Archivo por meses: octubre 2022


XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

VOLVÍA LA ILUSIÓN

Ixai Salvo Borda

La sensación de nervios no salía de su cuerpo aquella mañana. La ropa la sentía cómoda, más una extraña sensación de olvido recorría su cuerpo. Todo estaba bien, pero algo faltaba.
Volvió a repasar todo, pantalón, polo, habían empezado a llevarlo con el nombre de la cuadrilla, pañuelo, aún sin anudar al cuello y la faja. Estaba todo, hasta las zapatillas cómodas que solo usaba para las fiestas.
Mirándose al espejo durante el repaso se dio cuenta. Le faltaba la sonrisa. Ya eran dos años sin haberse puesto el «uniforme», y los nervios le podían. Le faltaba esa sonrisa que desde siempre asomaba el 6 de Julio al vestirse en casa. La sonrisa que reflejaba la emoción y los nervios, la felicidad de volver a cantar al santo y disfrutar.
Cerró los ojos, pensó en lo que venía por delante. «Ahora sí, este año, sí» se dijo mientras los volvía abrir.
Y ahí estaba, tímida al principio, volviendo a encender su corazón, la ilusión nunca perdida, solo guardada para protegerla de los malos tiempos. Habían vuelto las fiestas. Volvía la ilusión. 

MATTHEW

Jabo H. Pizarroso

Aquel día de hace tanto amaneció embutido en una luz imborrable. Era un sol fresco, desazucarado, que sellaba con delicia y plomo de albaricoque la plena sombra de cada piedra, cada casa, cualquier adoquín, como si la noche hubiera encontrado paz eterna en el rincón de una mirada. Eran dos y se marchaban de Pamplona. Mi escaso inglés de aquel entonces otorgó un regalo inesperado a mi escucha distraída entre la multitud; «Matthew, let´s go, please», dijo la chica en ascenso hacia el autobús que iría y de hecho fue hasta Bilbao. El no de Matthew resonó barroso, lánguido y legítimo como si el asta de un toro le hubiese atravesado el corazón en el preciso instante de pronunciarlo. Poco después vi su muerte en las noticias: acristalada y milésima en la Plaza del Ayuntamiento, mientras me tomaba un café con un pincho de tortilla y el sueño hacía cabriolas en mi cabeza. Eran las nueve en sombra de la mañana todavía, igual que ahora en Illinois, pero sin aquella luz inolvidable. Llevo tiempo viviendo en Estados Unidos, en Naperville. No sé por qué aquel chico de Illinois marcó mi vida. Es improbable que alguna vez conozca a quienes le conocieron, nunca se sabe.  

EL ENCIERRO

Jaime Barba

Llegué a Pamplona siguiendo a la mujer que me traía de cabeza. No me hacía caso, pero dejaba que la persiguiera. Ni trabajo ni familia me importaron. Había enloquecido y estaba desatado. Ella se divertía con mi asechanza. A veces permitía mi acercamiento, paraba, me veía de reojo y con desprecio, y extendía la mano derecha, y así yo podía darle unos candorosos y absurdos besitos. Aunque casi siempre rehuía mi cercanía. Y eso, me ponía más atolondrado. Yo fui alcohólico, y sé lo que es la fuerza del vicio. El arrastre que provoca. Era 13 de julio, y se acababa mi tiempo. Entonces habló, por única vez: Si te metés al encierro con los 6 toros y salís con bien, te daré un premio. No quise más y le dije que lo haría. A las ocho de la mañana estuve listo y entré. Aquello era delirante. Correr y correr. Unos reían, otros lloraban y unos más iban con las caras desencajadas. Pero a los pocos minutos resbalé y los toros me patearon y cornearon. Fui a dar al hospital. Quedé mal. Sin un brazo y una pierna, y así era difícil que pudiera seguir persiguiendo a aquella mujer. 


XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

SIN MIRAR ATRÁS

Israel Montes Casquero

Este año la experiencia iba más allá del pregón, el pañuelo rojo, el chupinazo y los toros.
La multitud quería gritar y correr desenfrenadamente. Yo también. La gente estaba eufórica, reían, gritaban y aplaudían. Yo también. Pero yo hacía algo más. Aparte de todo eso, yo estaba sumamente pensativo; a mi mente venía el tiempo perdido y pasado.
Imaginé que cuando escuchara el chupinazo estaría dejando atrás mis incontables miedos, mi desidia y mi dolor de los últimos años.
Si algo había aprendido, en este largo tiempo llamado pandemia, es que las vergüenzas, los miedos y los complejos son más fieros que cien toros y que, a éstos, hay que entonarles un canto de victoria mientras se corre adelante con todas tus fuerzas.
En ese baño de masas rojo rememoré el objetivo de estar allí: yo quería correr delante de los toros, quería sentir la adrenalina, quería disfrutar el momento; pero, sobre todas las cosas, yo quería volver a sentirme fuerte y vivo.
De repente miré y vi en los rostros de los demás una expresión semejante a la mía.
Hemingway tenía razón: «El mundo nos rompe a todos» y ahí estábamos todos nosotros viviendo esto «para volver a ser fuertes»

