Archivo por meses: marzo 2022


XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

SUEÑOS PAMPLONICOS

José Leonardo Solano Marcial

Escucho el barullo de las personas en búsqueda de un gozo mayor, mueven sus brazos de un lado a otro esperando una emoción que retumbe hasta en la tela de aquel pañuelo rojo que portan. Las calles ligeramente estrechas y los balcones abarrotados de las casas aledañas mantienen mi expectativa de algún acontecimiento venidero. Un cántico extasiado da inicio paralizándome por su vitalidad y consagración hacia el santo querido: “San Fermín de Amiens”, luego, como si los clamores hubieran despertado la bendición, los presentes corren vehementes mostrando así una de las experiencias más ansiada por el hombre: el júbilo. Dejándome guiar por la multitud, corro con todas mis fuerzas alejándome de mis pesares cotidianos y centrándome en la desconocida pero gustosa sensación que provocan los bramidos que están detrás de mí. Tan distante hace poco y tan cercano ahora, el sonido de aquel bovino fornido parece un susurro al oído, no tengo idea hacia dónde debo llegar, pero sé que cuando lo haga, él estará allí…
Me levanto de aquel sueño pamplonico, bebo un poco de agua y le agradezco al toro enfrente de mí.
 

QUEDARSE

Daniel Gil Uriza

Mis amigos me dijeron: “Es la tierra de tus abuelos. Tienes que ir a Pamplona”. La verdad es que quería sentir toda la magia de la fiesta de San Fermín. Pero ellos creen que me persuadieron.
Apenas llegamos fuimos a vitorear al santo al casco viejo. Nos mezclamos con la alegría de la gente… tan anfitriona. Bailamos, cantamos en las calles entre una marea blanca y pañuelos rojos. Degustamos chicharros al horno, alcachofas con almejas, espárragos, cordero, bacalao. Platillos regados con intensos vinos bermejos o dorados, según el maridaje.
El día de la corrida, mis amigos desaparecieron y me dejaron apretando una bota. Entonces, apareció Lucía.
–Me convidas –dijo.
Le pasé la bebida. Mi remera Kukuxumusu estaba chorreada.
–El toro también quería tomar –dije.
Ella se rio, tomó un buen trago:
–Vamos que ya sueltan los toros –dijo.
La seguí, pero mis piernas no respondían. Me apoyé en el vano de una puerta.
Al rato, vi que venía Lucía entre la multitud con un cuerno apuntándole a la espalda. Desesperado, la atraje tomándola de un brazo.
–Gracias –dijo.
Pasó la estampida, pero su mirada se clavó en mi corazón para siempre.
Por eso hice la promesa de volver, para quedarme.
 


XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

EL CAPOTICO DE SAN FERMÍN

José Manuel Maguilla Luna

“Me importas tú y tú y nadie más que tú…, Piel Canela…”
Ya ves si me importas, que cuando me cogió el toro, cuando me lanzó por los aires como si fuera un muñeco, solo pensé en ti. En ti y en el “capotico” de San Fermín, ese que nos echa cada año en el encierro.
“Uno de enero, dos de febrero, tres de marzo, cuatro de abril…”
En abril fue cuando se paró el tiempo. Dos días antes de que el alcalde anunciara la suspensión de los sanfermines. A mil kilómetros de distancia, aquí en el Sur, intuyendo que este año no podríamos viajar a Pamplona, me veo en cama, inmovilizado, con una fractura de vertebras. Dependiendo totalmente de ti.
Todavía sigo pensando en el “capotico” que me echó San Fermín en aquel momento, cuando al cruzar el paso de peatones vino el toro, me embistió, me subió al capó y me estrelló contra el parabrisas. Cuando iba por los aires, antes de caer al suelo de espaldas, el cielo me daba vueltas; entre las nubecillas grises y blancas pude vislumbrar una roja y dorada, esa que también nos protege de la pandemia…
Las ruedas estuvieron a punto de aplastarme…
¡Gora San Fermín!
 

UN DÍA

María Isabel Galván Rocha

En un periplo de las horas que ya pasaron suma un indefinido futuro, trae a cuentas un presente que debería ser y no debiera. A las fiestas del mundo las han dejado como una flor moribunda que se resiste a fenecer, así los españoles de Pamplona recuerdan las viejas glorias, en sus calles, ¡Hace dos años, cuando el 2019 era un año, como cualquiera otro!

