bellas y juerga.
Pero si abro mis ojos, pasaron dos años y allí estamos nuevamente, esperando esos minutos eternos que nos ubican entre la vida y la muerte, tan dulcemente.
Casi sin darnos cuenta, el primer cohete de la mañana, como un lucero infinito, va a indicarnos que éste año hay encierro, y esta vez vamos a encomendarnos al santo Patrono, como nunca antes, para que las calles se llenen de aromas y blanco y rojo nuevamente, y que nada nos vuelva a quitar el chupinazo, esa chispa de luz, y de vida.