 

1100 DÍAS

Iván Hernández Aguado

Casi 1100 días habían pasado desde la última vez que se vieron, se cruzaron, rieron o lloraron. Y eso que esto último, reír y llorar, era un sentimiento que regresaba a sus vidas, aunque esta vez de un modo lúdico.

La conexión humana y el calor, sobrellevado a base de cerveza, licores, calimocho o zurracapote es el deseo de muchos. Conciertos, procesiones, jotas o charangas… todo tiene cabida. Todos la tenemos. Solo hay un excepción, un pequeño recordatorio a todos aquellos que no volverán a ver un cantico a San Fermín. Los años de estragos han llegado, por suerte, a su ocaso. Y que no vuelvan.

Para todo amante de la mayor (y mejor) fiesta del mundo, sin importar culturas, razas, religiones o equipo de fútbol, volver a recorrer las calles de Pamplona bajo un manto de jolgorio es vital para la felicidad humana.

Hay ganas, y muchas, de ver encierros, tropezones en Estafeta (con o sin vaso), almuercicos en Jarauta y la plaza del Castillo o grupos de gente sentada viendo los fuegos… O descansando después de un largo día de trabajo en la oficina, de Navarrería…

Si todo va según lo previsto, nos veremos de nuevo. Deseemos que no sea la última.
 

OLVIDO SANFERMINERO

Iván Parro Fernández

El inspector Gurruchaga andaba tras la pista de un sospechoso, el asesino del pañuelo, que ya había cometido varios crímenes sin apenas dejar huellas. Sólo sabía que era alto, moreno, fortachón y afable en el trato. Patrullando ojo avizor por las calles de Pamplona observó alguien que coincidía con la descripción. Salió del coche y le siguió con cautela. Vestía de blanco inmaculado. No se le podía escapar ahora, aunque le costaba mucho continuar entre la multitud que se concentraba a esa hora en las calles. -¿Qué estará haciendo toda esta gente aquí tan temprano? – pensó. Extrañado siguió caminando haciéndose paso a empujones entre tanta gente de carácter festivo y espíritu animado.

Fue al doblar la esquina de la calle Estafeta cuando todos sus sueños se volatilizaron. Un numeroso grupo vestido de blanco y con pañuelo rojo en el cuello esperaba paciente la llegada de los astados. Gurruchaga se llevó las manos a la cabeza. Había olvidado marcar en rojo el 7 de julio en su calendario. No daba crédito. Todos parecían ahora sospechosos. Cualquier mozo podría ser el culpable. Apesadumbrado decidió quedarse tras la barrera a observar el encierro. Al menos no todo iba a ser tan malo aquel fatídico día…

 


XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

UN FINAL YA VISTO

Isabel Díaz Matos

—Otra malograda fiesta de San Fermín —dice mientras bebe un trago de vino—, nadie está a salvo, compañeros.
Un grupo de ebrios -vestidos con camisas blancas y fajas rojas- escucha al hombre.
La barra está repleta de pañuelos. A lo lejos, se oyen golpes, pasos, clamores. Nadie se inmuta.
—Uno de nosotros no sobrevivirá a este 6 de julio maldito. Esa persona no podrá escapar, no podrá evitar la embestida ni tan siquiera su roce, pero, escuchad bien compañeros míos, nada perderá porque en el fondo sabe que la nece…
De pronto, la puerta se abre. Una sombra negra cubre las paredes del lugar. Los hombres bajan sus rostros, se preparan…
El orador ingiere la última gota. Aprieta su faja y siente como se comprimen sus órganos. Cae.
Minutos después, surge un nuevo orador.
—Nadie está a salvo de ella —exclama. 