De la pañoleta roja sumada a la blanca calidez de las ropas masculinas, las mujeres con sus vestidos al sotavento, en un suspiro, cantan poesía de sus labios en un ¡Ole, Ole! que se perderá con los aires y los vientos, el calor.

No cabe duda, hoy es un tiempo diferente, de una soledad intensa cuando muchas de las fiestas se han hermanado, dejadas solo en el desván del recuerdo.

Hoy, un relato a flor de piel, de aquellos desconocidos que bordaron con sus personas, historias que hilan el maravilloso color rojo que une corazones, que rompe distancias y que permiten abrazos al alma.

Venga pues, la fiesta de San Fermín, a las memorias de todos aquellos que estuvieron en sus callejones… Se abran los corazones todos; que un día, reaparecerá la pirotecnia, antesala de los juegos del hombre.

 


XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

UN PASTEL DE CEREZAS

María Esther Jaso Esain

El día que mi padre se presentó en la frutería de la calle Mayor en la que habría de trabajar todo el verano era 6 de julio y cumplía 15 años. El bullicio de la calle le distraía y en ocasiones alzaba la vista al exterior. Y en una de esas miradas furtivas sus ojos se encontraron con los de una muchacha parada frente al escaparate. Reía divertida, quizás por la ocurrencia de sus amigas. Sin saber muy bien qué hacer mi padre se acercó a ellas y les ofreció unas cerezas que aceptaron encantadas. Iniciaron entonces una animada conversación de la que 62 años después, quedan únicamente retazos difuminados por la memoria. Pero lo que aquella joven, mi madre, sí que recuerda, es su corazón acelerado cada vez que «el chico de las cerezas» la miraba con esos ojos grises intensos, que ya no olvidaría.
Hoy es también 6 de julio, aunque no haya fiesta, y en la comida familiar, mi padre intuirá, aunque no sea capaz de evocar esa escena, perdida para siempre en los recovecos de su cerebro, que algo extraordinario se celebra, porque no faltará, como es tradición, un pastel de cerezas. 

COINCIDENCIA

Felisa Azcarate Iriarte

Fue en febrero del año pasado cuando heredé de mi madre un local. Una cristalería cuyo dueño al parecer enloqueció. Un cúmulo indescriptible de deshechos de todo tipo lo ocupaba todo. Dicen que el cristalero, ya inactivo, se había instalado allí abandonándose a su suerte y convirtiéndose en un propio deshecho humano, que ocultaba entre tanta mierda su malestar. Luego desapareció sin dejar rastro

De una montaña de residuos sobresalían unas pequeñas estatuillas de yeso policromado: unos gigantes de Pamplona y un San Fermín del mismo tamaño. Milagrosamente intactos. Casi hasta limpios.

Antes de que entrara con sus métodos drásticos una empresa de “Limpiezas especiales, siniestros y Diógenes”, así rezaba su eslogan, corrí a salvarlas. Y desde entonces presiden la biblioteca de mi estudio. Incluso San Fermín. ! Con lo iconoclasta y descreída que soy yo!

Fue también en febrero del año pasado cuando apareció un virus fatídico, contagioso y mortal. Y se paró el mundo. Se cerraron fábricas, escuelas, teatros, bares…. Meses confinados en casa, sin salir, sin estar con nadie. Dejamos de vernos, de tocarnos, de abrazarnos .Y los Sanfermines se suspendieron sine die

Tal coincidencia me perturba.

Porque san Fermín, desde su estante, me observa y de alguna manera me interpela.

 


XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

DEL OTRO LADO.

Concha González_nieto Delgado

Abro el balcón y te cojo de la mano. Puedo ver el futuro, te digo. Tú cierras los ojos mientras te abrazas a mi sueño. Como una sinfonía, otros balcones se van abriendo, al blanco, al rojo, al aire.
Recuerdas aquel año en el que el silencio se quedó pegado a los adoquines de las calles. El año en el que tú y yo nos conocimos mientras batíamos las palmas como homenaje a aquellos que de un blanco impoluto nos salvaban la vida. Teníamos en los ojos el miedo y la incertidumbre y la embestida de la muerte duraba algo más de tres minutos.
Hoy tu pelo ha encanecido y mi piel se ha marchitado, pero tenemos viva la memoria y el ruido alegre del chupinazo se desliza entre los mozos que brillan ante la cornamenta de un elegante toro negro. Este año sí, la calle es una pañoleta de colores, un cántico a la vida, un estallido de adrenalina, aunque tú y yo ya no estemos, aunque seamos tan solo un recuerdo.
Otra vez aquí, siete de julio en estafeta, tocando un presente litúrgico, el ineludible ritual de vivir la fiesta, a pesar de que esta vez nos toque estar del otro lado.
 

