XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
DESFILADEROS
José Antonio Lozano Rodríguez
D E S F I L A D E R O S
Salta, se agacha, trota a pequeños saltos sobre el mismo sitio, abre los brazos, los cierra, mueve el cuello de lado a lado, aspira hinchando los pulmones, suelta el aire a pequeñas bocanadas, aprieta el periódico hasta hacerse daño, mueve los dedos, los aprieta con fuerza nuevamente, ajusta bien sus pantalones, levanta y baja su cabeza, hace círculos con ella, abre la boca a modo de bostezo, se desplaza con pequeños pasos hacia adelante, hacia atrás, hacia cada lado, tropieza con otro mozo, sonríe, recibe otra sonrisa, se apresta el pañuelo en torno al cuello, es rojo como la sangre, mira hacia atrás, cierra y abre los ojos, cruza la mirada con otros, son ojos vivos con cierto aire de miedo, mira la calle estrecha y asustada, al fondo, expectantes, separados por una puerta de aire presta a desaparecer, cuernos abiertos como desfiladeros. El cohete por fin asciende…
LA MAGIA DE SAN FERMÍN
Esther Zabaleta Uriz
Aquél cinco de julio por la tarde, en la habitación que había reservado en una pensión de Pamplona, Jakob se dedicó a buscar en internet los actos más importantes de las fiestas de San Fermín y decidió acudir al día siguiente a la plaza del ayuntamiento a ver el famoso chupinazo.
Una hora antes del inicio de la fiesta, compró ropa blanca y roja en una tienda de la calle Estafeta donde coincidió con unos jóvenes australianos. Entonces pensó que realmente debían ser unas fiestas tan importantes como decían si venia gente de tan lejos.
A las doce en punto, con el estallido del cohete, Jakob se vio envuelto en una especie de tsunami que lo desplazó de su sitio varios metros y que tiñó de rojo vino su recién estrenada ropa blanca.
Y aunque era ateo, acudió a la procesión el siete de julio y cuando el Santo “morenico” pasó delante de él, vio correr una lágrima por la mejilla de un joven muchacho que estaba a su lado y sintió cómo su propio vello se erizaba. Entonces comprendió el significado de aquella frase que leyó en una agencia de viajes de su Copenhague natal: “La magia de San Fermín”.