Archivo por días: 18 de enero de 2023


XIV Certamen Internacional de Microrrelatos de San Fermín

HEMINGWAY

Norberto Cabral Pedreira

Los nervios me mantienen despierto esta mañana fresca aquí en Pamplona, pero la inspiración de Hemingway, mi ídolo, hace que pueda respirar gozoso esta única experiencia de vivir los sanfermines. Llegué ayer, 7 de julio, a la ciudad y me alojé en el mismo hotel que Ernesto, pedí su habitación y le dejé dicho al recepcionista que al día siguiente desayunaría lo que Hemingway. Un buen desayuno a base de chistorra, pero sin el güiski, que se tomaba el maestro, no soy hombre yo de una pieza como él. Eso fue ayer. Ahora mismo estoy en la calle Estafeta escribiendo estas notas, empapándome del ambiente pamplonica, memorizando cada detalle, viendo como los mozos se preparan para la carrera, como la emoción de la fiesta se convierte en algo más allá que puro divertimento y que logró atrapar a Heming. Pero,¿qué es lo que vio el gran maestro en esta ciudad, en los encierros? Es algo difícil de explicar con palabras. Los sanfermines te atrapan de por vida. Puedo dar fe. Alguien me ha confundido con el escritor:
—Qué tal Heming—
Yo devuelvo el saludo.
A mi lado, hay dos mozas hermosas vestidas con la chamarra blanca, pantalones y el pañuelo rojo al cuello.  

DILIGENTE

Nuria Rodriguez Fernàndez

Empiezo a notar el trasiego de las calles y me dejo llevar por el ambiente festivo. Me rugen las tripas, no puedo evitar los nervios y me sigo emocionando como la primera vez. Agudizó el oído deseoso de oír el txupinazo que anunciará el comienzo de las fiestas.
Sé que este será un gran año ya que, junto a mí, mañana correrá uno de mis hijos, mi orgullo y el que por su porte y velocidad, promete ser el toro estrella de estos Sanfermines.  

GRAN OVACIÓN

Omar Argüello

Le habían dicho que debía seguir el rojo, que era el color que la naturaleza había elegido para que dejara salir todos sus instintos y toda su violencia, pero no entendía por qué debía hacerlo. Cualquier color le venía bien y, cuando tenía ganas de descargarse, se posesionaba igual, fuera blanco, rojo, negro, verde… Y a cualquier cosa que se le pusiera en frente, cualquier cosa.
Había cerrado los ojos, entonces, para no pensar… los demás se sorprendían porque podía parpadear largamente, aunque fuese pleno día, aunque todos estuvieran atentos a los ruidos y al ajetreo del lugar, nerviosos porque el camión los llevaba por tambaleantes y pedregosos caminos.
Por fin, se detuvieron. Su bufido fue casi imperceptible, como si de un suspiro se tratase. No quería hacerlo, pero no tenía opción: se lo debía a sus antepasados, a su sangre, a las tradiciones…
Cuando las puertas del camión se abrieron y los demás atropellaron, siguiendo el camino que marcaban las empalizadas, él salió al trote, lentamente, como soñando que pisaba el verde césped de la pradera. Y, maravillado, también se dio el lujo de disfrutar de la fenomenal corrida que se desplegaba ante sus ojos… y de la gran ovación de la gente.