ENEKO Y SAN FERMIN: UN PASEO FANTÁSTICO

Luz Garcia Mazario

Era pequeña, pero recuerdo que mi padre iba a San Fermín con unos amigos de Guadalajara. Volvía cargado de zapatillitas blancas, pañuelos y fajines rojos. Nos hablaba tanto de Pamplona, San Fermín, su peña, de donde comían antes de ir a los toros, que sus cinco hijos creíamos que lo había hecho toda la vida. Cuando tenía ochenta años, fui con él a Pamplona. No solo él, reconocía lo vivido como si fuera reciente, yo también. Supe que solo había ido dos años.
Hace cinco años que tenemos un nieto pamplonica que vive en la calle Curia, Eneko. Èl nos ha hecho descubrir y disfrutar de un San Fermín que es mucho más que toros. Por las mañanas, a hombros del abuelo, seguíamos el desfile de gigantes, cabezudos, kilikis y zaldikos. Descansábamos desayunando huevos con chistorra en alguna terraza compartiendo su alegría con las mesas alrededor. Por las tardes, íbamos a los juegos del “Vaticanico”, Carlos III, La Taconera y la Tombola.
Volveremos a hacerlo y cuando sea mayor, sentirá los sanfermines como un hecho continuo porque irá magnificando las anécdotas que vivimos juntos y recordado las fotos y videos. ¿No es otra forma de vencer al Covid?

 


XIII Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

SI LAS PIEDRAS HABLARAN

María Posadillo Marín

Félix deambula con la prensa bajo el brazo y el corazón en los pies. Este año de nuevo se queda sin carrera, y el trayecto, desnudo de vallado y gente, no es ni de lejos lo que él esperaba.
Unos chiquillos lanzan un cohete al aire y el estampido deja un extraño eco de nostalgia. Un familiar cimbreo, provocado por el temblor de los adoquines, atraviesa su cuerpo. La cuesta está desierta, pero sus pensamientos se llenan de adrenalina mientras sostiene en su mano el periódico enrollado y escucha un retumbar de cascos. Una señora, sobresaltada, se apresura a entrar en el portal de su casa en plena curva de Estafeta, mientras Natalia sale al balcón alertada por el extraño estruendo. Pero solo el aire sube calle arriba a esta hora de la mañana, y por eso nadie ve cómo la figura de San Fermín sonríe dentro de su hornacina. Él sabe que, aunque se quede sin cánticos otra vez, hay tradiciones que siempre acuden puntuales a su cita.

 

AQUELLOS AÑOS 20

Roberto Cormenzana López

Queridos nietos:
Al principio de los años 20, por estas fechas, no hubo ni encierros, ni kilikis, ni hostias. Les llamaban las “no fiestas”. Un bicho pequeñico jodió todo el invento, y tu abuelo y yo tuvimos que apañarnos terraceando en la casa de Lezkairu, ora zampando un bocata de panceta, ora tomando un vinico (o dos). A veces poníamos música de peñas que buscábamos en YouTube, pero entre que vuestro abuelo no es de mucho bailar y que a veces se colaba alguna canción de reguetón y me hervía la sangre, tampoco abusábamos del tema. Vuestro papá ya hacía sus pinicos con la trompeta y se sabía algún pasodoble de Turrillas, y vuestra tía Aitzane se había agenciado un bombo del vecino del Oberena, y se vestían de blanco y nos daban la turrada a base de bien. Eran unos cabroncetes, pero muy salaos. Por la noche les preparaba una tortillica de patata, y después echábamos un mus a cara de perro. A mí eso me daba vidilla. Joder: fue un buen pifostio, aquél. Pero nos las arreglamos, y estábamos todos sanos, gracias a Dios.
En fin: portaos bien, y haced un poco de caso a vuestros viejos. Os quiere mucho-mucho,
La abuela