Archivo por días: 14 de septiembre de 2022


XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

FIESTA VISCOSA

Enrique Paton Benítez

El tipo no era muy guapo. Tenía forma de pelota con cornetines y era verde y mucoso, aunque vestido de blanco y rojo no estaba mal. No tenía muy buena fama tampoco: quien lo conocía lo acababa aborreciendo. «No me extraña», se dijo, «con el carácter que tengo pongo a todo el mundo enfermo». Pero esta vez estaba decidido a cambiar: iba a pasárselo bien.

Así que se puso el pañuelico y se fue de fiesta. En las calles, la gente bailaba al compás de la música y él daba saltos de hombro en hombro. Descubrió que ya ninguno le tenía miedo, que habían aprendido a convivir con él. No quería mal a nadie, no como aquel conocido suyo grisaceo, infeccioso y de cara rancia a quien acabó aconsejando darse un paseo por la cuesta de Santo Domingo a las ocho de la mañana. Seis morlacos pasando por encima le quitan la tontería a cualquiera.

Su amor por la fiesta se hizo viral. Y, una noche, allí estaba ella. Era preciosa: tenía una estructura proteínica perfecta, abundantes lípidos y unas saladas trompetillas que le caían desde arriba como si fuesen flores macilentas. Se dieron un viscoso abrazo y decidieron iniciar juntos una virulenta vida. 

SIN HABLAR

Enrique Espejo Torija

Quedamos en que si alguna vez rompíamos, al año siguiente nos veríamos por las calles de Pamplona, en San Fermín. Era nuestra romántica y un tanto surrealista promesa como homenaje a haber empezado un siete de julio.
Vivimos cinco aniversarios juntos. Ahora llevamos ocho meses sin vernos, sin hablar y sin sentirnos. Pero, curiosamente, una de las primeras cosas que pensé aquél cuatro de noviembre fue que al año siguiente tenía que dejarme días de vacaciones para principios de julio.
Cuando bajé del autobús, me sentía algo ridículo. Había venido solo y sabía que si tú no cumplías la promesa, no iba a querer salir de la habitación, ni mucho menos ir a ningún tipo de fiesta. A punto estuve de adelantar el billete de vuelta.
Pero, de repente, mientras andaba con desánimo hacia el hotel, la calle Zapatería se convirtió en mi nuevo sitio favorito del universo. Estabas apoyada en una pared leyendo el móvil. Tenías el pelo más corto y aunque te rodeaba un grupo de personas de blanco, tu blanco era el único luminoso.
Suspiré y me dirigí por otra calle al hotel pensando que esos sanfermines iban a dar forma a los días más intensos de mi vida.
 

AURORA SAN FERMINERA

Eric Bats

Era la hora en que los rebaños van a beber y la luz naciente y amarillenta del amanecer roza los prados. Una resaca de sopor luchaba contra mis agujetas, y el coche estacionado llevaba una hora tambaleándose. Dentro del coche, se hallaban conmigo dos compinches ; allí habíamos encallado hacia las cinco de la madrugada. La hora en que, de tanto beber alcoholes improbables, se pierde incluso el uso de la palabra, y la gracia repentina de nuestros ademanes aproximativos se acaba brutalmente entre brazos de la providencia o entre los asientos de un coche mal aparcado. Depende.
Al abrir un ojo en mi reloj, me sobresalté : pronto empezaría el encierro. Los olores, que mucho después seguirían impregnando el coche, ya eran un motivo suficiente para salir.
Tras recorrer las calles que arrastraban a un gentío rojo y blanco, cálido, húmedo y con los hombros blandos, nos encallamos, felices, en un bar que olía a churros, chocolate caliente y café con leche. Bebimos, azorados. Me zampé churros como si fueran los de mi madre.
El bar, como todos los demás, rebosaba de chicas, chicas bonitas que reían a carcajadas. La dulzura de aquella mañana de verano invitaba a la inmovilidad y la contemplación.