XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín
UN CHUPINAZO MUY ESPECIAL
José Muñoz Cabrera
Varios grupos de personas antisistema, o más bien aguafiestas, se apostaron en diversos puntos de la ciudad de Pamplona para reventar los Sanfermines de 2022. Después de dos años de ausencia por mor de la pandemia, los organizadores de esta macabra idea tenían la intención de que la “fiesta de la Covid”, como ellos la llamaban, no parase este año y se prolongara otra vez la falta de toros corriendo por las calles de la ciudad.
Organizaron una especie de juego de rol consistente en asustar a la población para que se ausentase de participar en la fiesta. En definitiva, se trataba de crear el pánico en la misma. Se barajaron varias posibilidades. De todas ellas, la que al final triunfó fue la de lanzar escopetazos, con balas de fogueo, y provocar que los transeúntes, a la hora fijada, salieran en desbandada hacia sus casas, hoteles o hacia el albergue que tuvieran a mano. Para que todo saliera bien, la coordinación tenía que ser perfecta. Todas las escopetas debían dispararse al unísono.
Como estaba marcado, se oyó un tremendo ruido, pero para sorpresa de los saboteadores, nadie en la calle se desperdigó por doquier.
Eran las doce de la mañana del seis de julio.
SANFERMINES DE MUERTE
Jose Murugarren Leoz
La viuda enfatizaba delante del nicho la pasión sanferminera de su marido fallecido. Dianas, encierro, procesión, chupinazo…Todo le entusiasmaba. Despedíamos a Fermín, víctima de coronavirus tras una cena de la recuperada escalera. Sonó un móvil. El tono inconfundible del vals de Astráin salía del ataúd. Nos miramos sorprendidos mientras la caja ascendía al bloque elegido. Nicho 7, grupo 7, calle 22, ‘grada alta’ en Berichitos para contemplar el ruedo de la eternidad. Otro homenaje póstumo. A una indicación los operarios se detuvieron. La mujer ordenó bajar la caja. Pidió que la abrieran. Metió la mano en un bolsillo y descolgó. El txunda txunda ta txunda desapareció.
– ¿Dígame?, saludó nerviosa.
-«¡Viva San Fermín! Gora San Fermin!”, se escuchó. La voz era metálica. Como del más allá dijo un amigo. “El muerto ha movido los labios”, remató una prima. Una corriente eléctrica nos paralizó como si hubiéramos metido los dedos en un enchufe.
Por la noche, en casa, marqué el número de Fermín. Uno. Dos. Tres timbrazos y mi corazón estuvo a punto de estallar solo de imaginar que pudieran contestar. Alguien cogió y eso me disparó las pulsaciones. No pude esperar más. Esta vez fui yo quien gritó ¡Viva San Fermín! Gora San Fermín!
DECLARACIÓN A BORDO
José Martínez Moreno
Aquella chica penetró en el vagón con el ímpetu del astado que irrumpe en la arena procedente de los toriles y se presentó como Verónica mientras tomaba asiento frente a mí.
Sus ojos oscuros poseían una mirada chispeante y vital que se clavó en mí como una banderilla. Era inquieta, vivaracha y parlanchina. «Voy a Pamplona, a los sanfermines», me dijo sonriente, entre un millón de cosas distintas que yo trataba de asimilar a duras penas, obnubilado por su mágica presencia.
Me sentía aturdido, como el torero que salta al ruedo y es arrollado por un morlaco. Su encanto me embistió cual miura; su espontaneidad corneó mi ser como a un pelele y su desbordante simpatía se encargó de darme la puntilla.
Tuve que admitirlo, habían bastado tres horas de viaje en aquel tren para enamorarme de ella.
Pamplona, en cinco minutos, era la siguiente parada. Yo seguiría camino hacia el norte y ella se apearía. Tenía que confesarle lo que sentía o la perdería para siempre.
Los nervios me atenazaban el estómago y, cuando por megafonía se anunció la estación, mi corazón dio un chupinazo y las palabras salieron atropelladas de mi boca como toros bravos a la carrera.