A PAMPLONA HEMOS DE IR

Isidro Moreno Carrascosa

El año pasado fue más divertido, yo era uno de esos pastores que con la vara dirigía a las reses y a los recortadores. Casi todos me obedecían.
Ahora, muchos me dicen que es mejor este puesto, pero yo me muero de vergüenza. Aquí arriba, inmóvil, entre velas y ante una muchedumbre que, con periódicos en mano o a puño cerrado, me cantan y me piden bendición. Yo miro al infinito, como si no fuera conmigo la cosa.
Nada más abrir, a mis pies, se forma el primer tumulto con caídas, carreras, los toros resbalan, los mansos también, los mozos se pisan y se asustan después. Eso es lo que más me divierte.
Un pitido avisa de que ya es hora del recreo. Se recomponen los toros, los mozos y los pastores. Salto desde la hornacina; yo ya no aguanto más esa inactividad. Busco a la “seño” que aún con silbato en mano nos mete prisa para que abandonemos el escenario, porque ahora llegan los mayores para ensayar no sé qué de “Romero y Julita”, o algo así.
Le voy a decir a mi “seño” que, para el próximo curso, yo me pido de toro porque es mucho más «diver». ¡Dónde va a parar!
 

ESE MOMENTO.

Ismael Sesma Del Val

Me gusta caminar despacio en la madrugada por lo viejo, cuando las músicas ya han dejado su eco en el aire de la noche. Las gentes se retiran, hay que hacer acopio de fuerzas para la fiesta que seguirá mañana. El bullicio se apaga poco a poco como un cabo de vela gastado y la noche rellena los rincones. El silencio y el tiempo se conjuran como dos viejos conocidos que solo precisan de un gesto; se detienen en un instante de quietud y la ciudad queda suspendida, como dormida. Me deleito en ese momento silente que, por fortuna, resulta efímero. Al poco, Pamplona se despereza ante la certeza del nuevo día. Coqueta y abierta, se acicala para salir y ser admirada, anudada su cintura en rojo. Las gentes reaparecen, con sus anhelos, plegarias y cánticos, sus blancos y el pañuelo al cuello. Todo vuelve a hervir en la espera del cohete, que asciende anunciando el nuevo encierro.  


XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

AQUELLAS FIESTAS DE SAN FERMÍN

Isabel Alonso Adalid

Ya no recordaba cuándo había sido la última vez que había salido a cenar con las amigas, o el último concierto al que había asistido, o las últimas fiestas en las que había bailado. Sin ser consciente, el tiempo pasaba, dejando en un cajón del olvido una parte de mí misma.

Pero entonces, algo dio un giro a mi vida…

Todo sucedió en aquellas fiestas de San Fermín. No fue algo buscado, necesitaba un poco de oxígeno y no me pude resistir a la invitación de mi amiga pamplonica. Ya eran demasiados años escudándome en excusas para no salir de casa.
Era mi momento. Era el momento.

Ya en la plaza del ayuntamiento, esperando escuchar el tan ansiado chupinazo, esa señal que da el toque de salida para anudarse el pañuelo al cuello e iniciar la fiesta. Podía sentir la emoción en el ambiente, mientras mi corazón latía con más fuerza que nunca.
No hay palabras para describirlo. Solo sé que sentí unas ganas incontrolables de sonreír. Nunca olvidaré ese momento…

Las fiestas de San Fermín tuvieron el poder de cautivarme, me enamoraron.
Mi alma ya no podía parar de sonreír.
 

POBRE DE MI

Isabel Valbuena Muñoz

Suena el chupinazo y ella se está vistiendo de blanco, de rojo, la liga que rodea su muslo. El también inmaculado. La pasión, el sol, el corazón latiendo bajo el pañuelo carmesí que le ayudan a anudar, momentos antes de salir a la primera carrera. A correr con coraje, como cada año, delante del bravo, hasta llevarle al encierro.,
Una promesa, será su última correría. Exaltado el honor, más importante que ella, más que la vida. Ochocientos setenta y cinco metros, separan su espíritu de aventura, hacia un nuevo destino.
Begoña le esperará en la catedral, rezando a San Fermín, pequeñito en su peana de madera. Rezando, por cada tramo del recorrido. Le llega la algarabía hasta sus oídos, el carnaval y siente a flor de piel, la velocidad del recorrido.
Seis de julio, a las ocho quince de la mañana, en El Callejón, un toro ha caído, el estruendo de sus seiscientos kilos reverbera en sus entrañas, trayendo olor a tragedia.
El suelo de granito se abre a sus pies. El alma teñida de carmín. El miedo la atenaza. A sus oídos, solo llega silencio.
Un pañuelo rojo, anuda sus manos. Labios sellados con un beso. El Santo, inmóvil, sonríe.

