XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
GEOPOLÍTICA DESDE SAN FERMÍN
David Lao Gallardo
El alcalde recibió un fuerte empujón que lo levantó literalmente del suelo y lo hizo aterrizar debajo de la mesa.
-Imposible extracción de Alfa 1 – comunicaba nervioso por la emisora guardaespaldas – Estamos rodeados en el despacho consistorial.
El alcalde se recuperaba lentamente del susto. Qué coño estaba pasando, acababan de lanzar el chupinazo tan ricamente y a partir de ahí todo fue un desbarajuste. De pronto aparecieron gigantes y cabezudos rodeando la comitiva dando mamporros a diestro y siniestro, lo peor fue la aparición de los kilikis y los zaldakis en formación militar con sus largas vergas. Como dolía el latigazo que le habían dado en el muslo.
Golpes en la puerta. El escolta desenfundó el arma.
-Guarda eso por dios, como vas a disparar a la comparsa. – gritó el alcalde.
-¡Alcalde! Soy Caravinagre el representante de la comparsa. -la voz del kiliki era grave. – Hemos decidido por unanimidad tomar el poder de la ciudad exclusivamente en las fiestas. Como primera medida todos los regidores correrán detrás de los toros sin itinerario ni circuito por as calles del centro. Como segunda medida…
Y así fue como el mundo cambió desde aquel San Fermín.
PADRE E HIJO
David Navarro Méndez
Sonó el despertador. Abrió los ojos debatiéndose aún entre el sueño y la vigilia. Lo apagó. Se levantó de la cama buscando a tientas el interruptor de la luz. Subió las persianas, colándose las primeras luces del amanecer en su habitación.
Ya habían pasado dos años. Los recuerdos se sucedían en su mente. La inquietud. El miedo. El horror final.
Fue como un autómata al salón. Buscó el mando a distancia. Encendió el televisor. El cohete explotaba en el cielo indicando el inicio del primer encierro en Pamplona. Los toros salían de los corrales.
Entonces ocurrió. Allí estaban padre e hijo viendo el encierro. Les escuchaba entonar juntos los cánticos de los mozos. Percibía sus caras de emoción con las carreras en Mercaderes. Veía al niño taparse los ojos con las manos al tropezar un chico y caer junto a la manada en Estafeta. Oía los gritos ahogados de ambos al acariciar el asta del toro la camiseta de un mozo por Telefónica. Sintió el tierno y firme abrazo del padre al entrar los toros en la plaza.
Alzó su mirada hacia el mueble del salón. Había una fotografía enorme del padre y el hijo sonrientes con el pañuelico rojo anudado al cuello. Lloró.
DESCOLORIDO
David Mangana Gómez
Silencia el volumen del televisor. Le rodea un eco sordo, como un aura. No hay nadie en la calle. Va a la cocina. Ahora él estaría preparando las copas.
Busca el calendario en la pared. La cabeza no ordena. Es el corazón quien manda. En el julio pasado. Ahí se quedó, detenido. El pañuelo, encima, colgando.
-Cámbiatelo ya, guarro -le vacilaban.
-Nunca, hasta que me muera.
Le dedicaron un reportaje. Medio siglo con el mismo. Ajado, descolorido.
-Cincuenta años con este pañuelo. ¿Por qué?
-Porque con él conocí a mi mujer. Eso celebro, cada San Fermín. ¡Que se vea!
Ella mira la página del periódico, enmarcada en el salón. Tiene casi el mismo color, en ese blanco y negro, que en la cocina. Lo mira, pero no lo ve. El pasado arrebata, congela, enmudece. No deja pensar. Solo siente.
De repente, la explosión. Así la escucharon, juntos, la última vez. El sonido llegó por la ventana, antes que la imagen. Como ahora. La plaza late en la pantalla. Algo, también, tiembla en sus manos, palpita en un segundo solo para los dos. ¿Cómo ha llegado ahí? Lo lleva a su cuello, lo rodea. Como un anillo.
Y sale a la calle.
Que se vea.