Archivo por días: 19 de octubre de 2022


XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

AQUELLAS FIESTAS DE SAN FERMÍN

Isabel Alonso Adalid

Ya no recordaba cuándo había sido la última vez que había salido a cenar con las amigas, o el último concierto al que había asistido, o las últimas fiestas en las que había bailado. Sin ser consciente, el tiempo pasaba, dejando en un cajón del olvido una parte de mí misma.

Pero entonces, algo dio un giro a mi vida…

Todo sucedió en aquellas fiestas de San Fermín. No fue algo buscado, necesitaba un poco de oxígeno y no me pude resistir a la invitación de mi amiga pamplonica. Ya eran demasiados años escudándome en excusas para no salir de casa.
Era mi momento. Era el momento.

Ya en la plaza del ayuntamiento, esperando escuchar el tan ansiado chupinazo, esa señal que da el toque de salida para anudarse el pañuelo al cuello e iniciar la fiesta. Podía sentir la emoción en el ambiente, mientras mi corazón latía con más fuerza que nunca.
No hay palabras para describirlo. Solo sé que sentí unas ganas incontrolables de sonreír. Nunca olvidaré ese momento…

Las fiestas de San Fermín tuvieron el poder de cautivarme, me enamoraron.
Mi alma ya no podía parar de sonreír.
 

POBRE DE MI

Isabel Valbuena Muñoz

Suena el chupinazo y ella se está vistiendo de blanco, de rojo, la liga que rodea su muslo. El también inmaculado. La pasión, el sol, el corazón latiendo bajo el pañuelo carmesí que le ayudan a anudar, momentos antes de salir a la primera carrera. A correr con coraje, como cada año, delante del bravo, hasta llevarle al encierro.,
Una promesa, será su última correría. Exaltado el honor, más importante que ella, más que la vida. Ochocientos setenta y cinco metros, separan su espíritu de aventura, hacia un nuevo destino.
Begoña le esperará en la catedral, rezando a San Fermín, pequeñito en su peana de madera. Rezando, por cada tramo del recorrido. Le llega la algarabía hasta sus oídos, el carnaval y siente a flor de piel, la velocidad del recorrido.
Seis de julio, a las ocho quince de la mañana, en El Callejón, un toro ha caído, el estruendo de sus seiscientos kilos reverbera en sus entrañas, trayendo olor a tragedia.
El suelo de granito se abre a sus pies. El alma teñida de carmín. El miedo la atenaza. A sus oídos, solo llega silencio.
Un pañuelo rojo, anuda sus manos. Labios sellados con un beso. El Santo, inmóvil, sonríe.

 

MIS PRIMEROS SAN FERMINES

Isabel Granero Iglesias

Emocionada esperaba el día que llegaba. Hoy, salimos todas a Pamplona. A vivir los San Fermines. Llevo mis deportivas blancas, mi pañuelo rojo y muchas ganas.
Llegamos fervientes a la fiesta que se respira en el pueblo, paseamos por sus bellas calles. Ahí, están los hermosos toros que soltarán. He decidido que correré delante de ellos.
Nos levantamos temprano. Nos preparamos, estamos extasiadas. Nos dan las pautas, todos emocionados gritan por San Fermín y por los toros. No quepo en mí.
Me cojo a las barras, espero asustada, corre la gente despavorida. Despavorida de la gente corro yo. Salto lo que me encuentro. Escucho el grito: ¡Que vienen! Se me hiela la sangre, no sé que hacer. Asustada sigo a uno. ¡He perdido a mis amigas! Balbucea una: «Están detrás de mí». Corto mi aliento sin saber por qué, miro sin mirar. A mi derecha hay un ojo enorme que me mira, muge y corre sin hacerme caso. Mis piernas pierden fuerza, casi no me sostienen. Avanzan los toros sin fijarse en mí, me dejan atrás.
¡Menos mal! Corrieron más que yo, me pasaron de largo y a mí me llevan en brazos que mis piernas tiemblan sin descanso… el próximo año más.