 

MIS PRIMEROS SAN FERMINES

Isabel Granero Iglesias

Emocionada esperaba el día que llegaba. Hoy, salimos todas a Pamplona. A vivir los San Fermines. Llevo mis deportivas blancas, mi pañuelo rojo y muchas ganas.
Llegamos fervientes a la fiesta que se respira en el pueblo, paseamos por sus bellas calles. Ahí, están los hermosos toros que soltarán. He decidido que correré delante de ellos.
Nos levantamos temprano. Nos preparamos, estamos extasiadas. Nos dan las pautas, todos emocionados gritan por San Fermín y por los toros. No quepo en mí.
Me cojo a las barras, espero asustada, corre la gente despavorida. Despavorida de la gente corro yo. Salto lo que me encuentro. Escucho el grito: ¡Que vienen! Se me hiela la sangre, no sé que hacer. Asustada sigo a uno. ¡He perdido a mis amigas! Balbucea una: «Están detrás de mí». Corto mi aliento sin saber por qué, miro sin mirar. A mi derecha hay un ojo enorme que me mira, muge y corre sin hacerme caso. Mis piernas pierden fuerza, casi no me sostienen. Avanzan los toros sin fijarse en mí, me dejan atrás.
¡Menos mal! Corrieron más que yo, me pasaron de largo y a mí me llevan en brazos que mis piernas tiemblan sin descanso… el próximo año más.
 


XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

SU GRAN DÍA

Irene Jiménez Duque

Desde pequeño le habían preparado para aquel 6 de julio. Su padre, orgulloso, le hacía correr campo arriba campo abajo para que, llegado el momento, supiera tomar hasta la más peligrosa curva sin resbalarse.
-Cuando crezcas podrás bajar por las calles de Pamplona – Y ese sueño era el que se repetía una y otra vez en su mente.
Ocho de la mañana y una masa roja y blanca con los ojos clavados en él. Podía sentir el miedo y el desafío a su alrededor, la respiración de la gente, el sudor, la adrenalina…
La puerta chirrió al abrirse y supo que era la hora de demostrar para lo que tanto había entrenado. Resopló, espantó con el rabo a la última mosca que quedaba en el lugar y tensó las patas antes de hacer su mejor actuación. Papá estaría orgulloso.
¿Se llevaría por delante a algún humano antes de llegar a la plaza?
 

EL PRECIPICIO

Isaac Belmar García

Me seco el sudor con la mano del periódico. El corazón va más rápido que cuando corres delante del toro, porque la anticipación es lo más poderoso y la imaginación crea infiernos peores que muchas realidades. No sé qué hago aquí, seguir los pasos de Hemingway, me digo a veces, por si recorrer el mismo camino lleva a los mismos sitios, que ya me dijo aquella chica que no, pero, al menos, me llevó hasta ella. Y amanece, miles de personas pedimos a San Fermín que nos bendiga y luego corremos por el borde de la vida, porque siempre fue más divertido jugar ahí, bien que le daba buenos disgustos a mamá de pequeño y siempre tenía las rodillas peladas. Pero es que, mamá, no sé cómo explicarlo, es como un fulgor que recorre el cuerpo, como aquellas tormentas con la ventana abierta de los veranos interminables de crío.

Siempre me gustó leer a la luz del relámpago, ya lo sabes, la electricidad en el aire, vivir en esos centímetros y volver a casa caminando por el borde del precipicio, por donde aprendes a amar la vida más que a nada. 

ESCONDITE

Isabel García Viñao

Tengo un pie hecho picadillo y los Sanfermines encima. Las zapatillas de los encierros con una amplia sonrisa y los Sanfermines encima. El alquiler nos lo han subido y los Sanfermines encima. Mi mujer sin ganas de fiestas y los Sanfermines encima. Y encima, para más Inri, para estas fiestas va a venir el futuro yerno de tierras andaluzas.
Saco de la repisa predilecta de mi armario mi vestimenta blanca: blanca como una nevada inmaculada en una cima sin polución. Los lamparones de vino, mostaza, sangría, pimentón, chistorra, tomate, yema de huevo frito… (vaya de todo, porque soy un excelente omnívoro), los limpié con la mejor lejía. También los bajos de los pantalones que los arrastro por el suelo y no porque se me caigan, sino porque la barriga me los va bajando, y, claro, recogen las basuras de los bares. Pero esta lejía que uso es infalible.
―Pacoooo ―Oigo que me llama mi mujer. Cuando arrastra la “o” malo, malo―. Acaba de llamar nuestra hija y llegan mañana. Como tienen la economía muy ajustada, dice que le tendrás que prestar al yerno tu traje sanferminero.
―Sí, de cojón ―Contesto―. Y le busco un escondite como haría un niño con su juguete preferido.