XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
EL ENCIERRO
Manuel Blasco García
Una detonación hace vibrar la botella dispuesta sobre la barra.
—Primer cohete, Javi. Vamos a ello.
—Arrancamos con un clásico, tortilla de patatas con pimientos de piquillo. Regado con crianza de la Ribera.
Un hábil movimiento de muñeca y el camarero llena el vaso. El mozo saborea el aroma. Dos mordiscos, trago de vino y el siguiente pintxo asoma por corrales.
—Tostada de anguila ahumada con tomate natural en dos texturas. Y copita de chardonnay, tres meses en barrica.
La segunda explosión les sobresalta, los toros se encuentran en el recorrido.
—Te veo lento, Javi, apura.
—No hables que pierdes ritmo, crujiente de jamón con picatostes y chato de tinto Tierra Estella.
—Que alguien me preste un periódico, aún me pondré a leer.
—No provoques. Infusión de espárragos escoltada por pato confitado con tamarindo y jugo de garnacha Valdizarbe. Esto deja los ojos virolos.
—Temple y oficio. No ponerse nervioso.
—De postre, el sexto miura, unos churros de la Mañueta.
—Ya me estas poniendo un chupito de patxaka o no los bajo.
Tercer zambombazo, la manada en la plaza.
—No lo va a lograr
—Poca fe, cojones.
Cornada en bajo vientre y desesperada carrera a los sanitarios.
Cuarto estampido y último, final de encierro.
LA BENDICIÓN
José Ramón Alonso Peña
Camino del hospital, la amatxo pasaba bajo la estatua del santo. San Fermín, le decía, ahora es cuando necesitamos tu bendición. ¡Ahora! Los toros no son tan peligrosos como este bicho, este maldito coronavirus. Échale un capote, por Dios, siempre ha sido un hombre bueno. Hace muchos años que no corre, ¡con esa barriga!, pero no falla ningún año. Se acerca aquí a pedirte que no te olvides de los mozos, que unos días de alegría y risas no se vuelvan amargos. Viene la cuadrilla, trescientos años mal sumados dice él. Está solo, desnudo, rodeado de tubos y máquinas. Apenas me dejan verle. ¡Tu bendición, San Fermín! O te juro que te saco de ese hueco y te llevo a patadas rodando por Estafeta.
La amatxo llegó al hospital y como todos los días la vistieron como un astronauta. La enfermera se le acercó y le dijo:
– ¡Ha despertado! Se ha vuelto a quedar dormido, pero habló un poco conmigo.
– ¿Qué le dijo?
– Preguntó por usted. Y que tenía hambre.
– Sí, sí que es él. Y se echó a llorar.
Dicen por la ribera del Arga que aquel fue el único día que San Fermín tuvo miedo.